Tribuna

Desafíos de los católicos en Panamá

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Vivimos un momento inédito en el mundo. Pensar que otro mundo es posible, urgente y necesario, todavía en medio de la pandemia, nos resulta difícil visibilizar el camino correcto a seguir desde nuestra fe, por los estragos profundos en la vida de las comunidades, particularmente las poblaciones más vulnerables.



En el caso de Panamá se trata de uno de los países con más alto crecimiento económico y con la peor desigualdad social de la región. Desde antes de la crisis de la pandemia Covid 19 ya estaba atravesando por una dura situación en lo económico, socio ambiental, energética y política que se vio reflejado en el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores por el alto costo de la vida y bajos salarios, el desempleo juvenil, la violencia contra las mujeres, la precaria situación en la que viven los migrantes entre otras.

En estas circunstancias, no es responsable quedarnos sólo con la descripción e interpretación de los acontecimientos. Nunca ha sido tan importante fortalecer el rol del laico en su compromiso social como sujeto y protagonista de la historia de la salvación del pueblo de Dios.  Como bien se ha dicho no podemos continuar con lo que ya estábamos haciendo, ni esperar que vuelva la situación anterior, los movimientos populares lo han dicho de manera sencilla y muy clara “no queremos volver a la normalidad porque la normalidad era el problema”.

Ligado a lo a anterior, a pesar de muchos obstáculos producto del aislamiento y momentos de cuarentena, las pastorales, movimientos laicales y agentes pastorales evidenciaron una fuerte solidaridad entre y con sus hermanos a través de múltiples acciones colectivas, creativas y solidarias que permitieron sostener a muchas familias con toda clase de necesidades emocionales, afectivas, psicológicas, sociales y sanitarias.

Los principales desafíos del mundo católico

Todas estas acciones fueron el resultado del compromiso fiel de los laicos, sin embargo, se demandan otras tareas de gran importancia para el aquí y el ahora de la evangelización en las comunidades. Hoy más que nunca se necesita la mayor participación de los católicos, oración, discernimiento, formación en Doctrina Social de la Iglesia, más acompañamiento a las comunidades en sus necesidades y aspiraciones, más producción del conocimiento sobre la realidad social, mayor incidencia desde lo local, más comunicación y articulación dentro de los templos y con las Organizaciones de la sociedad que apuestan por la vida y la protección de los derechos humanos y los bienes de la creación.  Es decir, una iglesia de salida entre y con el pueblo de Dios que camina en la esperanza viva y constructora de su porvenir.

Vivimos un momento especial y, definitivamente, no podemos negar que estamos ante un cambio de época. Los cambios tan acelerados donde se enfrentan dos modelos de desarrollo indudablemente nos generan mucha incertidumbre.   Por un lado, uno que tiene como centro el dinero, el individualismo, desarrollo basado en el extractivismo, en el mercado como rector omnipotente y el otro modelo con una visión integral que busca un mundo más humano, que protege los bienes de la creación, más justo y solidario.  Por otro lado, el actual momento histórico está generando en muchos, confusión, desorientación y pérdida de sentido a la vida.

Si nos preguntamos, cuál es el mayor desafío de la Iglesia hoy. Hemos de responder que hay volver la mirada a la ética en todas las dimensiones de la vida. Sólo la coherencia entre fe y vida expresada en un laicado comprometido, una ciudadanía consciente y participativa podrá reorientar el futuro que deseamos para la humanidad.

En Panamá tenemos dos principales retos:  Primero es una sociedad tan desigual que no podemos permanecer indiferentes ni neutrales, desde nuestra fe cristiana y convicciones éticas. Hemos de situarnos al lado de nuestros hermanos empobrecidos y desde esta perspectiva soñar y trabajar por un mundo con más oportunidades para todos.  En segundo lugar, debemos trabajar desde una pastoral de conjunto e integral. Debemos superar los viejos esquemas del trabajo de las islas y de la lectura de la evangelización fragmentada y distanciada de la realidad social, porque estas prácticas han deteriorado la base de la estructura eclesial.

La invitación del papa Francisco

Decía el papa Francisco en su Carta Apostólica ‘La Alegría del Evangelio’: “En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurados como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes.  Recordemos que el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral.  Pero convertirse en pueblo requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía.” (EG 220).

Una oportunidad y un desafío hoy, es lograr animar una mayor participación de los laicos en la primera Asamblea Eclesial[1], que nos permita, como dice uno de sus objetivos, reavivar la Iglesia de una nueva manera, presentando una propuesta reformadora y regeneradora; es decir no queremos una vida de la iglesia en la que algunos viven su fe todavía con una visión vertical, altamente clerical, distante y alejada del dolor de nuestros hermanos.

Vivimos tiempos de esperanza, que significa la gran oportunidad del momento para volver la mirada al trabajo realizado en nuestras pastorales, tiempos de aprendizaje y de replantearnos nuevos enfoques y más creativos.  De auto-cuidarnos y cuidar al otro escuchándolos desde diferentes lugares y prácticas y reconociéndonos como hermanos.  Es el único camino que nos queda, centrado en el amor del Padre que nos protege para hacer posible que hombres y mujeres vivan en dignidad.

[1] https://asambleaeclesial.lat/


Escrito por Maribel Jaén. Socióloga, Secretaria Ejecutiva de la Pastoral Social Cáritas y Miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos