A la Promo 58
Ha aparecido el primer documento de relevancia del pontificado de León XIV. Un documento que nos permite imaginar a Cristo dirigiéndose a cada uno de nosotros diciendo: no tienes poder ni fuerza, estás agobiado y lleno de dudas, pero a pesar de todos los problemas, dificultades, enfermedades y vicisitudes, “yo te he amado” (Ap. 3,9).
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En la exhortación apostólica ‘Dilexi te’, León XIV, siguiendo la línea de ternura de sus predecesores, desde san Juan XXIII hasta Francisco, deteniéndose un tanto en la sonrisa inagotable de Juan Pablo I, entramos nuevamente en la profunda dimensión del amor del Señor.
Firmada el 4 de octubre, durante la festividad de San Francisco de Asís, nos recuerda que la opción preferencial por los pobres es uno de los pilares de la Iglesia de Cristo. Lo hace desde las líneas que palpitan en ‘Dilexit nos’, la última carta encíclica de Francisco, como un testimonio vivo y ardiente de la convicción de que el vínculo entre el amor de Dios y el amor a los pobres: a través de ellos, Dios “sigue teniendo algo que decirnos”, afirma el papa León.
Cristo, desde su amor, nos invita a acercarnos
La palabra pobre ha sido empleada una y otra vez como una categoría de espíritu económico. Sin embargo, y esto es muy a título personal, yo la entiendo en un sentido mucho más amplio. La pobreza, como expresión negativa, supera todos los discursos y, en algunos casos, suele ser más dolorosa y lamentable. Desde esa perspectiva voy tomando cada línea de la exhortación, muy especialmente cuando, en el primer capítulo, León XIV retoma el pasaje del Evangelio en el cual defiende a aquella mujer que derrama sobre Él un perfume muy valioso. Cristo afirma: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre” (Mt 26, 8–11).
Enseña el Santo Padre que, para el Señor, ningún gesto, por muy insignificante que pueda parecer, quedará en el olvido, especialmente cuando su destino es un corazón afligido por el dolor, la soledad, la necesidad, como lo estuvo Él mismo, por cierto. Aquí la mirada se extiende hacia el testimonio que fue San Francisco de Asís. Siendo joven, Francisco vivió un “renacimiento” cuando tuvo que enfrentar la realidad de aquellos leprosos que fueron “descartados” de la sociedad. Esa opción preferencial por los pobres, que fue la conclusión de Medellín y Puebla, por ejemplo, se transforma hoy en una invitación a renovar la Iglesia desde una profunda liberación de toda autorreferencialidad que no nos permite escuchar y sentir el clamor de los pobres.
La ilusión de felicidad
Vivimos inmersos en una cultura que ha buscado hacer artificial todas las experiencias humanas. Se ha dedicado a construir una ilusión según la cual la felicidad y el éxito descansan en las riquezas materiales y en cierto hedonismo que ya acaricia lo vulgar. Contra ella, desde la caridad cristiana, van muchas líneas del documento. León XIV vuelve sobre algo ya señalado por la Iglesia: la pobreza no es una circunstancia accidental y, mucho menos, una elección personal. Ideas que, por cierto, están presentes en el corazón de muchos cristianos. Otros han ridiculizado la caridad, transformándola en un espectáculo que no busca a Dios, sino el aplauso y el like respectivo.
‘Dilexi te’ nos recuerda, una vez más, la elección preferencial de Dios por los pobres. Un Padre que se preocupa por la condición humana en su totalidad, dentro de ella, por supuesto, la pobreza. Un Dios que no solo se hizo hombre, sino pobre. Un hombre pobre que vivió la radical pobreza de la muerte. Una pobreza que, como señala el Santo Padre, no excluye ni discrimina a otros grupos. En cierta medida, y como ya muchos han afirmado, Dilexi Te es una extensión del espíritu con el cual Francisco tejió ‘Dilexit nos’, pero también muchos aspectos de su pontificado, muchas veces malinterpretado y atacado con ferocidad. En todo caso, estas son unas primeras impresiones de un documento que revela el corazón de la Iglesia católica y su mirada amorosa hacia todos aquellos que hemos descartado abiertamente o en cómplice silencio. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y aprendiz del Colegio Mater Salvatoris