Tribuna

Escucha y bondad

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A finales de marzo de 2020 constaté una realidad. Es que todo lo que estábamos  atisbando con la pandemia iba a exigir que los que somos religiosos diéramos un paso al frente. ¿Un paso al frente cuando no podemos salir de casa? Durante toda la pandemia, a través de mi profesión como psicólogo clínico y como sacerdote jesuita, he escuchado a muchas personas, muchas. Quizás a más de las que normalmente hubiese escuchado en mi despacho. Se abrieron las ventanas desde casa o desde otros rincones para poder atender a quién está sufriendo la muerte lenta de la ansiedad y de la angustia.



El COVID está siendo devastador. He visto y oído testimonios de sanitarios a los que he tenido el regalo de poder atender en este tiempo de la pandemia. Concretamente a través del programa ‘No estás solo’ de la UNINPSI (la Unidad Clínica de Psicología de la Universidad Pontificia Comillas), desde el que dimos un espacio de escucha a los sanitarios que estaban en primera línea en la primera ola. Después muchos de ellos han seguido siendo atendidos. Descargar la angustia y el miedo sobre otro, aprender a cuidarse y gestionar las emociones.

Recuerdo como una enfermera me decía cómo se pasaba cada día en el hospital curando y sosteniendo a los enfermos. Al salir del trabajo llegaba a casa destrozada por el cansancio, por lo visto y tratado, y se encontraba con los ojos llenos de miedo de su esposo y de sus hijas. “No quiero pegarles nada”, se decía mientras se desnudaba para entrar “limpia” del todo en su hogar. De la puerta a su cuarto, para refugiarse en lugar seguro y proteger. La tensión emocional que esa mujer acarreaba por dentro era enorme. Aprender a gestionar tanto dolor comienza por poder ser escuchada para desahogarse. Es vaciarse para aprender.

Acompañar el sufrimiento

Una de las personas con la que intercambié muchos encuentros fue con el capellán de un hospital español. Durante la pandemia, este sacerdote bueno y entregado, había estado haciendo una labor descomunal para garantizar a los pacientes con fe unos instantes de despedida a las manos de Dios. Este hombre me decía que algo se le rompía por dentro cuando rezaba: “Me he encontrado con la cruz directamente”. Acogerle en su propia fragilidad y confrontar su propia fe ha hecho que pudiera seguir ayudando. Ser ayudado para ayudar a otros.

Como psicólogo clínico y sacerdote jesuita, siempre he sentido la llamada de Dios a acompañar el sufrimiento y a ser un poco una mezcla entre el samaritano y el cirineo. Sin la mayor pretensión que poder acompañar el dolor humano y espiritual de hombres y mujeres de hoy. Me preguntan si soy el mismo o esta vocación me ha cambiado. En la escucha uno aprende a generar en el otro la potencialidad de sus fortalezas.

Decía Freud algo así como que la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas. Estamos poco acostumbrados a decir cosas buenas. Los aplausos servían para encontrarnos y motivar. Gracias a Dios, he sido testigo directo de cómo muchos padeciendo, directa e indirectamente, la enfermedad del COVID se han visto consolados por un Dios bueno que sabía generar algo bueno en sus vidas.

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