Tribuna

El Sodalicio de Vida Cristiana: un carisma espiritual inexistente

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Todo comenzó para mí en Lima en 1978, cuando solo tenía 15 años de edad. Durante treinta años creí que el Sodalicio de Vida Cristiana era una obra inspirada por el Espíritu Santo. Poco más de once años de mi vida, entre diciembre de 1981 y julio de 1993, transcurrieron en comunidades sodálites. Después de esa experiencia, pasé a ser un adherente sodálite –es decir, miembro periférico de la institución con vocación al matrimonio–, hasta que en el año 2008, cuando ya había emigrado a Alemania, se me cayeron las escamas de los ojos y pude ver con claridad los abusos que había sufrido.



Aun cuando ya asomaban en mí algunos atisbos críticos hacia ciertos aspectos cuestionables de la institución, seguí creyendo durante años que esta tenía un carisma divino y que sus imperfecciones no anulaban el que se tratara de algo querido por Dios en su plan divino.

Recuerdo que el 7 de noviembre de 2003, estando ya domiciliado en la ciudad alemana de Wuppertal, le escribí al fundador una carta respetuosa que le hice llegar a través de una persona conocida que se iba a entrevistar personalmente con él, pues Luis Figari y compañía estaban realizando uno de sus viajes a Europa. Allí le decía yo:

“Quiero que sepas que siempre guardo las promesas que he hecho y que mantengo una gratitud inmensa a quienes siempre me tendieron su mano amiga en la comunidad ‘sodálite’. Si de algo puedo preciarme es de no haber traicionado nunca la confianza de quienes se han fiado de mí. Por eso mismo, reafirmo mi fidelidad al llamado que Dios me hace en su Iglesia a través del Sodalicio y espero poder servir dentro de la misión evangelizadora a la que estamos llamados (para lo cual he tenido a veces que abrirme el camino a ‘machetazos’ y seguir adelante a pesar de las comentarios maliciosos y las zancadillas inesperadas)”.

Estilo sectario

En el año 2008, tras una reflexión provocada por la detención policial del entonces ‘sodálite’ Daniel Murguía en octubre de 2007 en un hostal del centro de Lima, mientras hacía fotos a un niño de la calle de unos 11 años que estaba desnudo, decidí dar un paso al lado y desvincularme de la institución. No era el hecho mismo lo que me llevó a tomar esta decisión, sino el recuerdo de obsesiones sexuales desencadenadas por un estilo de vida restrictivo y deshumanizante, cuasi sectario, que imperaba en las comunidades.

Y aun cuando ya no me sentía pertenecer a una institución en la que comenzaba a ver prácticas turbias, seguía creyendo que tenía su lugar en la Iglesia católica y era susceptible de reformas. Públicamente, todavía no se sabía nada sobre los abusos de Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio, y de su vicario general, Germán Doig, fallecido misteriosamente el 13 de febrero de 2001 a los 43 años de edad. Mi percepción era que el Sodalicio tenía graves problemas, y que yo tenía la responsabilidad de comunicárselo a sus autoridades para que esos gérmenes de destrucción no terminaran consumando su obra.

Sodalicio

Por eso mismo, mis primeros esfuerzos estuvieron orientados a tratar de comprender exactamente cuáles eran esos problemas. Lo hice iluminado por la lectura sobre asociaciones similares de características sectarias, para comunicárselo al Sodalicio a través de mi hermano Erwin, quien ocupaba un puesto de responsabilidad en la institución. Todo fue en vano. Se me amenazó con denunciarme por difamación si yo daba a conocer a la opinión pública lo que sabía. En el Sodalicio nunca hubo la intención de acoger mis observaciones críticas, hechas con las mejores intenciones para quienes entonces formaban parte de esta sociedad de vida apostólica.

El año 2011, a través del desaparecido ‘Diario16’ que dirigía el periodista peruano Juan Carlos Tafur, aparecieron las primeras denuncias periodísticas sobre abusos sexuales cometidos por Doig y Figari.

(…)

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