Según los años y las experiencias en el camino de conversión, hay diferentes maneras de aceptar la prédica de alguien de la jerarquía de la Iglesia y de asumir un camino de espiritualidad concreto y determinado en el proceso interior de cada persona.
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Se puede seguir a un sacerdote en particular, a una hermana religiosa, a un obispo o al mismísimo Papa, y también trabar amistad personal o comunitaria con santos y santas que, como modelo y ejemplo, llevan a la confianza de la entrega plena a Dios.
Dentro de la Iglesia, cada persona es un mundo particular moldeado según las épocas, los mandatos familiares, los tropiezos del camino y las inspiraciones que haya llegado a ver y aceptar en su singularidad.
Identidad y respuestas
La dimensión antropológica que se devela como la que enfrenta mayores desafíos en este tiempo dentro del entorno de nuestras comunidades es la de “ser con otros”. La identidad histórico cultural.
Por un lado, los cambios acelerados nos llevan tiempos de digestión y de reflexión distintos a cada uno y entre nosotros, lo que da respuestas más o menos apresuradas, más o menos reflexionadas y más o menos discernidas. Esto hace que las responsabilidades de cada persona y del conjunto no partan de los mismos supuestos, aun cuando apelemos a la Palabra para gestionar la vida en comunidad.
El “ser con otros” nos invita primero a preguntarnos el “quién soy”. En este momento histórico del ser humano, las preguntas no pueden ser las mismas y mucho menos lo serán las respuestas, que no siempre se está en condiciones de soportar, por lo que implican a nivel personal y comunitario.
Por otro, hay una falta de formación tanto teológica, como doctrinal y espiritual, que inhibe o resigna a muchos para la realización de un verdadero diagnóstico que permita analizar situaciones personales y de relacionamiento y generar propuestas.
La carencia de un verdadero diálogo personal con un Jesús vivo, no permite ver la realidad propia y contextualizarla comunitariamente. No se toma la responsabilidad como un verdadero “ser respuesta”.
Es necesario buscar las preguntas para los nuevos propósitos y, para eso, hace falta que el pueblo se apropie de su “ser sí mismo”, uno por uno, y así será un “ser con otros”.
Hoy, se pueden encontrar diferentes maneras de enfrentar la caducidad de algunos esquemas, más o menos institucionalizados, donde las preguntas se están haciendo oír, porque la prédica de Francisco atravesó generaciones enteras, con sólo 12 años de pontificado.
Dicho esto…
Se puede reflexionar activamente sobre los maravillosos derroteros de un Papa-Papá Francisco que nos ha dejado sin soltarnos. Nos introdujo en las profundidades de un Evangelio vivo y creciente, acorde a las necesidades que iba viendo y aceptando, para comulgar decididamente con cada situación que le hacía ruido, lo entristecía o, seguramente, lo enojaba.
La posibilidad de no contar la historia por retazos requiere de la disponibilidad de aventurarse en un camino trazado tan minuciosamente como él lo hizo desde mucho antes de ser sucesor de Pedro.
Volver una y otra vez a las fuentes de Francisco no es tarea fácil a pesar de que los medios hayan hecho todo tipo de dulce con sus frases y sus maneras amistosas y alegres.
Lo único urgente es lo importante y hay mucha tarea por delante. Reavivar la lectura y el conocimiento de su prédica para que, ahora que no está, no vayamos repitiendo frases de memoria, sino sumando preguntas que podamos responder sinodalmente. Y que la sinodalidad no sólo deje de ser una palabrita para salir del paso, sino que se convierta en camino de producción de sentido dentro y fuera de la Iglesia.
Esto reside mucho más allá de la palabra “legado” o herencia, que pareciera algo congelado en los escritos y en el tiempo. La prédica de Francisco habrá echado fruto cuando más allá de nuestra propia tumba, alguien que cosechó una semilla, la vea tan buena como para volver a sembrarla.
La historicidad de la existencia para el hombre es la que le permite poseerse en su tiempo como ser concreto que vive su cronos, no disociado del tiempo histórico en el que le toca vivir. Suma de lo heredado y lo adquirido, de su expresión presente en tiempo y espacio, con sus expresiones a través de lo cultural y la conciencia de ser parte de un pasado que también lo forma y lo determina, lo contextualiza para ser.
La historicidad siempre nos sitúa entre lo que nos ha sido dado o donado y la posibilidad de la vida como misión y tarea por realizar.
Quien lo conoció a Francisco hace más de treinta años atrás, dijo: “soy hija de su prédica”, y se refería a una vida entera que, desde joven, vio al “padre Jorge” del decir y el hacer en un mismo y único envase: el de seguidor de Jesús sostenido por la Palabra. Vivo y presente, como nos gusta decir.
Es de sospechar que la frase de su tercer día después de asumir –“¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!”– es la que mejor le puede caber a quien le quepa el sayo.
La prédica de Francisco trasciende tiempos. De alguna manera, creyentes y no creyentes, jóvenes y no tanto, somos herederos de sus gestos y palabras, a la manera de Jesús.
Gracias Francisco. Hoy y siempre.