Tribuna

Los líos de la misericordia de Dios

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En el Evangelio de San Mateo en el capítulo 25 se relata lo que ocurrirá en el juicio final.



Allí Jesús hace una enumeración de las heridas y necesidades que necesitan asistencia: el hambre, la sed, una casa, la comida, la enfermedad, la prisión. La visibilización y asistencia a ellas son la causa de la vida eterna o de la condena. Lo más curioso es que tantos los que han asistido a las personas en esa situación como los que han pasado de largo preguntan lo mismo al juez: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos?[1] . La actitud es lo que cuenta, unos se detuvieron y otros pasaron de largo.

La gracia para la misión

Hace poco me tocó, por mi misión pastoral junto a otras mujeres, asistir a la familia de una mujer que fue víctima de violencia de género y a la vez a la familia de quien fue imputado por ese femicidio. Confieso que me costó mucho estar en las dos orillas, escuchar, no juzgar, abrazar, rezar y sentirme impotente sin saber qué decir ante tanto dolor de ambas partes. Fueron días muy intensos que llevaría varias páginas contarlos. También me sorprendió Dios con su fortaleza y su ánimo, eso que siempre dicen que Él te da la gracia para la misión que te encomienda, lo experimenté una vez más.

Cuando pude ponerme tranquila frente al sagrario para recapitular con Él lo vivido, lo primero que se me ocurrió fue decirle ¡En qué líos nos involucras Señor por tu misericordia! ¡Por qué situaciones tenemos que andar enviados por tu Mateo 25!

Así es. Como dice Francisco hay que hacer lío y ese lío no es otro que vivir la misericordia. Estar atento al sufrimiento, al despojo, al dolor, a las heridas, en definitiva a la cruz de cada uno y llegarse con la misericordia para reparar esas heridas. Como se pueda, con lo que se pueda, pero no ser indiferentes. Decir te vi, no me fuiste indiferente, intenté ayudarte.  Y tenemos el plus de que sabemos que se lo hacemos al mismo Jesús y que el premio es estar para siempre con Él.

A veces la indiferencia se manifiesta porque tenemos miedo, porque no sabemos cómo actuar, por cómodos.

Hay que dar el paso, acercarse silenciosamente, estar y después el Buen Dios, que es la misericordia en persona nos va dictando al corazón lo que hay que hacer y así un poco a tientas vamos reconfortando dolores y sanando heridas. Aunque nos parezca que nos metemos en líos. Y allí tendremos la respuesta a la pregunta ¿Cuándo fue que te vimos y te asistimos?

[1] Mateo 25, 38-39