Tribuna

Guardar en el corazón

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En el Evangelio según San Lucas nos dicen que «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19) Este versículo lo vinculo íntimamente con otro pasaje, pero, esta vez, del Evangelio según San Juan. Allí, el propio Jesucristo nos señala que «el que me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no guardará mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió» (Jn 14, 23-24).



Ambos pasajes están, desde mi perspectiva, estrechamente vinculados, pues, la Palabra del Señor ha de guardarse en el corazón, pero no solo como algo, efectivamente, importante, sino como algo fundamental para alcanzar la plenitud de la vida.

Jesús y María nos quieren mostrar algo muy profundo cuando señalan la acción de ‘guardar’. No se trata solo de entender intelectualmente una enseñanza, sino de más íntima, más comprometida, que involucre una observancia de corazón interior y exteriormente. Guardar la palabra en el corazón es estar cerca de ella y que ella esté cerca de nosotros.

Que su rostro se refleje en nuestras propias palabras, acciones, omisiones y silencios. Tal y como experimentó María cuando cargó al Evangelio en su vientre. Que la Palabra se transforme en la raíz de nuestro ser y estar en el mundo.

Parroquia Santos Angeles Custodios

El corazón

En Dilexit Nos, el papa Francisco nos muestra al corazón como centro de la persona, lugar donde reside la vida espiritual y la capacidad de experimentar la presencia de Dios. Es un espacio interno de intuición, sabiduría y unión con lo divino. El misticismo judío señala al corazón como la fuente de todas las emociones y que, junto a la cabeza, constituirá el fundamento de la sabiduría.

En la esencia del sufismo reside el concepto del corazón como sede de la conciencia espiritual. A diferencia de la mente racional, que se ocupa de los asuntos mundanos, el corazón, en el pensamiento sufí, es el centro del amor y la comprensión divinos.

En el budismo se habla mucho del corazón como un órgano ligado a la inteligencia más sublime, la compasión que es igual a la mente de Buda. De alguna manera, el corazón representa para todas las tradiciones espirituales básicamente lo mismo.

Definitivamente, es una instancia fundamental en el hombre que brinda sentido a su relación con toda la realidad. Por ello, San Agustín insistió tanto en volver a él, ya que «la interioridad es imprescindible para la búsqueda de Dios, y nos debe llevar a analizarnos críticamente las motivaciones profundas, sabiendo que solo puede encender a los demás quien dentro de sí tiene fuego».

La hora del amor

Resulta imprescindible guardar la Palabra del Señor en el corazón para poder vivir esta hora de nuestro tiempo como una hora del amor que, como sabemos, ha sido algo resaltado por León XIV. El amor es el camino que permite a las «historias personales y caminos diferentes» no transformarse en obstáculo para que todos, contemplando a Jesucristo, peregrinemos hacia un mismo destino que no es otro que el mismo amor que nos pone en camino.

Nos ha invitado nuevamente a buscar la paz y ella se encuentra, justamente, en el corazón que guarda la Palabra del Señor. Una paz que comienza por cada uno de nosotros, «por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra».

Cuando guardamos en el corazón la Palabra del Señor, tal y como hizo María, ella se vuelve la raíz de cada uno de nuestros gestos. Gestos que brotan de nuestro corazón para iluminar la existencia. Un llamado que, en primer lugar, debemos atender y ‘guardar’ los católicos.

No podemos llevar y dar testimonio de la paz a un mundo lleno de conflictos si no somos capaces de superar nuestras propias diferencias, si no somos capaces de edificar un clima de paz verdadera dentro de la propia Iglesia. León XIV, Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro ha hablado muy claro, con voz serena y cautiva de espíritu evangélico. Nos toca, entonces, acompañarlo y dejarnos acompañar guardando en nuestro corazón la Palabra del Señor. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela