Tribuna

Ser una catequista hoy

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Hace algún tiempo el papa Francisco dijo que no hay que “hacer” de catequista sino “ser” catequista. Una diferencia no precisamente irrelevante, por usar un eufemismo… Esto requiere de hecho, como es fácilmente deducible, una coherencia absoluta entre lo que se explica a los niños y a los jóvenes que se preparan para recibir la Primera Comunión y la Confirmación y esto creo que es una de las principales razones de la falta de catequistas que nuestros párrocos conocen bien.

No es fácil aceptar cuestionarse o, mejor, ser cuestionados por jóvenes que, como sabemos, están siempre preparados para señalar con el dedo algo que les suena raro. Donde, a la palabra “raro”, sustituyes precisamente con “incoherente”. Y si les dices “bienaventurados y mansos” y que es necesario perdonar setenta veces siete, luego tienes que ser el primero en hacerlo.



Esta motivación, aunque en mi opinión , no es suficiente, por sí sola, para explicar por qué es cada vez más difícil encontrar nuevos catequistas entre los laicos, en particular en el grupo de edad de 20 a 45 años. Para complicar la vida de aquellos que, por diversas razones, desean participar en cualquier actividad voluntaria, incluido el catecismo, existe indudablemente una vida diaria cada vez más frenética.

Que, para los hombres, en la mayoría de los casos se limita al trabajo, mientras que para las mujeres contempla una serie de voces que, a veces, los dedos de una mano no son suficientes: casa, trabajo y, sobre todo, niños con escuela, tarea, gimnasio, piscina, teatro, yoga, baloncesto y fiesta de cumpleaños de amigos. Ser capaz de salir de esta jungla de compromisos y encontrar una hora a la semana para dedicarse al catecismo no es fácil…

mano tatuada con cruz

Además, por último pero no menos importante, existe la creciente dificultad de ser escuchado por los jóvenes, de entrar en su mundo cada vez más virtual y cada vez menos real con un mensaje que, al menos en la mayoría de las veces, es muy diferente a los otros mensajes con los que son bombardeados todo el día en las redes sociales. A menudo es difícil, y lo digo por experiencia personal, incluso lograr que apaguen el teléfono.

Tanto es así que, para evitar transformarme en catequista detective en busca de teléfonos móviles ocultos y escondidos debajo de la mesa, a menudo les invito a escribir comentarios sobre lo que acabamos de leer o decir y mandarlos  a nuestro grupo de WhatsApp. Transformando de esta forma la tecnología de la esclavitud (ellos) en recurso (nuestro) y “luchando” con ellos en igualdad de condiciones. Más o menos, tal como se llama nuestro grupo de WhatsApp.