Tribuna

Dostoievski y Mahler

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Estamos viviendo tiempos oscuros. Tiempos oscuros en el sentido explicado por Hannah Arendt. Épocas donde la banalidad del mal y la pérdida de la capacidad de pensar por uno mismo se manifiestan en la sociedad, oscureciendo la comprensión de la realidad y la capacidad de actuar correctamente.



Utilizó esta frase para describir una situación en la que la gente se aferra a la rutina y al pensamiento prefabricado, perdiendo la capacidad de discernir entre el bien y el mal, y de tomar decisiones responsables. Muchos hombres y mujeres han tenido que enfrentarse visceralmente contra estos tiempos. Por fortuna, la lista es larga, pero hoy solo quiero rescatar a dos: Fedor Dostoievski y Gustav Mahler.

Dostoievski y Mahler dos hombres que, no solo conocieron las espesuras de estos tiempos oscuros, sino que los enfrentaron desde una luz poderosa que dio forma a una ética de vida que no se cansó de buscar a Dios. Dostoievski no conoció a Mahler, pero Mahler sí leyó al ruso, de quien fue un profundo admirador, especialmente de su obra ‘Los hermanos Karamazov’ (1880). La sensibilidad mística de Dostoievski cautivó a Mahler, nutriendo sus preocupaciones existenciales, pues encontró en sus líneas una respuesta a su angustia por la existencia de Dios y su vinculación con el sentido de la existencia humana.

Dostoievski Y Mahler

Entre luces y sombras

Las obras de Dostoievski y de Mahler nos hablan de dos sensibilidades que vivieron entre las luces y las sombras. Una ambivalencia muy marcada entre la tristeza y la alegría, el cielo y la tierra, el amor y el sufrimiento, lo humano y lo divino, el bien y el mal. A pesar de esa ambivalencia, ambos fueron impregnados por un pensamiento trágico que les fortaleció la creencia de que el amor y la belleza podían ser caminos para la salvación del hombre y del mundo.

El amor y la belleza se transformaron, en estos dos artistas, en un camino para alcanzar una comprensión más profunda del alma humana. Así parece revelarse en ‘El Idiota’ (1869), novela en la cual busca retratar a un hombre perfectamente bello, el modelo para ese hombre es Jesucristo.

Jesucristo puede ver en el alma del hombre, más allá de luces y sombras, el corazón de las personas casi a la primera mirada, apelando a lo que el hombre tiene proveniente de Dios y le ayuda a confesarse a sí mismo y al otro, y a sentir su yo más íntimo. Algo semejante a lo que pide Mahler en su ‘Octava Sinfonía’ (1907), desde la que canta por un esclarecimiento que eleve la luz de los sentidos, ensanche los corazones, ilumine la mente, y nos infunda los siete dones del Espíritu. Ambos, tanto Dostoievski como Mahler, se hermanan ante la idea del amor como fuerza que impulsa a la redención que vence las sombras, fuerza que estimula a descubrir la belleza verdadera escondida en la profundidad, inclusive de lo que nos pueda resultar feo o desagradable.

Un nuevo lenguaje contra el nihilismo

Dostoievski y Mahler se enfrentan a un mundo cada vez más nihilista. Un mundo convencido de que la existencia es absolutamente insostenible, que ha perdido la fe en tal autoridad, convencido de que todo acontecer carece de sentido y es fútil. Se enfrentarán a este mundo obscurecido a partir de la creación de un nuevo lenguaje que articula las polifónicas voces de las piezas de Mahler y los personajes de Dostoievski. Un lenguaje tejido por el sufrimiento y la redención por la vía del amor. Un mundo que se volvía un infierno, pues, como sostiene Dostoievski: el infierno es el sufrimiento de no poder volver a amar jamás.

La obra del ruso causó un enorme impacto en la intelectualidad europea en los años inmediatamente posteriores al fin de la Primera Guerra Mundial. Hermann Hesse, André Gide y Stefan Zweig le dedicaron entonces distintos textos, Mahler haría algo similar al tomar de las novelas del ruso el interés por la exploración de la condición humana, el sufrimiento, la introspección psicológica y las profundas emociones. Tanto Mahler como Dostoievski luchan contra los demonios que circulan por el mundo y lo hacen sabiendo que esos demonios los habitan. Vivieron en una profunda escisión que predica la fe con tanto más ardor cuanto más padece su ausencia, y esto, justamente, es lo que lo hace tan humanos y el amor al que apuesta absolutamente descarnado. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris