Tribuna

Fe y devoción

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La quinta acepción que el diccionario de la RAE ofrece de la devoción es “prontitud con que se está dispuesto a dar culto a Dios y hacer su santa voluntad”. Las anteriores tienen que ver con la costumbre, la forma y el afecto subjetivo o emocional que acompaña este reconocimiento, radicación y configuración con Dios y su voluntad.



La posición quinta tiene más que ver con las formas en las que expresamos el afecto religioso que con la radicación de la vida entera en Dios como misterio salvífico que se ha mostrado definitivamente en Jesús de Nazaret. Este se nos ofrece fundamentalmente en la Escritura y no va asociado a sentimientos especiales, sino a la conciencia de fe de que allí mismo Dios se nos presenta de manera inmediata como llamada, no a reconocerle con algún gesto especialmente religioso, sino a configurar toda nuestra vida con él. Es a esto a lo que se referiría la quinta acepción.

Corpus Christi que esta tarde ha recorrido las calles de Madrid

Celebración del Corpus Christi por las calles de Madrid

Es verdad que no se puede vivir la fe sin el afecto, sin la costumbre, sin ritos personales, sin esos referentes que, creados a lo largo de la historia (personal o cultural), han adquirido vida propia y se nos han dado como marco de nuestra relación con Dios, pero estas realidades deben dejar paso de continuo a Dios mismo con su presencia interpelante, que no se conforma con estos gestos, pues quiere nuestra vida para habitarla desde dentro y en su totalidad. A esto último lo llamamos salvación, pues esta inhabitación de Dios en nosotros es la inhabitación de su amor, de su ser de amor eterno.

Hombre religioso

Y es en esta diferencia entre fe y devoción, relación con el Dios que nos define y respuesta en gestos particulares a su presencia, diferencia en algún sentido imposible de diferenciar del todo, donde se cuela un virus que nos hace identificar demasiado deprisa al hombre de fe con el hombre de devociones, confundir al hombre religioso con el hombre de gestos religiosos.

En un proceso secularización de la sociedad, es importante hacerse conscientes de esta diferencia para no equivocar el camino a seguir en nuestra espiritualidad (relación con Dios) y en nuestra evangelización (presencia entre y ante los hombres). Porque parecería que cuanto más secular es el mundo, más nos esforzamos en promocionar una fe devocional, es decir, reforzamos más las formas externas del sentimiento religioso como queriendo contrarrestar la ausencia de Dios o el exilio forzado al que es sometido.

Así, es fácil que confundamos los sentimientos con la fe y las expresiones religiosas con la vida cristiana. Este es uno de los problemas que nos da miedo afrontar en la Iglesia, porque nunca resulta fácil predicar a los que se muestran como creyentes en las devociones que quizá no lo sean tanto, y porque no es fácil acoger esa llamada del evangelio que nos pide radicalidad de vida y no exuberancia de afectos religiosos.

Sentidos y afectos

Demasiada devoción o devociones mal situadas nos separan de Dios, que siempre está más allá de lo manejable, de lo sensible, del afecto, de toda seguridad, como dejó apuntado san Juan de la Cruz con itinerario entre las nadas. Nos separa de ese Jesús que nunca coincide del todo con nosotros y que, cuando coincide en verdad con alguno, tanto le cuesta incluso a la Iglesia, su hogar natural, aceptarlo. Sin embargo, Dios nos libre de condenar la devoción, porque solo a través de los sentidos y de los afectos, solo a través de la carne, llega Dios a nuestras vidas, aunque luego no se le pueda encerrar en ella.

Procesión de la Virgen de Torreciudad el 17 de agosto de 2024

Procesión de la Virgen de Torreciudad el 17 de agosto de 2024

La vida cristiana es un arte bello y complejo que no tiene medidas fijas y no puede encerrarse ni en los gestos que ayudan a que se dé a luz en nosotros. La última medida de la fe es, como decía la quinta acepción de devoción, la prontitud para con Dios, para con ese Dios que se dice en la Escritura que se da en la Eucaristía y nos espera en el Necesitado y, aun así, nunca queda encerrado en estos espacios; la prontitud para con Dios mismo, incluso si tenemos que dejar de lado el vestido que nos pusimos para recibirle y agradarle.

Francisco García Martínez es profesor titular de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca