Tribuna

Mis pies cansados: 40 millones de migrantes atrapados en Latinoamérica

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“Gracias a la vida que me ha dado tanto; me ha dado la marcha de mis pies cansados; con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos, y la casa tuya, tu calle y tu patio” (Violeta Parra).

En medio de la pandemia de coronavirus, en junio pasado, la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe (CEPAL), de la Organización de Naciones Unidas, publicó un informe que debió estremecer las conciencias de nuestro hemisferio. El informe debió haber provocado medidas salubristas y de justicia social urgentes en todos nuestros países, de norte a sur.



Cuando se desató la pandemia, quedaron atrapados cerca de 40 millones de seres humanos en una de las situaciones más vulnerables que se puedan imaginar. Se trata de los migrantes, tanto regulares como irregulares –estos últimos, mal tildados de “ilegales”– que recorren los países del hemisferio, buscando la libertad unos, refugiándose de la persecución social o política otros, y, los más, la mayoría, empujados por la miseria. Se les dice emigrantes en los países de donde salen e inmigrantes en los países a donde llegan. Pero son los mismos seres humanos. Entre ellos hay algunos con dinero, pero la mayoría tienen como capital su fuerza para trabajar, su esperanza para vivir y sus ilusiones para imaginar que lograrán sus sueños de prosperar en otra tierra, de enviar dinero a sus familias, de librarse de sus cadenas. Pero la pandemia, que recorre el mundo sin miramientos ni respeto a las leyes, los atrapó y no los suelta. Son 40 millones de esperanzas paralizadas de nuestra América Latina.

‘Fratelli Tutti’ como hoja de ruta

Nuestro querido papa Francisco, con su voz profética, ha lanzado un grito de alerta en la reciente encíclica ‘Fratelli Tutti’ (‘Hermanos todos’) sobre el hecho de que “la fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado” y asimismo, urge “rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas”.

En ese sentido, deberíamos haber acudido corriendo a rescatar esos 40 millones de sueños, porque en ellos hay muchas de las claves para que no se nos caiga el porvenir.

Foto: EFE

Tenemos haitianos emigrando cada vez más hacia la América del Sur, venezolanos hacia los países vecinos, dominicanos hacia Puerto Rico y mexicanos o de países de América Central o puertorriqueños, emigrando hacia Estados Unidos. Como en el caso de Puerto Rico, muchos países importan la mano de obra inmigrante y a la vez exportan miles y miles de trabajadores. Todos esos seres humanos, entre los que hay hombres y mujeres, viejos y niños, se han ido convirtiendo en los más vulnerables a ser víctimas de Covid-19. Tanto es así que he llegado a pensar que, si de verdad quisiéramos construir un muro contra la pandemia, las medicinas de las que tanto se habla deberían repartirse con prioridad entre esos seres humanos que desde antes de la pandemia ya estaban sometidos a los peores hacinamientos y a las condiciones más peligrosas de salud.
 
En Puerto Rico se levanta una imponente escultura, una especie de obelisco, llamado “Tótem Telúrico”. Está en el barrio de Ballajá, en el Viejo San Juan. Ese barrio fue fundado por inmigrantes pobres de la vecina isla de La Española (actual República Dominicana) que, gracias a que los sacerdotes dominicos les cedieron la finca, levantaron allí su vecindario en recuerdo de San Juan de Ballajá, uno de los poblados destruidos por orden del Rey de España a principios del siglo XVII. Para aquella devastación de casi toda la isla vecina, el Rey de España usó tropas salidas del castillo de San Felipe del Morro. La huella de los inmigrantes es mi propia huella y sus pies son también mis pies cansados.