Tribuna

Vida Consagrada: una propuesta siempre viva

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Escribo estas palabras teniendo aún muy en el corazón, como música de fondo, las celebraciones de la Navidad, en la que todo el Pueblo de Dios somos invitados a “renovar” y, si cabe, que siempre cabe, ahondar en nuestra adhesión al Dios que se hace pequeño y frágil para suscitarnos que la superficialidad y el protagonismo, tanto personal como institucional, “no caben”, no son su manera ni estilo.



Durante la pandemia –y todavía lo estamos viendo– hemos repetido con el papa Francisco “que las agendas cayeron, los compromisos se tornaron”. Y más de una vez, y quizás en la soledad habitada, no sé si mirando al Niño, si quizás, guiados por la sabia ignorancia, nos hemos preguntado, ¿qué es lo esencial? ¿lo importante?

Y si nos hemos puesto “a tiro”, seguro que hemos sido remitidos a la única verdad plena y que “ensancha el espacio de nuestras tiendas”, de consagrados y consagradas: desear una vida consagrada consciente de su debilidad, pero recreada, no solo con un pasado que narrar, sino con un hoy a diseñar de caminos nuevos, junto con otros y otras, que nos “desplacen” a hablar del Dios de la ¡VIDA!, como Simeón y Ana, protagonistas también en esta fiesta de la presentación del Niño en el Templo, en la que celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

Proyectos del Padre

Ellos, “custodios” de la esperanza de Israel, ahora son testigos humildes de que la salvación ha llegado, y hay que contagiarla a este mundo nuestro de tantas desesperanzas e incertidumbres en la confianza de que “somos enviados” del Dios que se vale de lo que a nuestros opacos ojos “no es” para cantar y “soñar” juntos: los Proyectos del Padre.

Celebrar la XXVI Jornada de la Vida Consagrada, en este momento eclesial, no puede pasar de largo de la llamada a rescatar el verdadero sentido de la sinodalidad, a la que hemos sido convocados, una llamada, pues, “a ponerse en camino”, como María, como José, como otros tantos y tantas de nuestros fundadores y primeras hermanas y hermanos a los que el Espíritu, aún en la “noche”, les amplió la mirada para “descubrir” muchos desiertos, y posibilidades donde, juntos, hacer resplandecer la luz del Dios encarnado, del Dios que se hace pan y vino, y compañero también del camino, por difícil que aparezca. Pero esta osadía “no cabe” en este hoy concreto, sin acoger a la vez, con más fuerza y compromiso, la urgencia de las sinergias que posibilitan la  fraternidad, el ir en “caravana”, en “la misma barca”, con ellos, sintiéndonos hermanos, hermanas. Esa es la mejor brújula para retomar el “norte” verdadero.

¡Esto es sinodalidad! Recuperar la frescura de los que se reúnen en el nombre del Dios vivo que habita todo lo creado para, con otros y otras, empujados por el Espíritu, discernir y buscar, dialogar, tomar lo mejor para construir los “puentes” y respuestas con sabor a evangelio que las fracturas del mundo gritan. Y hasta nuestras propias fracturas personales y congregacionales, que en muchas ocasiones nos mantienen en los “cuarteles de invierno”, encadenando nuestros propios carismas, llamados siempre “a más”.

¿Dónde están nuestras búsquedas conjuntas, con los laicos, con otras congregaciones, con nuestros pastores? ¿Dónde está lo intercongregacional? Las respuestas al barómetro, a nuestra calidez en las relaciones, al cuidado de los más vulnerables de dentro y fuera, en la búsqueda de la comunión, en la indiferencia, etc. nos harán percibir que estamos “caminando juntos”, o no, que la sinodalidad no es el término de moda, sino la propuesta siempre viva, y a veces incomoda, para preguntarnos si creemos en el “nosotros” solidario, que nos hace exclamar con el papa Francisco “¡qué importante es soñar juntos!… Soñemos como caminantes de la misma carne humana” (Fratelli tutti, 8).

Caminando juntos

Nuestra verdadera certeza de vida es: ¡Él está, vive y nos ha abrazado, compartiendo el camino, haciendo nueva todas las cosas, refrescando nuestro sí de cada día, cuando tal vez nos aferramos a lo de siempre! Qué bueno será aprovechar esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada para quitar miedos y fantasmas, y dejar que la LUZ verdadera “venza una vez más a las tinieblas”. Y volviendo a Simeón y Ana, tengamos “buena vista” para reconocer en un Niño pobre y frágil, y en nuestras realidades cotidianas de consagrados y consagradas, la verdadera esperanza, que se nos hace presente “caminando juntos”.

¡Que buen marco entonces esta celebración de la Vida Consagrada! si apoyados y “empujados” por el Espíritu vamos a los “templos” de tantas vidas rotas, fiados en el Dios siempre mayor, que activa nuestro “poco”, y, como José y María –unos pichones, eran pobres… (Cf. Lc 2,24)– llevamos y acogemos la llamada, antigua y siempre nueva, del amor que se hace sinodalidad, sinfonía (sonar juntos) alegre –que también pudiera ser un bonito sinónimo–, deseo de caminar juntos, hacia el nuevo Pentecostés al que toda la Iglesia estamos invitados.

Es la “hora”, es, pues, la oportunidad de tomarnos en serio “nuestra pertenencia” al santo Pueblo de Dios, como  llamados y llamadas por nuestra consagración a ser voz profética y humilde levadura que con la gracia fermenta el pan de la esperanza de cada día, para ¡la VIDA verdadera del mundo!

¡Feliz Jornada Mundial de la Vida Consagrada!

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