Tribuna

Una casa chiquitita

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Hablando del medio ambiente a un grupo de niños de 7 años uno de ellos, antes que les contara de qué se trataba, me dijo lo siguiente: “¡Yo sé que es el medio ambiente! Una casa chiquitita”. Cuando le pregunté por qué, muy seriamente me respondió: “Porque mi abuela vive en un departamento de un ambiente, medio es la mitad ¡es una casa chiquitita! Sus compañeros asombrados empezaron a preguntarle sobre el “ambiente” de su abuela y contó que con su papá habían ido a pintarlo, que él ayudó en la limpieza y que volvió muy contento.



Pablo se llama y no deja de tener razón en sus definiciones.

El medio ambiente es el conjunto de condiciones físicas y biológicas que rodean a los seres vivos y que influyen en su desarrollo y comportamiento. En pocas palabras es el aire, el agua, el sol, el lugar donde vivimos y nos desarrollamos ¡Es nuestra casa común! Una casa que se llama medio ambiente, una casa que hay que cuidar como a la casa de la abuela de Pablo. Si a esa casa o a cualquier casa no la cuidamos, dejamos la basura en cualquier parte, hacemos  que el agua salga en el dormitorio, permitimos que al cocinar se vaya agujereando el techo con el tiempo, ya no será habitable. Haciendo la comparación, con muchas acciones descuidamos nuestra casa común; por ej. tirando los residuos en cualquier parte, cambiando el curso de los ríos (por la minería, las autopistas, los diques o lo que sea) o usando aerosoles y combustibles que rompen la capa de ozono, capa que nos protege de los rayos solares que nos dañan.

Así como tenemos que cuidar la casa en donde vivimos y viven nuestros seres queridos, con más razón debemos cuidar la casa común que nos ha sido regalada y que heredarán las generaciones que nos siguen. Nuestra casa común no es tan grande ni tan fuerte como parece. Es un punto en el Universo al cual conocemos parte y por fotos, al parecer somos los únicos habitantes de los alrededores y es muy frágil.

Las consecuencias de decisiones tomadas en una parte de ella siempre repercuten en otro lado. Y viceversa. No podemos no verlo. Estamos conectados entre nosotros, somos parte de una realidad más amplia, en donde repito, todo se nos ha regalado y todo es bello. Generalmente nosotros lo afeamos, le quitamos naturalidad al querer transformar la naturaleza. ¡Es un medio ambiente! ¡Es una casa chiquitita!

Así como Pablo y su papá repararon la casa de la abuela, es momento de reparar nuestro medio ambiente antes de que sea tarde. Necesitamos un cambio de mirada desde abajo hacia arriba, desde lo sencillo, desde el momento en que se va de compras hasta el momento en que se invierten los ahorros, por ejemplo, orientándolos hacia bancos éticos, respetuosos de la balanza de la solidaridad. Es hora de que los cristianos empiecen a trabajar en red, a pensar colectivamente, sabiendo que cualquier elección, incluso la más pequeña, hace la diferencia y que juntos, unidos, podemos cambiar las cosas y revertir el curso que conduce a la destrucción de la Casa común[1].

¿Por dónde empezamos?

El papa Francisco, ya desde sus épocas de padre Jorge, alerta sobre el cuidado y el descuido de la casa común. Fue así que en la encíclica ‘Laudato sí’’ expone definiciones muy claras.

Respecto a la basura dice: “Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. (Punto 21)

Con claridad habla de que el descuido del ambiente tiene relación directa con el descuido de la vida del prójimo y del lugar que le damos al Creador: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta”. (Punto 48) “No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada”. (Punto 67)

Con razón podemos preguntarnos: ¿Qué hacemos? ¿Por dónde empezamos? Así como Pablo levantó la mano y no le temió al ridículo y también contó que había ayudado en el “ambiente” de su abuela, tenemos que dejar de mirarnos el ombligo. A eso nos invita Francisco: “Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad”. (Punto 208). “La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada”. (Punto 255)

Empecemos por contemplar amaneceres y atardeceres, todos diferentes y todos bellos, a valorar la gratuidad del aire, del sol y de las estrellas. A contemplar la grandeza eterna de la creación y a contemplarnos como pequeñas creaturas de paso.

Francisco en la Laudato Sí nos deja consejos prácticos: abrigarse más y evitar prender la calefacción, evitar el uso de material plástico, reducir el consumo de agua y de luz, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas,  plantar árboles y dar gracias a Dios antes y después de las comidas.

Los invito que al terminar de leer se pongan a mirar el cielo, a apreciar nuestra casa chiquitita y que, como Pablo, sintamos la satisfacción de ayudar a repararla.

[1] Cfr. Giansoldatti, Franca: El Evangelio verde del Papa Francisco, ediciones San Pablo, Roma, 2019