Tribuna

Palabras de más, palabras de menos

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¿Se han puesto a pensar cuántas palabras escritas nos llegan cada día por mensajes de texto? ¿Cuántas leemos en las redes? ¿Las que nosotros mismos enviamos?



Es una ensalada con buenas intenciones que también incluye faltas de ortografías, abreviaturas, signos, emoticones que yo quise poner con una intención  y se entendió de otro y todo lo que quieran agregar.

La palabra es una de las herramientas básicas de la comunicación, por eso hay que cuidarlas mucho.

Las palabras dichas, el tono construyen o destruyen y cuando están dichas no hay marcha atrás. Como decía mi abuela “se es dueño de las palabras que se callan y se es esclavo de las que se dicen”. Pero más allá de este conectar o quedar bien con lo que decimos está el otro que las recibe, ese otro se merece mi respeto siempre, aunque todos piensen lo contrario.

Por un lado asistimos a una verborragia en donde todos dicen palabras que muchas veces nos empachan, palabras con una intencionalidad de manipular, con autorreferencia o sencillamente son dichas porque sí.

Nuestros mensajes de texto con los predictivos acercan, alejan, generan rechazos, bloqueos de contacto y ¡no hablemos de los extensísimos audios que comienzan o terminan con “disculpa si es largo”! Por algo el buen WhatsApp le ha puesto velocidad de escucha.

Palabras y testimonios

Las redes sociales por un lado son un gran escenario para la actuación de nuestras amigas, allí podemos usarlas a nuestras anchas, con o sin identidad, con o sin impunidad, con o sin creatividad, pero a su vez mientras menos palabras tengan nuestros posteos más se leen y allí hay que cuidar más la cantidad que a veces trae calidad. Palabras de más versus palabras de menos, a este desafío estamos enfrentados.

Recurro a una palabra eterna: la Palabra de Dios, la Palabra del Evangelio. Jesús allí usa lo justo, lo necesario y su palabra además de fuerza testimonial tiene vida.

No estaría mal esta receta para el uso de nuestras palabras, que cada una tenga vida al pensar en el receptor, el lector, y por otro lado, la fuerza de la verdad de mi testimonio, aquella coincidencia entre lo que hago y lo que digo…quizás en eso pensaba mi abuela con su sabio consejo.