Tribuna

El miedo

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Cinco letras para nombrar ese sentimiento  de perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Cinco letras que se agigantan y pueden paralizarnos.



Hablando con una médica me decía que en este tiempo, además de estar literalmente rodeados por el Covid, la sola pregunta al saber de un enfermo ¿tiene Covid? ya genera estrés, estrés que es generado por el miedo. Miedo a lo desconocido, a lo que no se puede manejar, al que puede contagiarme y siguen las situaciones.

Un dicho popular expresa “el miedo no es sonso” y es verdad. Ayuda a dimensionar lo que hacemos, lo que dejamos de hacer, el riesgo que corremos; ayuda a cuidar nuestra vida. El miedo es sabio.

El miedo es peligroso cuando nos envuelve de tal modo que no podemos vernos con objetividad, cuando nos hace huir de situaciones cotidianas, cuando arrasa con nuestra personalidad. Muchas veces no se nota y aún más, no lo notamos porque ponemos energía para no sentirlo o mostrarlo, y ahí nos enferma y se agiganta silenciosamente.

La psicología aconseja darle nombre y afrontarlo, no enfrentarlo. El enfrentamiento habla de guerra, afrontar es mirar con serenidad, buscar los recursos que se tienen y dialogar con ese amigo que quiere o le damos más protagonismo que el que merece. El miedo genera máscaras.

 

No estaría mal hacer una lista con nuestros miedos, analizarlos. Muchos de ellos son parientes de la autorreferencia, del ombliguismo. El miedo a no tener fama, a no tener aceptación, a mostrar debilidades, a que hablen mal de mí, a no cumplir las propias expectativas o de la sociedad. Este miedo puede ser fruto del individualismo, de un creerse demasiado importante, sentirse dios. Se olvida al prójimo para pedir una mano, no se valora al otro para dar o pedir una mano. Pensemos si no le tenemos miedo a los pobres, intentamos huir de ellos, de sus realidades y si no queda otra que encontrarnos con uno de ellos lo solucionamos con un ¿por qué no vas a trabajar? o una mísera limosna para salir rápido de su presencia.

No temas

Se me ocurre pensar en Dios Padre, un Creador que nos regaló la libertad y nos dio un mandamiento: El del amor al prójimo y a uno mismo. Difícilmente cuando estamos en una situación límite de trabajo y cuesta encontrarlo, nos digamos a nosotros mismos despreciativamente que vayamos a trabajar o busquemos una limosna anémica de cariño, de contención o de lo que sea.

Ese buen Dios que a lo largo de la escritura se la pasa diciendo ¡no temas, yo soy tu padre, tu creador! Ese creador que nos invita a ser nosotros mismos y a mirar de igual modo a los demás, a bajar barreras, a llamar a las cosas por su nombre, a no tenerle miedo al miedo.

Ese mismo Dios que nos misericordea a todos y sencillamente pide que, sin miedo, hagamos lo mismo.