Tribuna

En pandemia aún podemos darle sentido a la vida

Compartir

En la Biblia se dice que los profetas fueron los mensajeros de Dios, los promotores de la esperanza, pero también los anunciadores de los malos presagios. Un ejemplo de ello es Jeremías, profeta del s. VII A.C., un hombre comprometido con su pueblo pero que, como hombre de Dios, es fiel a su Señor y sueña con una realidad diferente donde su pueblo obedezca y viva una vida feliz. Sin embargo, Jeremías lamenta la actitud y la dureza de corazón de los suyos, pues estos se han dado al engaño, a la mala vida, a la ausencia de la ética y al desenfreno. El profeta se siente fracasado, decepcionado y quiere abdicar de su misión, porque vive una realidad muy dura que no se asemeja con sus ideales: “Jerusalén vive en un estado de depravación” (Cfr. Jer 9, 1-10).



En este tiempo, más de alguno, ha sentido que la situación de pandemia y sus consecuencias, los ha llevado, tal vez, a un estado de “depravación”, a mirar la vida con desdén y desesperanza. Nadie estaba preparado para vivir dentro de casa, enclaustrado, contemplando desde la ventana o de la pantalla lo que sucede afuera; o bien, comunicándose únicamente con el resto del mundo desde su celular o tableta. Esta crisis junto con mostrar la posibilidad de plasmar, con actos concretos, la mejor versión de cada uno, también, ha revelado el rostro de la vulnerabilidad y la tentación de volcar el lado más oscuro que poseemos. Nunca tanto como ahora, habíamos experimentado el tedio, el cansancio, la agresividad y el hastío como en esta pandemia. ¡Cuántos! son los que debieron reinventar su vida para recomenzar con otra que jamás imaginaron y ¡Cuántos! No alcanzaron ni siquiera a vivir para contarlo y superarlo.

Lo vivido por el pueblo de Israel, en los tiempos del profeta Jeremías, nos pone en perspectiva de fe para comprender que los seres humanos somos “vulnerables”, “impredecibles” y vivimos en una constante “incertidumbre”. El pueblo de Israel al sentirse seguro de sí se olvidó de su Dios y se abandonó a toda clase de vicios siendo infiel al Dios único. A partir de ese amancebamiento, nace en Jeremías la urgencia de ser consecuente a su vocación profética y de transmitir a su pueblo la necesidad de un nuevo tipo de vínculo con Dios, enraizado más en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Sin embargo, aquella “vulnerabilidad” y la sensación de “incertidumbre” ha acompañado siempre al ser humano, en todo ámbito, tiempo y lugar. Así lo entendió y lo padeció el profeta Jeremías e incluso con su propia vocación.

Enfrentar la realidad

No obstante, no solo el ámbito bíblico se hace eco de esta “vulnerabilidad” e “incertidumbre”, porque el poeta y escritor chileno, Vicente Huidobro, describe, en su libro, “Altazor”, la sensación de incertidumbre y angustia que embauca a su protagonista, sobre todo cuando su seguridad, bienestar y paz se ven amenazadas, dice: “Altazor, por qué perdiste tu primera serenidad, qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa con la espada en la mano… ¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser? El poeta invita a su protagonista, ─Altazor─, a descender y le dice: “Cae al infinito, cae al fondo del tiempo, cae lo más bajo que se pueda…cae a través de todos los espacios, cae sin vértigo y de todas las edades de todas las almas y todos los anhelos…”.

De alguna manera, Huidobro también desvela esa capacidad profética de Jeremías o del propio Jesús, porque no desdibuja la realidad, no la evade ni la niega, al contrario, la enfrenta con la misma fuerza de sus convicciones y sin renunciar a lo que es. Sin duda, que con la pandemia hemos perdido la serenidad, cayendo muchas veces en decisiones muy alarmistas casi en la paranoia para terminar en la desesperanza. Si hay algo en que ha ayudado la pandemia es a entender que la esencia del ser humano es la “fragilidad” y lo somos esencialmente, pero también la “vulnerabilidad” de lo que nos rodea como lo ha sido el sistema económico, político y social. Por ejemplo, la dimensión política ha sido condicionante en esta crisis y al mismo tiempo manipuladora, calculadora y hasta arbitraria. Qué bien haría recordar a algunos políticos el concepto acuñado por Aristóteles, Zoon politikón, “animal político”: “el hombre es un animal político y la ansiada felicidad solo se puede conseguir con los otros”. Para el filósofo aquí se fraguaban y fundaban las bases para la política de occidente. Y es que, la política, no puede reducirse “únicamente” a la idea general de que todos los políticos son hombres corruptos y egocéntricos. Porque siempre habrá una excepción a la regla. Cuando la política no está enmarañada de partidismos, populismos, demagogia y autoritarismos se convierte en un instrumento eficaz para el bien común.

