Tribuna

Tradicionalismo o ideología: el nuevo Papa León XIV y los jueces de la ortodoxia

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La elección de un nuevo Papa es siempre un acontecimiento de alcance mundial. Para la Iglesia, representa mucho más que el relevo de un cargo: es una señal de continuidad y renovación, un acto profundamente espiritual y pastoral. Es también una ocasión que nos recuerda la grandeza de la Iglesia católica: una comunidad universal, bimilenaria, con luces y sombras, pero guiada por el Espíritu Santo.



Debemos sentirnos orgullosos de pertenecer a esta Iglesia, a pesar de sus fragilidades humanas. En ella hemos recibido la fe, los sacramentos, el testimonio de tantos santos y mártires, y la esperanza de un camino hacia Dios. Sin embargo, en estos tiempos necesitamos pedir con insistencia la virtud de la humildad: para no creernos dueños de la verdad, para tener una mentalidad abierta, misionera, y no ideológica. No debemos olvidar que Cristo, y no nuestras opiniones, es el centro de nuestra fe.

No nos quedemos atrapados en lo espectacular del circo mediático. Mientras muchos celebran, critican o especulan, olvidamos que en el corazón de este acontecimiento está el mismo Cristo, que sigue guiando a su Iglesia. Pero no todos lo viven así. Para ciertos sectores, especialmente algunos grupos que se autodefinen como “tradicionalistas”, la elección Papal se ha convertido en una oportunidad para encender una maquinaria de desconfianza, sospecha y, en muchos casos, de abierta hostilidad.

El nuevo Papa León y la narrativa del miedo

Apenas anunciado el nuevo Pontífice, comenzaron a circular en redes sociales y en canales de YouTube (muchos con base en España y América del Sur y del Norte) toda clase de análisis sobre su supuesta falta de ortodoxia. Se juzga su pasado, sus palabras, sus gestos, incluso su rostro y tono de voz. Se revisan frases fuera de contexto o antiguas declaraciones, a la búsqueda de indicios de herejía. Todo con una intención clara: sembrar la sospecha de que el nuevo Papa no es fiel a la doctrina católica.

Estos sectores no reaccionan como hijos que acogen a su padre con respeto y esperanza. Actúan más bien como inquisidores que creen tener el monopolio del juicio doctrinal. En sus discursos se declaran guardianes de la fe, pero en la práctica se erigen como verdaderos papas paralelos, midiendo cada decisión pontificia según sus propios esquemas ideológicos.

Pretenden meternos en una cárcel de la confusión, construida con los barrotes del miedo y una narrativa que constantemente denuncia el caos, la apostasía o la supuesta traición a la tradición. Este estilo no edifica ni evangeliza; más bien paraliza, divide y llena de angustia a los creyentes sencillos.

Lo más preocupante es que estos grupos se atribuyen a sí mismos el medidor de la ortodoxia, como si fueran el criterio supremo del pensamiento católico. Sin embargo, no están solos en el mundo digital. Existen también canales de YouTube y portales que con fidelidad, claridad y verdadero amor a la Iglesia están al servicio de la fe católica, sin caer en el fanatismo ni en la confusión. Son luz en medio de tanto ruido.
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Doce años alimentando división

De todos modos, no es algo nuevo. Durante el pontificado del Papa Francisco, estos mismos grupos se dedicaron sistemáticamente a erosionar su autoridad con todo tipo de críticas, descalificaciones y campañas de confusión. Nunca lo reconocieron como legítimo del todo; siempre encontraron un ángulo para debilitar su imagen. Bajo el disfraz de una defensa de la tradición, se escondía una estrategia de resistencia y sabotaje.

Los frutos han sido dolorosos: división entre fieles, desconfianza hacia los obispos, polarización interna, y en algunos casos, ruptura con la comunión eclesial. Todo en nombre de una supuesta fidelidad doctrinal, pero con formas y lenguajes ajenos al Evangelio.

¿Tradición o ideología?

Paradójicamente, muchos de los actuales portavoces del “tradicionalismo” provienen de contextos profundamente marcados por el liberalismo político y económico. En el siglo XIX, los mismos sectores que hoy invocan a Santo Tomás y al latín litúrgico, combatieron al Magisterio de la Iglesia por sus críticas al capitalismo salvaje o por su defensa de los derechos de los pobres y de los trabajadores.

El tradicionalismo católico, tal como hoy lo presentan algunos influencers y medios digitales, no nace de la obediencia y el amor a la tradición viva de la Iglesia, sino de una reacción cultural, social y política. Se trata muchas veces de una nostalgia identitaria, más cercana al nacionalismo que a la fe. Y no pocas veces, financiada o promovida por fundaciones oscuras, lobbies de extrema derecha o grupos con intereses claramente políticos.

El papel de los medios y la responsabilidad de los creyentes

Es preocupante que muchos católicos confundan canales de YouTube con autoridad doctrinal, o youtubers con teólogos serios. Se ha perdido el respeto por el Magisterio auténtico y se ha sustituido por una lógica de consumo de contenidos ideológicos. La prensa, por su parte, cae fácilmente en la tentación de amplificar las voces más ruidosas, aunque sean las menos representativas.

Ante esta situación, los creyentes están llamados a madurar en su fe. La verdadera fidelidad a la Iglesia no consiste en repetir slogans ni en juzgar desde el teclado, sino en vivir en comunión, en escuchar al Espíritu, en amar la verdad con caridad.

Oraciones, no juicios

El nuevo Papa León, como cualquier sucesor de Pedro, no necesita ser “evaluado” por grupos ideológicos disfrazados de custodios de la ortodoxia. Necesita nuestra comunión, nuestra oración, nuestra docilidad a la acción del Espíritu que sigue guiando a la Iglesia. La tradición no se conserva a fuerza de gritos, sino con humildad, estudio, servicio y unidad.

Que no nos engañen los disfraces doctrinales del orgullo espiritual. No todo el que dice “doctrina, doctrina” está en comunión con Cristo. Como dijo el Señor: “Por sus frutos los conoceréis”. Y los frutos de muchos de estos grupos son amargura, sospecha y división. Que eso nunca sea nuestro camino.

A pesar de los ruidos, tensiones y ataques que puedan surgir desde dentro o fuera, la Iglesia sigue siendo Madre y Maestra, sostenida por la promesa de Cristo y guiada por el Espíritu Santo. La elección de un nuevo Papa no es ocasión para el juicio o la sospecha, sino una oportunidad para renovar nuestra fe, nuestra comunión y nuestra esperanza.

No necesitamos guardianes del miedo, sino testigos de la alegría del Evangelio. No estamos llamados a ser jueces de nuestros pastores, sino discípulos que caminan juntos, con humildad, fidelidad y apertura de corazón. El verdadero amor a la Iglesia se manifiesta en la oración, el respeto y el compromiso con su misión evangelizadora.

Hoy más que nunca, seamos sembradores de unidad, no de división; constructores de paz, no de confusión. Caminemos con el nuevo Papa, con la Iglesia entera, y con la mirada fija en Jesús, el único Señor, el verdadero Pastor y la roca firme sobre la que se edifica nuestra fe.