Tribuna

La epifanía de la vulnerabilidad en la pandemia

Compartir

Para muchos de nosotros la pandemia comporta una novedad que mucho cuesta sobrellevar, tomar recaudos y habituarnos a convivir con ella, al menos por un tiempo. La cuarentena preventiva nos redujo a compartir espacios domésticos, vínculos familiares y de convivencia. También nos aísla de actividades sociales, laborales, eclesiales, etc. Y nos ofrece también mucho tiempo para pensar.



El riesgo de contraer el virus hace evidente el carácter de nuestra precariedad. La experiencia apremiante en la necesidad se constituye como universal haciendo evidente la vulnerabilidad que nos caracteriza. En tal sentido podemos decir que el Covid-19 se presenta hoy particularmente como epifanía de nuestra vulnerabilidad. Hay un saber de nuestra finitud, de nuestra condición de necesitados, un saber que nada tiene de novedoso que sin embargo se vuelve novedad por su afectación mundial.

La pandemia y la cuarentena impactan sobre uno de los valores humanos más preciados que son nuestra autonomía y libertad, valores que ponen al desnudo nuestra finitud. Esa es la fragilidad ontológica propia de la condición creatural.

Mi vida y la del otro

La mayoría de las veces tendemos a ocultar la vulnerabilidad porque tratamos de esquivar la situación límite y sobre todo el sabernos dependientes. Es un escape consciente o inconsciente. Sin embargo, el sabernos vulnerables nos conecta con la sabiduría porque el ser conscientes hace posible el comprendernos, justificarnos y buscar superar ese límite.

El objetivo común que nos compete hoy es cuidar la propia vida y la de nuestros semejantes. Un cuidado que trae aparejado el efecto boomerang en su cualidad de reciprocidad, un aspecto interrelacional que va hacia el otro/a y vuelve a nosotros mismos. Nos pone frente a una imposibilidad- posibilidad donde entra en juego la responsabilidad personal y colectiva que como cristianos se traduce en responsabilidad del cuidado de unos/as con otros/as y por supuesto el propio. Por tanto podemos afirmar que la vulnerabilidad tiene una doble cara: la constitutividad y la potencialidad. Nos constituye y a la vez nos motiva a superarla, condición esta última que nos posiciona entre la esperanza y la acción. Así mismo la responsabilidad se nos presenta como respuesta al mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado (cf. Jn 13,34).

 

La vulnerabilidad también aparece hoy como posibilidad de salvación y oportunidad de conversión que se vincula con una opción ética y humanizante. Una opción que no debe ser abstracta sino que está llamada a ser efectiva en su realización en los ámbitos personal y social. Una opción que se configura en interrelación que nos salva a nosotros mismos y salva a otros/as, la que a la postre se conecta con la justicia y la compasión, dos categorías eminentemente bíblicas y teológicas.

La vulnerabilidad nos iguala

Hablar de justicia es asumir la modalidad de la relación social según el criterio de igualdad de derechos y dignidad aun en la diversidad. La sola necesidad de algo o de alguien implica un deber de justicia. La justicia puede ser comprendida como condición de realización humana en la convivencia regida por el respeto a la dignidad de todos/as y de cada uno/a, en un vínculo de respeto mutuo en favor de plena realización para todos/as.

La compasión posibilita salirse de sí y compartir el sufrimiento del otro/a para intentar transformar su realidad y de alguna manera también la propia. No es un sentimiento vacío porque de suyo implica reconocimiento y reparación. La compasión recrea y transforma, convirtiéndose en expresión de amor y factor de comunión. En la praxis cristiana la compasión ocupa un lugar central. Es en Jesús donce encontramos el modelo de compasión por excelencia que se refleja en la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37).

La vulnerabilidad como condición de necesitados es la que al fin de cuentas nos iguala a todos/as. Va más allá de la pertenencia según clase social, etnia, raza, cultura, religión, preferencia sexual. La vulnerabilidad se comporta como denominador común de toda la humanidad y a la vez conlleva un compromiso ético. Los cristianos/as estamos llamados a ser instrumentos del reino porque la compasión y la justicia son dos signos fundamentales del reino de Dios. El reconocimiento del otro/a en su igual dignidad nos puede mover a reparar otras injusticias tanto o más dañinas que el COVID-19. Son vulnerables aquellos/as excluidos/as por cuestiones de clase, raza, etnia, religión, preferencia sexual.

Pensar en el deber de justicia y solidaridad con los/as vulnerables en otras dimensiones, hacer de sus problemas nuestros problemas y reconocer en cada una de ellos/as igual dignidad y valor también se nos presenta hoy como oportunidad de conversión, de transformación y de construcción de un mundo nuevo y más justo. La epifanía de la vulnerabilidad nos ofrece hoy una nueva oportunidad para curar, sanar y transformar aquellas realidades humanas que ansían un “cielo nuevo y una tierra nueva” (cf. Ap 21,1). Su mejor posibilidad está hoy en nuestras manos.