Tribuna

Viernes Santo: la negación de Pedro y la Cruz de cerca

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Muchas veces me divierto pensando que Pedro era un pésimo pescador y que nunca consiguió pescar nada, menos cuando Jesús le decía: “¡Echa la red por ahí, ahora!”. Pero Pedro era un pescador profesional y sin duda habría mantenido el registro de cuántos peces cogía.



Tras la primera pesca milagrosa, Pedro dice a Jesús: “Aléjate de mí, Señor, pues soy un pecador”. Pero Jesús no solo no se aleja, sino que en lugar de ello insta a Pedro a convertirse en “pescador de hombres”. Más o menos tres años después encontramos el episodio del desayuno. Es un dejà vue, otra pesca milagrosa, y de nuevo Pedro se siente profundamente indigno. En cambio, igual que al principio del evangelio, una vez más Jesús le invita diciéndole: “Sígueme”.

El cardenal OMalley, en la celebración del Viernes Santo

Los maestros espirituales hablan con frecuencia de una segunda llamada, que constituye una profunda gracia y la profundización en nuestra propia conversión personal. Con frecuencia, nuestra respuesta a la primera llamada puede ser romántica, egoísta y superficial. Ya la respuesta a una segunda llamada se caracteriza por la purificación, una mayor humildad y mayor dependencia de la gracia de Dios. Esta es, definitivamente, la segunda llamada de Pedro.

Ante una empleada cotilla

Si la primera vez que Jesús convocó a Pedro él no se sentía digno, imaginaos cómo se sentiría ahora, después de incluso haber negado que conocía a Jesús. Y lo peor es que no lo negó ante un soldado armado con una gran espada, sino ante una empleada cotilla. Aquella hoguera junto al mar de Galilea hace memoria de la hoguera en el patio de la casa del sumo sacerdote, cuando Pedro reniega de Jesús, oye el gallo y ve a su Maestro darse la vuelta para mirarle a los ojos. El evangelio describe que Pedro salió de allí y lloró amargamente. La visión del rostro del Maestro, bañada en sangre, conmovió su corazón.

Pedro hizo lo que cada uno de nosotros intenta hacer en cierto momento de su vida. Intentó seguir a Jesús a una distancia segura, pero descubrió que eso no era posible. La invitación para seguir al Señor es una invitación a seguirle de cerca, a abrazar la cruz.

La pregunta de Jesús

En el «último desayuno», Pedro se encuentra ante el Señor resucitado. Está empapado porque se había tirado al mar para nadar una vez hacia la costa, y otra vez cuando Jesús le pidió que trajese pescado fresco. Estaba mojado, muerto de frío, cansado y, sobre todo, avergonzado por las tres veces que había renegado de Jesús. El Señor le concede la oportunidad de borrar esas renuncias preguntándole tres veces: “¿Me amas?”.

San Juan de la Cruz dice que al final de nuestra vida se nos examinará del amor. Eso es lo que realmente interesa: Pedro está siendo examinado del amor. En Cesarea de Filipo hace su profesión de fe; en el mar de Tiberíades, su profesión de amor.

La ausencia

La triple renuncia de Pedro destruyó la cercana relación que tenía con su Maestro. Por esa razón, Pedro estuvo ausente de algunos de los acontecimientos más significativos del evangelio: la consagración de la realeza de Jesús en la cruz (Jesus Nazarenus Rex Iudaeorum); la constitución de la nueva familia de Dios (“Esta es tu madre […] Ahí está tu hijo”) y el don del Espíritu Santo (emisit Spiritum). Todos estos momentos están marcados por la presencia del discípulo amado y por la ausencia de Pedro. Las negaciones tienen que ser superadas y, en la rítmica repetición de la pregunta –”¿Me amas?”– hay cierto acento acusativo: “Hace tiempo me negaste… ¿Estás ahora seguro de tu relación conmigo?”.

Pedro está avergonzado, pero su sincera respuesta abrió camino para que Cristo aceptase su confesión de amor y estableciese así una nueva relación. Y es él quien queda encargado de cuidar y apacentar el rebaño del Señor. La identificación de Pedro con el Buen Pastor deberá prepararle para hacer suyas las palabras de Jesús: “Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, “Yo doy mi vida por las ovejas…” y “Habrá un solo rebaño y un solo pastor”.

Amor hasta la muerte

El amor de Pedro por el Señor tendrá que manifestarse en la manera en que ame al rebaño de Cristo, la Iglesia. Su profesión de amor es seguida por la solemne profecía acerca de su futuro, cuando entregue su vida por el rebaño. El compromiso de Pedro con el camino que le propone el Buen Pastor lo asocia al sentido de la muerte de Cristo, pues la aceptación incondicional de su papel como pastor de las ovejas de Jesús conducirá también a la glorificación de Dios en el don de sí mismo por amor hasta la muerte cuando sea preso y llevado a donde preferiría no ir.

Tras examinar a Pedro sobre el amor y encargarle que apaciente a su rebaño, Jesús le llama nuevamente con las palabras que no han dejado de resonar a lo largo de la historia de la Iglesia: “Sígueme”. La convocatoria es a seguir a Jesús, no como hizo Pedro cuando huyó de Getsemaní e intentó seguirlo a una distancia segura, sino para seguirle de cerca, con un discipulado inquebrantable el resto de sus días.

Tomado de ‘Se buscan amigos y lavadores de pies’ (PPC Editorial)