Tribuna

Un plan para resucitar a los migrantes, por José Luis Pinilla

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En el año 2000, en la localidad almeriense de El Ejido, se oyó y se repicó esta frase: “A las ocho de la mañana, todos los inmigrantes son pocos. A las ocho de la noche, sobran todos”. Pensar hoy en ellos solo como mano de obra precaria, en este tiempo de pandemia, para que trabajen como temporeros en los campos del sur (de España y de todo “los sures” del mundo), solo genera desconcierto y una cierta tristeza.



Pero no es mi intención en este texto poner el dedo en la llaga sobre aquellas malas prácticas o comportamientos que se están teniendo con muchos empobrecidos en este tiempo de COVID-19. Porque también ha habido muchas y muy buenas. Los aplausos a las ocho de la tarde, señal de resurrección, los avalan. Quiero más bien apuntar esta especie de vacuna para la crisis posterior que vendrá: social, económica, cultural y religiosa.

Nueva sociedad

Hay que reconocer no solo la fuerza productiva del emigrante. Urge mirarlo y atenderlo como persona. Y admitir de una vez por todas que los migrantes nos importan porque son imprescindibles para la construcción de las nuevas sociedades. Y las que van a salir tras el coronavirus van a ser nuevas.

Recuerdo ahora que, en 2015, presentamos el documento ‘Iglesia servidora de los pobres’. El actual presidente de la CEE, Juan José Omella –entonces, presidente de la Comisión de Pastoral Social–, lo presentaba y hablaba de que la motivación venía provocada por la preocupación ante el sufrimiento generado por la grave crisis económica, social y moral que afectaba a la sociedad española ya años atrás. Los obispos querían aportar su esperanza por el testimonio de tantos miembros de la Iglesia que habían ofrecido lo mejor de sus vidas para atender a quienes más sufrían las consecuencias de la crisis.

Aportación humana

Me gustaba imaginar a la Iglesia española dando un puñetazo en la mesa y diciendo que había llegado la hora de reconocer esta aportación humana, valorando la riqueza de los otros y cultivando la actitud de acogida, a fin de crear una convivencia más fraternal y solidaria, pues, en un futuro próximo, nuestra sociedad será, en mayor medida, multiétnica, intercultural y plurirreligiosa.

Pensar en la pospandemia en clave de esperanza me ha llevado a recordar aquel momento. Supongo que esas intenciones estará muy presentes en la pospandemia que se avecina tras el COVID-19 y ante la que nos está advirtiendo con tanta fuerza y mirada larga el ejemplar papa Francisco (a quien Dios guarde muchos años), que incluso ya ha creado, a través de nuestro Dicasterio del Desarrollo Humano Integral, una comisión que trabaja en esto.

Sin nacionalismos

Lo dicho. Yo prefiero, a pesar de todo, agarrarme a la esperanza, sobrevolando localismos, nacionalismos, estigmatizaciones, chivos expiatorios y demás zarandajas. Prefiero no mirarme el ombligo, creer que el instinto cainita va a ser domesticado y pedirle al Señor que me haga levantar la cabeza ampliando horizontes. Con otros muchos. Contigo, por ejemplo.

He recibido muchos testimonios esperanzadores respecto al comportamiento social de estos días tan trágicos. Solo deseo que eso se prolongue en el tiempo y que, con mucha más extensión que la maldita pandemia, aprendamos a descubrir señales de resurrección que nos despierten del sueño de creer que ya estaba todo hecho (¡Dios mío, en una nación en donde, a pesar de tantos y tan loables esfuerzos ,estamos teniendo una de las más altas tasas de contagio y fallecimiento del mundo!).

La caridad no se ha cerrado

Creo que, aunque a todos los ha pillado de improviso (autoridades, pueblo, ONGs, Gobierno), se ha respondido en muchos casos hasta con hechos heroicos: el colapso sanitario no se ha producido y el esfuerzo conjunto ha permitido dar respuestas no soñadas. Por ejemplo, procurar techo y comida a un elevado número de personas sin hogar, regenerar redes de apoyo vecinal mutuo, confinamientos voluntarios con emigrantes… “La caridad no se ha cerrado”, como dice la Vicaria Social de Madrid.

