Tribuna

Pero nos necesitáis

Compartir

Escribo esta tribuna desde la libertad que me da saberme tan hija de Dios como cualquier varón, y desde la libertad de hacerlo después de haber dejado claro queNo quiero ser sacerdote’ (PPC, 2020), ni diácono, y que defenderé que otras mujeres puedan hacerlo porque las hay con auténtica vocación. Estoy bautizada y el bautismo me revistió de Cristo lo mismo que a todo bautizado. San Pablo nos dice que “en Cristo ya no hay judío ni gentil, ni esclavo ni libre, hombre no mujer, sino que todos somos uno en Cristo” (Gal 3, 28-29). Sin embargo, parece que unos están más revestidos que otras.



Hemos conocido el resultado del estudio que Francisco encargó a una comisión sobre el diaconado femenino hace años. El cardenal arzobispo emérito de L’Aquila, Giuseppe Petrocchi (1948), presidente de esta comisión, envió a León XIV hace tres meses el resultado de sus indagaciones y, ahora, el Papa ha decidido hacer público este documento.

Que quede claro que no es el resultado del Grupo de Trabajo n. 5 del Sínodo de la Sinodalidad, que tiene como encargo el estudio sobre ‘Algunas cuestiones teológicas y canónicas en torno a formas ministeriales específicas’. Según publicó Vatican News hace poco más de un mes, el Grupo de Trabajo n. 5, en su informe intermedio dijo: “En cuanto a la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado, tema por el que el papa Francisco ha ‘reactivado’ los trabajos de la Segunda Comisión de Estudio, el informe provisional explica que ‘se han enviado a esta Comisión -la que ha entregado su decisión a León XIV- todas las contribuciones surgidas en los trabajos sinodales y relacionadas con la cuestión planteada’. Los resultados del trabajo de la Comisión se darán a conocer próximamente”.

Ya los conocemos y, leyéndolo con cuidado, recuerda mucho al baile de la yenka. Mucho moverse, pero, al final nos quedamos donde estábamos. Unos dicen que sí, otros que no y, dicho con todo respeto, se le pasa la patata caliente al papa para que con prudencia decida.

Los silenciosos

Este documento en forma de carta es muy explícito en los resultados de las votaciones y en las sucesivas citas de la Comisión Teológica Internacional. Sin embargo, llama poderosamente la atención que, una vez más, recurran a la masculinidad de Jesucristo como razón –sacramental y antropológica- más poderosa. Si ese es el gran punto de apoyo, y aunque ahora estemos intentando rebajar los títulos y tratamientos protocolarios en la Iglesia, creo que habría que añadir uno de forma obligada a los ya conocidos de ‘Su Eminencia’, ‘Su Excelencia’, ‘Su Ilustrísima’… Este título sería ‘Su Masculinidad’.

Sé que no todos los diáconos, no todos los sacerdotes, no todos los obispos, y no todos los cardenales comparten el pensamiento de esta Comisión. Es más, lo sé y me consta directamente de algunos, sin embargo, todavía nos queda mucho para mostrar diferencias de pensamiento –que no atacarían a la unidad ni a la comunión en la Iglesia- públicamente. A estos silenciosos… ¡Ellos sabrán!

A ‘Sus Masculinidades’ no creo que sea necesario decirles nada, porque creen tanto en el peso teológico de sus razonamientos que no consideran necesario escuchar a quienes apartan y humillan con esos razonamientos, aunque supongan una incoherencia con la teología bautismal y con la teología paulina expuesta en la Carta a los Gálatas. Porque, ¿esta exclusión no contradice la igualdad? ¿Cómo pueden explicar esto?

¿Puerta abierta?

Dejáis la puerta abierta, ‘Sus Masculinidades’, a otros ministerios para servir a la comunidad. Eso es bueno, pero ¿qué creéis que hacemos las mujeres desde el inicio de la Iglesia? Incluso ese diaconado que nos negáis lo viven muchas mujeres desde hace tiempo en muchos países de algunos continentes porque, paradojas de la vida y de la Iglesia que queréis perpetuar, no nos queréis ni nos respetáis, pero nos necesitáis.

En cierto sentido os pilláis los dedos vosotros mismos, porque reconocéis que hay diferencias entre quienes consideran que el diácono es para el ministerio y quienes consideran que es para la ordenación, y que “si se aprobara la admisión de las mujeres al primer grado del orden, resultaría inexplicable su exclusión de los demás”. En el fondo, os seguís moviendo por el miedo a las mujeres a las que, aunque digáis que no, no conocéis ni queréis conocer.

Decía Christian Bobin, filósofo y escritor francés ganador de varios premios incluido el Gran Premio Católico de Literatura, en su maravilloso libro ‘El Bajísimo’: “Los hombres, al tener un miedo eterno a las mujeres, se condenan eternamente a no conocer casi nada de ellas, a no probar casi nada de la vida y de Dios. Porque son los hombres los que hacen las Iglesias, es inevitable que las Iglesias desconfíen de las mujeres, como desconfían de Dios, procurando dominarlas a ellas y a él, tratando de contener el fluir de la vida en el prudente lecho de los preceptos y de los ritos. La Iglesia de Roma, sobre este punto, se parece a todas las demás”.

Mujer Rezando

Mujer en una iglesia

Decís que el juicio sobre el diaconado no es definitivo, pero es una expresión tan manida desde hace tiempo, que ya no la podéis emplear como una puerta abierta a la esperanza, porque la habéis convertido en una sala de espera para muchas mujeres y para la propia Iglesia. Da la sensación de que jugáis con el tiempo como jugáis con nosotras.

¿Todo va a depender de lo que diga el Grupo de Trabajo n. 5? ¿Qué quiere Dios para la Iglesia del tercer milenio? “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”, dijo Francisco en el Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015). Esto no hay que perderlo de vista. ¿Se atreverá el Grupo de Trabajo a contradecir a esta Comisión?

Pese a todo, las mujeres sabemos que somos tan Iglesia como lo sois vosotros. Seguiremos ahí, haciendo Reino donde nos ponga la vida. Seguiremos en la Iglesia que, repito, somos todos, aunque tal vez no todas en el papel que a la mayoría os gustaría que desempeñáramos. Porque muchas sabemos cuál es el lugar que nos indicó el bautismo a través de la vocación personal que nos regaló. Sí, ese bautismo que nos reviste a todos y todas –para que no haya duda- de Cristo.