Amonio Saccas, reconocido como el instruido de Dios y fundador del neoplatonismo, también es recordado por ser el maestro de figuras fundamentales del pensamiento místico como Orígenes y, quien nos reúne, Plotino.
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Al igual que Sócrates y Platón, no puede comprenderse a Plotino al margen de su maestro, pues su obra, ‘Enéada’, se encuentra impregnada profundamente por el espíritu de Amonio.
Sí, efectivamente, también podemos encontrar algunas pinceladas de platónicos como Cronio o Numenio, también de peripatéticos como Aspasio o Adrastro, pero ninguno como Amonio, con quien estuvo por casi 10 años. Años en los que aprendió del maestro, en especial, el celo por la verdad que, sin duda, siempre vinculó con la idea de belleza.
De su mano, Plotino va a construir uno de los sistemas filosóficos más espiritualistas que ha conocido Occidente. Sistema que se sostuvo en el tiempo, gracias al esfuerzo de uno de sus discípulos, Porfirio, quien se encargó de recoger y organizar en forma de breves tratados. Un total de seis series de nueve tratados que lleva por nombre ‘Enéadas’. De esa obra, rescatamos hoy dos en particular: ‘Sobre lo bello’ (En. I 6) y ‘Sobre la belleza inteligible’ (En. V 8).
Aunque, creo que no está de más decirlo, en la obra de Plotino existe un hilo conductor que cruza todo su trabajo, conectándolos como un cuerpo de ideas que va, no solo en busca de la verdad, sino que esa búsqueda se transforma, al mismo tiempo, en su defensa.
Sobre los dos tratados
Los dos tratados que directamente tocan el tema de la belleza son ‘Sobre lo bello’ y ‘Sobre la belleza inteligible’. En ambos, Plotino desarrollará toda su idea sobre el tema de la belleza, pero más allá del plano estético como lo podemos comprender en la actualidad.
En el primer tratado, Plotino abordará una explicación sobre los entes bellos que pueden ser percibidos por la vista y por los oídos. También nos acercará a las formas bellas que son ajenas a la percepción sensible, puesto que pertenecen al alma. En este mismo tratado, asomará una posible formulación para una escala de bellezas, debido a que entiende que las realidades no participan con la misma perseverancia de ella. En tal sentido, queda claro que para Plotino la belleza es algo objetivo y no subjetivo.
En el segundo tratado, se lanza a las profundidades del mundo inteligible donde, según entiende Plotino, se encuentra la fuente de toda la belleza del mundo sensible. Siguiendo a Platón, postula que la belleza sensible es una manifestación o reflejo de esta belleza inteligible.
Esta belleza solo puede ser comprendida a través de la mente y la razón por medio de la contemplación filosófica. Esta belleza inteligible desnuda su ser solo a aquellos que son capaces de elevar su alma desde lo sensible hasta lo inteligible. La belleza sensible es solo una sombra o reflejo de la belleza verdadera, que es eterna y perfecta. Por ello, Plotino afirma que el alma humana tiene una finalidad: unirse con esa belleza inteligible por medio del conocimiento y la virtud, alcanzando así una unión con lo divino y la felicidad plena.
La belleza del alma
El alma es bella, afirma Plotino, por la sabiduría que le viene de la inteligencia, porque es, en definitiva, la realización resplandeciente de su ideal inteligible. La belleza del alma es intermediaria entre la inteligencia y el cuerpo, viene a ser la realización esplendente en sí misma de su arquetipo o de su ideal, esto, por supuesto, desprendido de su aproximación a Platón.
El alma hermosa, en tal sentido, es aquella que está en armonía con su verdadera naturaleza, libre de las ataduras del mundo material y llena de luz interior. Es una belleza que refleja su cercanía a lo eterno y lo perfecto (lo inteligible), y que se manifiesta en su bondad, sabiduría y serenidad. Por lo tanto, la virtud vendrá a ser el camino a través del cual conocemos la belleza del alma. Cuando el alma practica la moderación, la justicia, la sabiduría y otras virtudes, se vuelve intrínsecamente bella.
Una idea que veremos luego profundizada por San Agustín y, más recientemente, por Benedicto XVI, es la afirmación según la cual el amor a la belleza es, finalmente, una nostalgia metafísica: salimos de la fuente del ser, del bien, del Uno. En tal sentido, Plotino invita al hombre a subir de la belleza sensible a la belleza del alma, y de esta a la belleza inteligible y a la belleza del Uno. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris