Tribuna

Marcella Pattijin: con fe y libertad

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Se llamaba Marcella Pattijin, nació en 1920 en el Congo Belga y, ciega de nacimiento, vivía en una comunidad religiosa femenina en Sint-Amandsberg, en Bélgica. Murió en 2013 y el mundo la despidió como la “última beguina”: la pía Marcella había perpetuado la tradición medieval que empujaba a tantas mujeres a consagrarse a Dios sin tomar el velo y desvinculadas del control eclesiástico. Ni mujeres, ni madres, ni monjas: una elección de fe y de libertad extrema acompañada de una vida de oración, penitencia, castidad, trabajo asistencial.



A partir del siglo XII, esta realidad se difundió en Europa del norte y las beguinas, aceptadas y desautorizadas en fases alternas por parte de la Iglesia, fueron a menudo acusadas de herejía, incluso quemadas en la hoguera como sucedió en 1310 a la mística de flandes Margherita Poret, una de las figuras más famosas con Hadewijck de Amberes, María de Oignies, Matilde de Magdeburgo. Y todavía hoy el término beguina es asociado con apresurada superficialidad a la mojigatería, el atraso, el cierre intelectual.

En los últimos tiempos ha habido otra mujer extraordinaria que ha sabido revertir este prejuicio: Romana Guarnieri, considerada la última beguina del siglo XX, fallecida en Roma en 2014 tras dejar una profunda huella en la cultura de la Iglesia. Animada por una fe inquebrantable, estudiosa del misticismo medieval, muy buena escritora, vivía en soledad en una gran casa-estudio con vistas a la Cúpula de San Pedro, convencida de que la investigación intelectual podía ser un instrumento de santificación personal y de salvación de los demás.

“Ser beguina significa continuar la elección de las figuras femeninas que he estudiado. Estar en el mundo sin estar en el mundo”, explicaba, “ser de todos y de nadie. O mejor dicho, de Uno solo: pero Él es libertad absoluta”.

Su existencia consagrada a Dios y a estudios rigurosos se caracterizó por un descubrimiento clamorosol: en 1944, en un estante de la Biblioteca Vaticana, Romana identificó el ‘Espejo de las almas sencillas’, un texto místico-filosófico de Margherita Porete, un clásico de la literatura espiritual. En el siglo XIV, esas páginas de pergamino llevaron a la autora a morir quemada viva en una plaza de París porque, como mujer, no tenía derecho a escribir un libro y menos a incursionar en la teología.

Romana nació en La Haya en 1913 en el seno de una familia intelectual: su padre, Romano Guarnieri, uno de los fundadores de la Universidad para Extranjeros de Perugia y su madre, Iete van Beuge, pintora. Tras el divorcio de sus padres, a los 12 años la futura beguina llega a Roma con su madre que se había vuelto a casar con un arquitecto italiano. Hizo selectividad con el Liceo Visconti, se licenció en literatura alemana en La Sapienza. El pensamiento de Dios no la toca: aunque fue bautizada, creció en un ambiente agnóstico.

Don Giuseppe De Luca

En 1938, su vida dio un giro: el encuentro con Don Giuseppe De Luca, un sacerdote romano muy culto animador de la cultura católica de la época, que le hizo descubrir la fe, le enseñó el valor de la oración y la animó a continuar la investigación y la dirige a la actividad editorial. Romana, se sumerge en los estudios históricos, en particular en la historia de la piedad. Pronuncia el voto de castidad y establece con De Luca una larga asociación intelectual que genera las Ediciones de Historia y Literatura, el Archivo italiano para la Historia de la piedad.

Romana continuó analizando místicas medievales, movimientos religiosos femeninos, escribiendo libros y ensayos, cultivando la amistad con otras estudiosas y teólogas. En su casa, frecuentada por jóvenes e intelectuales, nació en 1987 Bailamme, revista de espiritualidad y política.

*Artículo original publicado en el número de octubre de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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