Por lo que me he informado de la labor con los colectivos de la movilidad humana, se han creado muchas iniciativas que esperamos se mantengan. Además de la fuerza de los Círculos del Silencio, en las dos orillas del sur, en casa o saliendo a las redes, hay teléfonos abiertos en las delegaciones, voluntarios para distribución de ayudas, alojamientos en iglesias, ofrecimiento de instalaciones eclesiales, acompañamiento en el duelo (¡qué importante es llorar juntos!), consultorios jurídicos, de consuelo y psicológicos, campañas de recogidas de fondos, manifiestos contra el racismo…

No estigmatizar

¿Por qué no seguir tras la pandemia en la actual coordinación y protección social, sin estigmatizaciones, con los menores migrantes y siguiendo defendiendo la salvaguarda de los extutelados? ¿O manteniendo en protección a aquellos que estos días (ojalá que también después) alcancen el tiempo máximo de estancia en los recursos de emancipación? La resurrección futura supone quitar la piedra que impide hacer salidas graduales y no automáticamente burocráticas.

El tema de la renovación de los documentos también está en stand-bye. El plan futuro pide agilidad para enterrar para siempre el tiempo doloroso de tan largas esperas en documentos recursos, permisos… Los necesitamos. El inmigrante es paradigma social para muchas cosas y lo será en el futuro: en resiliencia, en superación de dificultades, en creatividad y en el testimonio de la enriquecedora diversidad. Y es que, además, están en mi mismo barco. Y, a nivel internacional, simbolizan el multilaterismo , la necesidad de hacer real la gobernanza mundial, la potenciación de recursos para la OMS y la conciencia universal de que nadie puede gobernar solo

Gestos reales

Debemos felicitarnos y pedir que hechos como estos, gestos y medidas ejecutadas en precario pero muy reales, continúen al terminar la pandemia. Ese es el camino para el futuro. Para salir más fuertes y mejores y para caminar por mayores avances hacia la universalización de los derechos humanos. Que, con la experiencia de la contratación de temporeros extranjeros, se haga de la necesidad virtud e imitemos, como dice el Papa, “a los santos vecinos de al lado de la puerta” (en este caso, Portugal) y se inicie, por qué no, un plan de regularización para indocumentados. Urge reconocerles su aportación en la construcción social (y en la Iglesia ) y no solo hacerlos objeto de caridad. Lo mismo se puede hacer con otros colectivos migratorios: primar a los menores migrantes –¡siempre el superior interés del menor por delante!– y fortalecer los protocolos de defensa con las víctimas de prostitución y trata.

Lo estamos viviendo. Nos aplaudimos unos a otros sin ver raza o ideología. Con algo tan sencillo como los aplausos a las 20 horas (creo que son señal de resurrección), se está consiguiendo algo así como si la integración y la cohesión social se fueran fortaleciendo y fluyeran con facilidad . Como si, de repente –y el futuro dirá cuánto hay de verdad en ello–, creyéramos que “tú eres fundamental para mi supervivencia y yo para la tuya”. Es decir, “tú me importas”.

Deriva economicista

En la deriva economicista de la Europa actual (o de otras potencias, que tanto me da), poner a la persona en el centro de la actuación hay que seguir fortaleciéndolo. Cristo resucita cósmica y trasversalmente para atravesar vitalmente y potenciar la capacidad de las personas para construir sociedad, el Reino de Dios.

Será más o menos triste que haya sido por necesidad, pero lo hermoso es la conclusión: todos nos necesitamos a todos, todos somos responsables y custodios de la suerte de nuestros semejantes. Con la creación entera. Sin hipocresía, como dice el Papa, que denuncia la venta de armas mientras sigue el hambre en el mundo. El plan futuro de resurrección será el tiempo de la coherencia. O somos coherentes o perdemos todo. Coherencia: aquella por la que el Padre justificó la vida entregada de Jesús y la resucitó planificada.

Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana hacia Dios
por este mismo camino que yo voy.
Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen
Dios. (León Felipe).

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