Tribuna

La Semana llamada Santa, memorial de los últimos días de Cristo

Compartir

Subimos una vez más con Cristo, en su Calvario, para participar con él de la plenitud de la vida en su Resurrección. Celebraremos en comunidad – en persona o por medios virtuales – los misterios de la salvación realizados por Cristo.



Es de gran importancia vivir estos misterios en lo más profundo de nuestro ser, descubriendo siempre en ellos lo que Dios tiene que comunicar a nuestra vida en el momento presente, con nuestras alegrías y penas, individualmente y en relación con los demás.

La Semana llamada Santa, por ser el memorial de los últimos días de la vida de Cristo en este mundo, comienza el Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. En él, Cristo aparece con su triunfo y su realeza, pero su pasión también se celebra.

Cada creyente utiliza el gesto de levantar las ramas, como signo de bienvenida de Aquel que dio su vida por nosotros, “humillándose y haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8) y, por tanto, el “Padre le ha exaltado y le ha dado el nombre que está por encima de todo nombre” (Flp 2, 9).

Este doble sentimiento de sufrimiento y alegría que, es en cierto modo la síntesis de su propia Pascua cristiana, quiere introducirnos en este tiempo culminante de todas las celebraciones litúrgicas del calendario cristiano.

Semana Santa en pandemia

En este año 2021, nos uniremos al misterio de Cristo de manera particularmente especial a causa de la pandemia que azota el mundo entero, restringiendo el contacto con las personas y comunidades eclesiales.

Muchos hogares se convertirán en verdaderos santuarios de adoración al Dios Viviente y Verdadero, que dio a su hijo para salvarnos. La Iglesia Doméstica será, para muchos cristianos, el lugar de celebración de los misterios de la fe, ya que se les impedirá ir a la iglesia, debido al aislamiento social.

Las penas y angustias del tiempo presente tendrán que ser llevadas al Calvario, a través de nuestras súplicas y oraciones para una superación y renovación de la esperanza en Aquel que nos da la vida en plenitud.

Jueves Santo

En los días siguientes al Domingo de Ramos, rezaremos en la liturgia los últimos acontecimientos de la vida del Señor. El Jueves Santo por la mañana se celebrará la Misa Crismal en las catedrales de cada Diócesis, presidida por el Obispo y concelebrada por todo su presbiterio, en la que bendecirá los óleos del crisma, de los catecúmenos y de los enfermos.

A partir del Jueves Santo por la tarde, en la importante celebración de la “Cena del Señor”, entraremos en el Triduo Pascal, que se extiende hasta la víspera del Domingo de Resurrección. Se llama Triduo Pascal, no por preparar la Pascua en tres días, sino porque la viviremos en su totalidad en tres días como un solo misterio, con diferentes momentos: pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Con la Última Cena de Cristo, celebrada el Jueves Santo, comienza la pasión: revela el nuevo mandamiento de la caridad, representado por el gesto elocuente del lavamiento de los pies, en una nueva alianza y nos deja el sacramento del amor, la Eucaristía. Los fieles permanecen en adoración eucarística hasta la medianoche en respuesta a este amor incondicional.

Viernes Santo

El Viernes Santo, viviremos con Cristo su pasión y muerte, con el gesto externo del ayuno y la abstinencia, la participación en el Sacrificio de Cristo. Ese día no se celebra la Eucaristía. Los fieles, sin embargo, se reúnen por la tarde para la “Acción Litúrgica”; un tiempo para meditar el relato de Pasión, orar en las intenciones de la Iglesia y del mundo, y adorar la Cruz del Señor, signo del amor incondicional de Dios por nosotros, fuente de salvación.

El Sábado Santo al igual que el Viernes es un día alitúrgico, un tiempo de silencio y luto cerca de la tumba de Jesús. Jesús baja a los infiernos para rescatar de la muerte a los que lo esperaban. La espera, sin embargo, está llena de paz y confianza.

La gran vigilia pascual

En la gran vigilia pascual el sábado por la noche, “Madre de todas las Vigilias”, según San Agustín, “Cristo comparte con nosotros su propia vida resucitada” (Papa Francisco, Gaudete et Esxultate , n. 18).

Se bendice el nuevo fuego y se enciende la luz del Cirio Pascual, símbolo de Cristo Resucitado, vencedor de la muerte, que se presenta a la comunidad y se entona el jubiloso himno ‘Exsultet’.

Es la celebración más antigua e importante para nosotros los cristianos. La liturgia de la palabra recordará la historia salvífica, a partir de la creación hasta la exaltación de Cristo Jesús.

Promesas bautismales

La Iglesia dará la bienvenida a nuevos niños a través del bautismo. Todos renovaremos nuestras promesas bautismales con la profesión de fe. Vamos a participar en la Eucaristía, Cordero inmolado hecho alimento para nosotros. El Aleluya volverá a resonar, una vez más, en nuestros corazones y en nuestras vidas, para un nuevo comienzo, lleno de vida y esperanza.

La Semana Santa es la misma. Somos nosotros los que debemos ser diferentes en la forma en que la vivimos y la celebramos. La novedad es acoger a Dios, que se nos presenta de manera feliz y siempre nueva y “ una vez que lo aceptamos y dejamos de pensar en nuestra existencia sin Él, la angustia de la soledad desaparece ” (Papa Francisco, GE , n. 51) y participamos en la vida divina como criaturas nuevas.

Que la Virgen María mujer plenamente pascualizada nos inspire y ayude, como Madre amorosa, en este encuentro con su Hijo, Aquel que, por amor, dio su vida por nosotros. ¡Bendita Semana Santa!


Escrito por Pbro. Dr. Frederico Martins e Silva. Asesor de la Academia de Líderes Católicos Brasil y Párroco de la Parroquia de Santo Antônio de Curvelo / MG (Brasil)