Tribuna

La apuesta segura por el laicado

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En la Diócesis de Zaragoza llevamos tiempo trabajando por revitalizar las comunidades cristianas. Para ello, uno de los objetivos que nos proponemos es desarrollar la participación, el protagonismo, la formación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.



El laico no solo pertenece a la Iglesia, “es Iglesia”; y, en consecuencia, por responsabilidad propia y no por delegación o necesidad, llamado a la santidad y partícipe activo de su misión evangelizadora (cfr. LG 30-31). El Vaticano II recuerda, a su vez, el especial papel que el laico, unido a Cristo y a Cristo Cabeza (cfr. AA 3), está llamado a jugar no solo en la Iglesia, sino en el mundo, como levadura en la masa, y recuerda, a los obispos y pastores, que deben reconocer y ayudar a discernir los servicios y carismas de los seglares para el bien del Cuerpo de la Iglesia y de la tarea común.

La hora de los laicos, en espera

Hay que reconocer que la mil veces proclamada hora de los laicos no ha tenido toda la realización concreta que merece y exige. Son muchos los retos pendientes, tarea de toda la comunidad. Enumero algunos.

1.- Animar y acompañar la participación de los laicos en la vida de la comunidad y de la diócesis, sin clericalizarlos. El papa Francisco insiste en el papel que está llamada a ejercer la mujer (a menudo relegada doblemente a un segundo plano por seglar y por mujer) en la vida de la comunidad eclesial (cfr. EG 103).

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2.- Animar y acompañar el compromiso específico de los laicos al servicio del Reino de Dios en el mundo, en las arterias de la vida social, cultural, económica, política… A este respecto, me parece interesante citar el sugerente documento conjunto de la Congregación para la Doctrina de la fe y del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Consideraciones para un discernimiento sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero, del 17 de mayo de 2018.

En él se subraya el vínculo indisoluble entre una ética respetuosa de las personas y del bien común, y la funcionalidad real de todo sistema económico-financiero (cfr. n. 23), vínculo que afecta tanto a las grandes decisiones del mercado como a nuestra vida de cada día, tal como se recoge en el número 33, donde se nos exhorta a hacer un ejercicio crítico, responsable y ético del consumo y del ahorro. Se nos impele a “votar con nuestra cartera”, discerniendo bien tanto lo que compramos como dónde gestionamos nuestros ahorros, atentos a lo que ayuda al verdadero bienestar de todos, para rechazar lo que perjudica el bien común y viola la dignidad de las personas.

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