Tribuna

La voluntad indomable del Padre Ángel

Compartir

Es sábado y me pongo a escribir estas líneas tras venir de servir, junto a un pequeño grupo de voluntarias, el desayuno a los sintecho, en la iglesia de San Antón, lo que vengo haciendo, una vez a la semana habitualmente, desde hace seis años.



El altar mayor estaba hoy, ya lleva días y seguirá así mientras siga la invasión, revestido por los colores de Ucrania, y también un lazo con estos colores está prendido del atril en el que se lee el evangelio. El apoyo total al pueblo ucraniano se concreta, además, en una recolecta de fondos en la propia iglesia para socorrer las necesidades de la multitud de exilados que la agresión criminal de Putin está esparciendo por toda Europa.

Atleta de Cristo en la Caridad

El Padre Ángel reacciona, siempre lo hace, con la máxima diligencia para intentar dar consuelo no solo moral sino material a quienes no pueden valerse por si mismos. Creo que era san Pablo el que afirmaba que los cristianos deben de ser atletas, atletas de Cristo, y el Padre Ángel, con sus recién cumplidos 85 años, es un genuino atleta de Cristo, en su mejor dimensión, volcándose hacia los demás como atleta de Cristo en la Caridad, pero no la de la sopa boba que se daba, vergonzantemente, en las puertas traseras de las iglesias y conventos, porque la puerta principal estaba reservada para los feligreses, particularmente los acomodados, sino la de la caridad en el sentido original de este valor en la Iglesia católica, que es querer a las personas y traducir ese cariño volcándose en ayudar a quienes lo necesitan, tanto en el plano moral como en el material.

Si yo tuviera que expresar en dos frases la posición del Padre Ángel ante la vida, no dudaría en seleccionar dos pronunciadas por él mismo, la una: lo más importante es querer y dejarse querer, tenemos un mundo precioso, repleto de buena gente: solo hemos de abrir los ojos para verlo. La otra: en medio de tanta guerra, catástrofe, enfermedad y dolor, miles de personas trabajan para hacer un mundo mejor.

Esta visión no es la de “un loco entusiasta”, sino la de alguien que “ha visto con sus propios ojos las peores calamidades que el ser humano podría soportar”, pero que no se resigna a combatirlas en la soledad voluntaria de los claustros –sabe que la soledad indeseada es una de las dolencias más serias que existen en esta sociedad desarrollada e hiperconectada– orando por que se erradiquen los males del mundo, sino que aplica todo su esfuerzo y sus relaciones con muchas personas de distinta índole, que lo respetan y admiran su compromiso, para aportar recursos materiales y así, restañar las heridas más sangrantes que padecen en su vida y en su espíritu muchos seres humanos.

(…)

Artículo completo solo para suscriptores

Lea más: