Tribuna

El hilo de la providencia

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En 1918, –en plena primera y devastadora posguerra–, tres religiosas Hijas de María Auxiliadora se toparon con las ruinas de un convento franciscano en la remota localidad calabresa de Satriano. Por decisión del ayuntamiento, se empezó a utilizar como guardería para ayudar a las familias cuyos varones eran llamados al frente.



A la casa le faltaba de todo, explicaba la directora, Leontina Macchi, “pero nos regocijamos al experimentar las incomodidades de la pobreza religiosa y al tocar las huellas amorosas de la Divina Providencia”. El lugar llegó a convertirse en un importante centro de formación de la región. En su centenario, el historiador Giulio De Loiro, publicó un ensayo a partir de los apuntes de las directoras de la Casa de Satriano.

El texto sacó a la luz la pequeña gran historia del lugar, donde nació el arzobispo de Nápoles, Mimmo Battaglia, designado para esta sede por el Papa Francisco. Él siempre ha destacado la presencia “materna” de las hermanas en su camino vocacional.

Las tres monjas llegaron por tren y fueron a Satriano, que serpentea montaña arriba por pequeños caminos diseñados para burros. El abogado Giacinto Galateria, cuyo nombre llevará la guardería, logró una cuantiosa subvención pública para la restauración y el compromiso de las Hijas de María Auxiliadora de gestionar el centro.

Un taller de costura

El 21 de diciembre se abrió la guardería que además ofrecía un desayuno de leche y pan gracias al médico del pueblo. La Cruz Roja Americana enviaba ropa. Cada tres meses, el alcalde mandaba dinero a la directora y así se pudo poner en marcha un taller de corte y confección. Durante el primer mes no acudieron muchas jóvenes. El motivo era que “las chicas del pueblo se dedicaban a criar gusanos de seda”.

La provincial, sor Felicina Fanoia, sin previo aviso, llegó a pie con el fin de echar una mano, pero había mucho hecho. El oratorio ya estaba abierto y la guardería contaba con el reconocimiento del Estado. La ayuda privada proporcionó las máquinas y telares para el taller de costura y para la iglesia un harmonio y un cuadro con la imagen de María Auxiliadora. El 8 de julio de 1920, un fotógrafo salesiano tomó la primera foto oficial de la Casa con las monjas y los 80 niños de los que se ocupaban. También retrató a los fieles que acudían al oratorio y a las jóvenes del taller de costura, unas 30.

Las crónicas siguieron narrando la vida cotidiana de la casa, como el robo en el gallinero, la apertura de una escuela de música y los años del fascismo. Los diarios hablaban de una guerra que tocó a la Casa de cerca, ya que una bomba aliada cayó sobre la iglesia. Fue un milagro que no hubiera víctimas, puesto que la misa había terminado minutos antes.

La segunda posguerra fue dura. A veces no había ni para dar el desayuno a los niños. Los italianos comenzaron a emigrar y el país a despoblarse. El taller de bordado se convirtió en un recurso imprescindible para las más jóvenes que allí cosían los ajuares de novia. Sor María Fristachi, que dirigía el taller de bordado desde 1963, estuvo en la Casa hasta el 2000. Ha cumplido 100 años.

*Artículo original publicado en el número de abril de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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