Tribuna

‘Traditionis Custodes’ y la hermenéutica de la reforma

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Hace unos días, el papa Francisco concedió una entrevista a radio COPE, donde trató diversos temas relevantes sobre la vida de la Iglesia y algunos acontecimientos globales. Entre otras cosas, justificó lo que le llevó a redactar la carta apostólica ‘Traditionis Custodes’ que se publicó el pasado 16 de julio. El Papa hizo énfasis en que dicha carta obedece a la necesidad de evitar “la ideologización”, de lo que en un principio fue una decisión pastoral de sus predecesores para atender a quienes se sienten atraídos por las formas litúrgicas previas a la reforma del Concilio Vaticano II.



Sin embargo, después de realizar una evaluación colegiada con obispos de todo el mundo sobre la recepción práctica de las concesiones hechas por san Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI, el papa Francisco decidió suprimir algunos puntos. Uno de ellos, fue la posibilidad de creación de nuevos grupos atraídos por la liturgia previa a la reforma, también la posibilidad de realizar la celebración eucarística en el rito anterior en los templos parroquiales, así como las concesiones para celebrar sin autorización expresa de los ordinarios y/o de la Santa Sede.

No está por demás decir que estas supresiones y reivindicaciones con carácter estrictamente pastoral han causado resistencias y críticas en diversos ambientes eclesiales. Sin embargo, el origen histórico de estas desavenencias se remonta a la crisis posconciliar que el papa Benedicto XVI bien pudo describir en su discurso navideño para la curia romana el 22 de diciembre de 2005. Ahí el Papa señaló que las reacciones y lecturas después de las reformas del Concilio Vaticano II tenían dos vertientes: por un lado, la hermenéutica de la discontinuidad o ruptura, la cual ha acentuado que el Espíritu del Concilio va más allá de sus textos o expresiones.

Supone que hay una ruptura entre la tradición y las nuevas formas de adaptación de la fe, la liturgia y la vida de oración. Esta lectura es utilizada por quienes propugnan una aniquilación de todas las formas antiguas en pos de nuevas comprensiones del Evangelio, la vida sacramental y de fe; desalienadas todas ellas de cualquiera de sus formas y expresiones históricamente anteriores. Por otro lado, esta lectura es utilizada por el tradicionalismo que denuncia una supuesta traición a las formas y expresiones perennes que exigen una especie de fidelidad “atemporal”, fuera de la cual, se pondría entredicho la identidad de la Iglesia, y no digamos, su vocación salvífica.

Renovación dentro de la continuidad

Ahora bien, a estas lecturas progresistas y tradicionalistas propias de la hermenéutica de la discontinuidad se oponen las lecturas de la ‘hermenéutica de la reforma’. Según el papa Benedicto XVI, este tipo de hermenéutica consiste en la “… renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; que es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”. (Discurso del santo padre Benedicto XVI a los cardenales, arzobispos, obispos y prelados superiores de la curia romana, Jueves 22 de diciembre de 2005).

Aquí se renuevan las lecturas de los signos de los tiempos a través de las más recientes expresiones culturales, lingüísticas, científicas, teológicas y filosóficas que profundizan progresivamente en el misterio de la redención. Esto supone que la acción de Dios en la historia es concreta, progresiva y adaptada al lenguaje; así como a las situaciones y las necesidades de los sujetos concretos en sociedades concretas que reciben el Evangelio.

Y es que esta adaptación hunde sus raíces en el misterio mismo de la Encarnación en donde “la Palabra se hizo carne y ha puesto su morada entre nosotros”. Jn 1,14. Así podemos entender que el método que utilizó nuestro Señor para traer el mensaje del Padre, fue siempre adaptado a las situaciones locales, utilizando un lenguaje sencillo, narrando historias que tenían que ver con lo que vivía la gente de su tiempo. Esta encarnación hizo posible la comunicación adecuada e interpelante del Evangelio, así como la comprensión de aquellos “a quienes el Padre quiso revelarles estas cosas”. (Mt 11,25).

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Foto: Vatican News

La pluralidad de expresiones, contextos, sociedades, culturas e historias, no obstante su diversidad, es depositaria del Evangelio y la vida sacramental a través de sus formas de comprensión del mundo. Todas estas formas constituyen un “único sujeto-Iglesia”, que ha recibido de modos específicos un Credo y una vida sacramental comunes. Así, la renovación litúrgica que trajo consigo el Concilio Vaticano II, fue una dinámica de encarnación renovada que atendió a las formas de comprensión del mundo actual.

Sin embargo, para la hermenéutica de la ruptura, esto supuso un problema de fidelidad a la tradición y a sus “formas perennes” de expresión. Según esta visión, la expresión del mensaje del Evangelio, sus formas rituales y sacramentales y el modo de entenderlos deben ceñirse a una especie de centralismo interpretativo condensado, prioritariamente, en el Concilio de Trento, en donde se dieron grandes reflexiones y definiciones de carácter dogmático, sacramental, disciplinario y pastoral.

Ante este panorama, es necesario recordar que la labor de los Concilios en la Iglesia siempre ha supuesto esquemas de adaptación regidos, justo, por las necesidades de comprensión, especificación e implementación de la vida de la fe en los nuevos contextos. Podemos decir así que la pretensión de que solo existe un modo perenne de expresión o comprensión de la Revelación es atentar contra el propio misterio de encarnación en su raíz más profunda. Es necesario, por tanto, atender a esta noble y continua labor de renovación que descubre paulatinamente la voluntad de Dios en la lectura que discierne los signos de los tiempos a la luz del Espíritu.

Transmisión atendible e interpelante

Ello no significa renunciar o despreciar las formas antiguas de expresión de la fe, pues, todas ellas han posibilitado la madurez de la vida de fe en sus formas actuales. Es por ello que el papa Francisco ha declarado que la única forma de la “lex orandi” de la Iglesia en el rito latino proviene de los libros litúrgicos promulgados por san Pablo VI y san Juan Pablo II en el sentido de que contiene en su esencia lo que otros ritos precedentes ya habían formulado, además de elementos propios que han enriquecido las formas actuales de dicho rito latino. En pocas palabras, los rituales precedentes subyacen en el el ritual posconciliar, acentuando así el carácter de unicidad del sujeto-Iglesia predicho por Benedicto XVI.

Por otro lado, el papa Francisco ha hablado de la “prevención de la ideologización” que implicaría una apuesta por la hermenéutica de la ruptura. Ciertamente la celebración con los rituales previos al Concilio Vaticano II ha traído consigo grandes frutos en la historia de la santificación de la Iglesia. De hecho, hay concesiones que no se han derogado y que ciertamente atienden a la espiritualidad de muchas personas que se sienten realmente interpeladas por estas bellas formas litúrgicas.

Sin embargo, el Papa ha pedido que las lecturas se realicen en la lengua vernácula, atendiendo a la necesidad primordial de comunicar en las expresiones que los fieles puedan entender, pues la labor de la evangelización supone una transmisión atendible e interpelante, pues, de otro modo, la celebración en latín, sin el conocimiento de la lengua, solo queda en una bella pretensión que se jacta de “custodiar la tradición”, cerrando los oídos a la voz del Dios que se encarna en nuestro lenguaje.