Tribuna

¿Navidad sin Dios y sin pesebre?

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Hace dos años me impresionó mucho pasearme por una famosa capital de uno de los países “católicos” de Europa, y descubrir que la engalanadura navideña de calles y comercios ya no incluía al niño Jesús y, mucho menos, al pobre pesebre de Belén. Esos signos cristianos habían sido reemplazados por Papá Noel, gnomos, animalitos varios, pelotitas de colores, arbolitos, medias, renos y cuanta cosilla fuera adecuada para ser vendida con facilidad.

Con esto no quiero, por un lado, negar lo que tienen de positivos esos sentimientos de paz y de alegría que abundan por el globo en estas fechas que son siempre un signo de esperanza, y por otro, caer en una nostalgia de la cristiandad que ya no existe y que, confundía la sociedad civil con la Iglesia, y hacía un puré de usos, leyes y costumbres no siempre de buen gusto. Personalmente, prefiero una sociedad civil plural y abierta a todos los credos, pero que no sea tan torpe de olvidar sus tradiciones que le dieron rostro propio y una cultura humanizante.

En nuestro caso vernáculo, percibo que vamos otra vez hacia una navidad todavía con rastros cristianos (algunas misas, unos cuantos pesebres, alguna cantata de buen gusto, etc), pero, tal vez, sin un “niño Dios” que luego será Jesús de Nazaret, el profeta crucificado y el salvador resucitado. Creer de verdad que Dios se encarnó es uno de los pilares de nuestra fe y sus consecuencias son enormes.

Desde adentro

A modo de ejemplo, elenco: es creer que Dios no actúa desde afuera de la historia sino desde adentro, desde el ser humano en el uso de su libertad; es creer que Dios, aunque ama a todos, empieza siempre por los últimos, los excluidos y los más pobres; es creer que el compromiso por el reino de Dios es irrenunciable; es creer que Dios tiene un sueño para la humanidad y que los cristianos estamos apasionados por él, incluso, hasta dar la vida.

Por lo tanto, es creer que otro mundo es posible y este que nos toca vivir, tan consumista, racista y desigual, no es el fin de la historia ni es lo que Dios quiere para nosotros y menos para los pequeños. Eso es lo que rezamos y cantamos con alegría delante del niño, María, José y esos simpáticos animalitos que nunca faltan en un buen pesebre.

Se acerca la Navidad y casi diría que hemos naturalizado ese mundo desproporcionado, abusador e injusto que nos propone este modelo. Siento que hay mucho “pan y circo” como el que ofrecía el imperio romano en su tiempo: G20, final de la copa libertadores, ofertas navideñas, fiestas y viajes de fin de curso para todos los niveles cada vez más extravagantes, etc.

Lo que hay detrás

Pero detrás de esa pantomima, igual que aquel imperio, hoy avanza un proyecto de sociedad donde a los jubilados ya se les recortó más del 20% de sus ingresos, aumenta la desocupación, se aprueban como normales reglas para el gatillo fácil, se opta por el juego financiero en desmedro del trabajo industrial, se abren las importaciones de cualquier cosa y no se sigue apuntalando el desarrollo tecnológico propio, se promueven campañas de destrucción de buenos servicios nacionales poniéndolos en el rubro de “gastos” (lo propio de un “servicio” es dar justamente un “buen servicio”, no ganancias), se lee como “despilfarro a recortar” lo que es “inversión en educación y en salud”, se favorece con impuestos a los que más tienen y se mantienen impuestos distorsivos e injustos como el IVA al consumo de elementos de la  canasta básica, siguen ganando los que cobran en dólares mientras una inflación galopante nos destruye a todos, etc.

Pero, por otro lado, el cristianismo “derrotó” al imperio con comunidades comprometidas con lo más humano: compartir todo, aliviar a los enfermos, ayudar a los más pobres, recoger de la calle lo que el imperio desechaba, visitar a los presos y enterrar a los mártires, orar y cantar juntos a Dios, celebrar la vida en familia/comunidad, disfrutar momentos de meditación, silencio e intimidad, vivir en armonía con la Madre Tierra sintiendo que son las manos de Dios que nos sostienen, cobijan y dan aliento, etc.

Las preguntas, entonces, que nos hacemos los cristianos en esta Navidad con niño Dios y pesebre son ¿Cómo puede ser que todo esto esté pasando delante de nuestros ojos? ¿Es nuestro estilo de vida personal, familiar y comunitario signo suficiente que muestre que este modelo socioeconómico no es camino de salvación? ¿Como Iglesia de Cristo institución, debiéremos decir y hacer algo más para que el sueño de Dios se manifieste y corregir el rumbo que llevamos?

Dignidad

Creo que ése es justamente el mensaje del papa Francisco que tanto molesta a una parte de la sociedad argentina, católica o no, y por eso la campaña pertinaz en su contra de los dos diarios más vendidos de nuestro país y los conglomerados mediáticos a los que pertenecen. Él, como la familia de Belén, cree en otro mundo posible: El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle la dignidad.

La pobreza no es algo buscado, sino que es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios.

La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (EG 187).

Marginar al pobre

Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: “Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él” (1 Co 12,26).

Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los Romanos: “Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran. Tengan la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndose al nivel de la gente humilde” (12,15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los “sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5). (Mensaje II Jornada Mundial de los Pobres, papa Francisco, 2018)

¡Ojalá abunden en nosotros los cristianos esos sentimientos de Jesús en esta Navidad frente al pesebre, y eso se traduzca en compromiso para cambiar el mundo, como lo hizo el Nazareno! ¡Feliz Navidad!