La vida del espíritu

Por eso, esta pandemia ha de llevarnos no solo a encontrar signos de esperanza, sino también a construirlos. El propio Jesús al llegar a Jerusalén lloró porque sabía lo que le deparaba. Allí, moriría. Sin embargo, no huyó y por la misma razón, mostró su misericordia ante la ignorancia, la insensatez, la soberbia de quienes decían conocerlo. Incluso muchos constataron sus prodigios y milagros, pero por la ceguera de su corazón, no “quisieron” creer en sus signos de esperanza. Al igual que Jesús, como creyentes estamos en el camino de una encrucijada: nos quedamos en los malos presagios, irritados y maldiciendo la pandemia o aprendemos de ella y salvamos aquello que sí podemos salvaguardar: “cultivar la vida del espíritu”.

Junto a Dios hay que cautelar el espíritu, y no solamente con la oración. Porque el espíritu también se cuida con la cultura, la poesía, la buena música, un buen libro, una buena película, y, por cierto, con el mundo de los afectos. Solo así las preguntas del sentido y la existencia recobran en nosotros nuevos bríos y esperanzas de vivir. No todo se ha perdido con la pandemia, aún hay cosas posibles de rescatar. Por tanto, no podemos sobredimensionar los discursos alarmistas, pesimistas o reduccionistas. Ni lo uno ni lo otro. Hay que mirar esta pandemia de frente y dejar que el hecho acontezca completamente. De modo que Dios se manifieste en todo su esplendor, aunque, por momentos, nos parezca que está como ausente.

Sin duda, que la globalidad de la crisis es lo que más nos ha descolocado. Sabemos que el hombre es un animal político, simbólico y construye una realidad a partir de lo que vive. Hemos descubierto que veníamos de una forma de vivir un poco enfermiza y alienada. Necesitamos crear “sentido”. Por ejemplo, el libro de Dante Alighieri, “La Divina Comedia”, nace de la pérdida de su amor (Beatrice Portinare) y huye de Florencia por cuestiones políticas. Así, Dante, ─un hombre angustiado─, realiza un viaje y hace un descenso personal hacia su interior, es decir, viaja a su propio “infierno” para limpiarse. Cuando termina este viaje terrible, constata lo que se ha perdido, el “paraíso”.

A la búsqueda de sentido

Tal vez, cada uno debe hacer este viaje para resarcirse del “ego” que lo mantiene prisionero y valorar el “paraíso” de las cosas que extraña y que antes eran tan triviales como tomar un café con un amigo(a), celebrar un cumpleaños, compartir un rico asado o jugar un partido de fútbol. Todo aquello nos hace reflexionar sobre cómo somos y de qué manera sobrevivimos cuando se dan estas crisis. Quizás es tiempo de que contemos nuestras propias historias y aprendamos a llorar y reírnos con ellas. No solamente Netflix o Disney plus nos pueden contar sus historias, pues cada uno puede “construir” la suya.

No cabe duda, que la pandemia nos ha conducido hacia la sociedad del cansancio donde el “rendimiento” es fundamental para conservar el trabajo y la seguridad material. No obstante, ese afán nos ha vuelto más deprimidos y sin vida. A partir de esta realidad se entienden muchos comportamientos humanos, desde el que niega la realidad o la evade hasta el que asume su responsabilidad y se reinventa. La pregunta es, en medio de la crisis, ¿Cómo encontramos el sentido de esta? El mundo creyente tiene la oportunidad de mostrar la fidelidad al Dios al cual dice creer o quedarse en la infidelidad como el pueblo de Israel en los tiempos de los profetas. Hemos de buscar la forma de producir los milagros y cada uno tiene su propia responsabilidad. Volcarnos hacia Jesús es una posibilidad no para que nos saque de dónde estamos, sino para que “ilumine” la realidad que buscamos evadir: Dejar de ser tan autorreferentes e individualistas es un camino posible y loable para ser más generosos, creativos y constructores de SENTIDO.