Tribuna

Dios tiene rostro de mujer… y se llama Juana

Compartir

Han pasado muchas semanas desde que estuve sentada frente a frente con el rostro de Cristo. Tan importante fue el encuentro que podría contar los días desde que pasó: 39. Eran cerca de las 12:30. No es menor recordar el día y la hora. Es la vivencia de los primeros discípulos al encontrarse con el Señor…



Nos encontramos con ojos de ternura, con una ternura que se irradiaba en aquel momento… era un rostro cansado, curtido por los años, unas arrugas marcadas por el trabajo laborioso, cansador, bien hecho y mal pagado, pero además de esos ojos profundos, se exponía una sonrisa, una sonrisa que me intrigaba. Podía ver a mi alrededor como sus ojos, como su sonrisa, alcanzaban una energía atrayente para muchos de los que estábamos ahí.

Por el lado en el que me senté, más que tocar, solo podía mirar, pero tanto era lo que expresaba, que solo con su mirada y sonrisa ya me bastaba. Y nuevamente recordé tantos evangelios que solo un encuentro con Jesús, aunque fuera en la distancia, bastaba para sentirse plenamente tocado.

La injusticia de los poderosos

Su cuerpo estaba marcado por la injusticia de los poderosos, sus brazos rojos por el trabajo tortuoso bajo el sol le habían dejado con un principio de insolación, no había bloqueador que protegiera esas heridas, no había tomate que ayudara, porque tomate es el bloqueador del pobre…

Todo el día trabajando. 100 pesos por metro de palo cortado. Nuevamente, una semejanza curiosa: el trabajo con la madera. ¿Cuántas veces Jesús no habrá de haber cortado y arrimado maderas una y otra vez? Resultado del trabajo de todo un día: 2.000, 2.500 pesos. Todo un día por lo mínimo, todo un día de agacharse, recoger, cortar y ordenar… todo un día, toda una vida: 55 años.

Y volvemos a la mesa. Los que están sentados a la mesa se conocen, yo soy la única nueva, nos reímos, cantamos y conversamos bastante. Un pan por cada uno, un pancito grande, pero que es guardado para repartir con otros que aún no están sentados en esta mesa… y no es metafórico. El pan fue guardado meticulosamente en una servilleta de papel y puesto en una pequeña mochila. Los que estaban a su lado, miraban con cariño. Cuando se está cansado, con hambre, se suele comer todo, son pocos quienes guardan, no para sí mismos, sino para otros…

Agradecida

¿Tienes hijos?, le pregunté. “No, son para otros que trabajan conmigo y que no están aquí, siempre es bueno tener para más tarde”. Uno de ellos se le acerca y le mira con cariño: “Es como una madre para todos nosotros, así le decimos, mamá, porque cuida de cada uno”.

Juana, me mira, se sonríe y, de manera cómplice, da la gracias por la comida… y dice nuevamente que hay que ir a trabajar. Nuevamente en mi vida me doy cuenta de que Dios se me revela con rostro de mujer.