Tribuna

Sopló y sopló…

Compartir

… Y sigue haciéndolo, sin fuerza, sin ruido, sin grandes efectos especiales. Con insistencia, pero si avasallar; con aromas varios, como para que cada uno sienta el que más le va. Porque entre las muchas paradojas que tiene el cristianismo, el Espíritu Santo protagoniza una de las más interesantes y atractivas. Esta paradoja consiste en que el Espíritu es y genera unidad, pero con un matiz impresionante y es que lo hace en la diversidad. Por desgracia es algo que nos cuesta entender, asumir y, mucho más vivir.



Unidad y diversidad

La diversidad que nos regala el Espíritu, presente ya desde la creación del mundo y, evidentemente del hombre, va mucho más allá de la diversidad de carismas porque, un mismo carisma no es vivido de idéntica manera por dos personas, y no digamos ya por dos culturas. El Espíritu nos da fuerza, sí, pero sobre todo esa fuerza debería expresarse en nuestra convicción para abrir los ojos a lo que normalmente no vemos, no queremos ver, o no buscamos.

Esa fuerza que muchas veces esperamos se manifieste en actos que, si no heroicos, sí que creemos deben ser muy visibles, en realidad tendría que manifestarse en hacernos más sensibles a la realidad de quien está cerca, y hoy todos estamos cerca a través de los medios que tenemos para comunicarnos. Y hacernos también sensibles  a que la fuerza del Espíritu no actúa solo sobre el ser humano, sino sobre toda la naturaleza.

El movimiento

Ahora está de moda decir que “venimos del polvo de estrellas” y científicamente es verdad. Nadie puede negar que nuestra composición bioquímica comparte la mayoría de los elementos con que están formadas las estrellas y, además, manifiesta la evolución querida por Dios en la creación. Sin embargo, esta poética manera de aludir a nuestra creación, pone de manifiesto algo que también pasa desapercibido y es que, Dios, nos creó en movimiento. Ese movimiento, largo en el tiempo y en el espacio -hasta que las partículas de polvo de estrellas alcanzaron la masa cálida de agua que Dios había llamado mar- sigue presente en la acción del Espíritu sobre toda la creación.

Toca seguir en movimiento, pero en movimiento entendido, asumido, querido, y que no nos vuelva a traer al punto de partida. Los vientos mundiales soplan fuertes en todos los sentidos; los eclesiales también aunque intentemos disimular. Todas las estrategias seguidas hasta ahora para promover un cambio –decimos que suscitado por el Espíritu– no parecen haber llegado a buen puerto y no por culpa del Espíritu precisamente. Cuando invocamos al Espíritu como guía de nuestras acciones, tenemos que asumir, por deseo y convicción, que en este momento esa guía tiene que pasar por el discernimiento porque solo desde ahí, desde un discernimiento vivido en profundidad personal y eclesial, seremos capaces de hacer saltar los muros que nos impiden vernos, hablarnos, comprendernos y generar vida en forma de cambios de estructuras eclesiales.

El soplo del espíritu

Ese discernimiento, clave en el proceso sinodal que estamos iniciando, debe abocarnos a un diálogo sincero, abierto, e inclusivo con la diversidad en todas sus manifestaciones. Si creemos que el Espíritu sopla donde, cuando y sobre quien quiere, ¿quiénes somos nosotros para ponerle trabas e interpretaciones reduccionistas? ¿Esperar regalos del Espíritu? El Espíritu es el regalo que no se agota al desenvolverlo y abrirlo.

Como sociedad somos una sociedad quebrada. Como Iglesia hace ya tiempo que dejamos la barca e intentamos mantenernos a flote sobre una tabla de surf, esquivando las olas más grandes porque no sabemos mantener el equilibrio, y nos engañamos diciéndonos que hacemos lo que podemos en un mundo que, como Iglesia, nos es mayoritariamente hostil. Si nuestra reflexión no va más allá es porque creemos que todo depende de nuestras fuerzas y capacidades. ¡Qué ilusos somos y qué miedo tenemos!

Se percibe una suave brisa. Huele a Espíritu. Abramos puertas y ventanas. Respiremos hondo. Él nos da la fuerza y a nosotros nos toca discernir para avanzar sinodalmente en la reforma de la Iglesia en la que la diversidad será clave.

Celebremos al que nos abre posibilidades infinitas de vivir, disfrutar y compartir la libertad y el amor con que Dios nos creó.

Sopló y sopló… Y que siga haciéndolo. Por nuestro bien.