Llegó septiembre. Se apagan los fuegos en el monte y se reavivan los de la escena política. En las calles sube el tono de la discusión y en los escaños empeora la calaña del arte cuchillero. Ni las alfombras logran amortiguar el golpe de la estocada, ni la educada resolución de la presidenta del Congreso consigue reconducir el grosor de unas palabras de matón de barrio que acaban clavándose en el techo, junto a los disparos golpistas de Tejero.
- EDITORIAL: El bien común como eje
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El encuentro del ‘president’ Salvador Illa con el arzobispo Luis Argüello nos trae hoy a la memoria el eco de ese ejercicio de funambulista que fue la Transición. Tuvimos la suerte de contar entonces con referentes insignes del diálogo constructivo. Su procedencia era diversa. Algunos, católicos entusiastas, venían del propio régimen franquista, pero habían iniciado ya una deriva personal hacia la luz de los ventanales democráticos, como fue el caso de Ruiz-Giménez, Laín Entralgo o Aranguren.
Otros procedían de las filas de una izquierda cercana al comunismo, como Tierno Galván, el mejor alcalde de Madrid. Agnóstico de inquebrantable honestidad, juró su cargo ante los brazos abiertos del crucifijo y, cuando algunos compañeros se sorprendieron del gesto, él contestó con la flema académica que mejor lo retrataba: “¿Qué podemos temer de un hombre que dio su vida por defender hasta la muerte una causa noble?”.
Encuentros y diálogos
Entre los obispos, hubo también figuras destacadas que supieron conciliar encuentros y propiciar diálogos. El cardenal Tarancón fue la bisagra perfecta que permitió el giro de la puerta desde el nacionalcatolicismo a una Iglesia que empezaba a leer los documentos del Concilio y a creer en sus luminosas intuiciones.
De Tarancón recordaremos siempre la homilía en la misa oficial tras la proclamación del rey Juan Carlos: “La Iglesia no patrocina ninguna forma de ideología política y si alguien utiliza su nombre para cubrir sus banderías, lo está usurpando manifiestamente”. Qué necesario recordar hoy esto que parece tan elemental, como que hay católicos en todos los partidos de nuestro espectro democrático; y quien reivindique, como ya sucede, la catolicidad exclusiva de su programa electoral estará tomando el nombre de Dios en vano.
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