Comienzo el curso contemplando la orla de mi tutoría. Me paro en las miradas, generalmente poco expresivas, de un grupo de adolescentes que hasta ahora no han sido nada en mi vida. Repaso sus nombres, como si pudieran darme algún dato de cómo son, cómo sienten, cómo se comportan en el aula, cómo estudian.
- EDITORIAL: Cristianos en los pupitres públicos
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Rezo parándome en cada uno de ellos y me encariño de sus historias, aún desconocidas para mí. Quizá, para un profesional de la educación, esta sea una actividad más que recomendable al comienzo de curso: tomar conciencia de lo que significa acompañar a un grupito de personas que aparecen en tu camino y del valor de la vida de cada uno de ellos.
Llamado a una misión
Vivo mi profesión desde el saberme laico llamado a una misión que cada septiembre se renueva. Si algo le agradezco a mis horas en el aula es que son capaces de integrar lo que soy, lo que siento y lo que creo, y cada mañana salgo de casa con la intención de ofrecer mi tiempo y mi esfuerzo para que otros crezcan.
Soy profesor de matemáticas en un instituto público de Madrid. Después de casi veinte años trabajando en un colegio católico -en el que desarrollaba mi tarea al amparo de una institución con un ideario que modulaba la cultura de centro, con una reflexión permanente sobre el modelo de persona que pretendíamos educar y con el cuidado de la comunidad educativa como raíz del proyecto-, trabajar en la escuela pública ha supuesto para mí mucho de vivir a la intemperie, de abandonar el cobijo del templo, de predicar en la plaza.
Y en la plaza te encuentras con grandes profesionales de la educación, y también con lo contrario. Y en la plaza te encuentras con personas que regalan su tiempo para que los chicos salgan adelante, y también con lo contrario. Y en la plaza te encuentras con equipos directivos que tienen claro que su tarea tiene una trascendencia personal, social y política, y también con lo contrario. Y en la plaza muchos andan distraídos y ensimismados; el sol a veces pica y Dios hace tiempo que fue arrinconado.
Aceptar la intemperie
Ser cristiano en la escuela pública tiene mucho de aceptar esta intemperie y de adoptar una actitud claramente misionera: viviendo en territorio extraño, queriendo más allá de las diferencias, aprendiendo mucho de la manera de hacer y de ser de otros compañeros, estableciendo relaciones que fortalezcan vínculos comunitarios, estando siempre abierto al otro; en definitiva, construyendo un espacio humano que haga que el lugar donde nuestros chicos están creciendo, aprendiendo y comenzando a descubrir el mundo sea lo más parecido posible al sueño que Dios tiene para los hombres, a esa visión en la que “el ternero y el león pacerán juntos y un muchacho será su pastor” (IS 11,6).
Alumnos del colegio Santa María del Pilar de Madrid
Hace unos años, en unas convivencias con mi comunidad cristiana, un compañero, también profesor de Secundaria, me decía que él nunca se había planteado su tarea en el instituto más allá de una actividad laboral; que la intentaba hacer lo mejor posible, pero que nunca la había vinculado a su ser cristiano. Quizá esto es lo que nos falta a muchos de los cristianos que trabajamos en la escuela sea pública, concertada o católica.
¿Acaso hay espacios más privilegiados que la escuela para ser “sal de la tierra”? ¿Acaso no se están demandando “obreros para tanta mies”? ¿Acaso, como rezaba Luz Casanova, no tenemos que “ver en cada niño una generación”? ¿Acaso no podemos incidir directamente en el bienestar cotidiano de nuestros alumnos y de nuestros compañeros? ¿Acaso no podemos esforzarnos para que los últimos de la sociedad se formen adecuadamente y puedan aspirar a una vida lo suficientemente digna? ¿Acaso no podemos esforzarnos para que los primeros de esta sociedad pongan su conocimiento y sus virtudes al servicio de un mundo mejor? ¿Acaso no podemos ser imagen de ese Dios misericordioso que ama porque sí, que cuida por que sí, que abraza porque sí? ¿Acaso el cristianismo, desde su percepción de la dignidad humana, del valor de lo comunitario, de la esperanza y del compromiso, no tiene mucho que decir en el presente y en el futuro de la escuela?
Sospecho que ser cristiano en la escuela no es más que eso: ser cristiano en la escuela.
