Tribuna

Desafíos de los católicos en Costa Rica

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Tres son los conceptos claves que se proponen a través de este título: desafíos católicos y Costa Rica. Permítaseme analizarlos brevemente para afinar el tono con que ha sido escrita esta columna.



El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) define la palabra “desafío” como la acción y efecto de desafiar, verbo cuyas acepciones sitúan todas al sujeto en contraposición con un agente externo que hay que superar.

Quisiera proponer un cambio de mirada, colocando aquello que nos ‘interpela’ desde adentro y no como algo externo a lo que tendríamos que enfrentarnos.

Por otro lado, la palabra “católico” significa universal y se utiliza para denominar a las personas que profesan la fe católica. Según una encuesta del Instituto de Estudios Sociales en Población (Idespo) de la Universidad Nacional (UNA) dada a conocer por diario Nación el 29 de julio de 2019, solamente el 52,5% de las personas encuestadas se declararon católicas.

Habría que cuestionarse si declararse a sí mismo profeso de una fe es el criterio de “católico” que se entiende en la Iglesia y si todo aquel que se profesa católico realmente lo es. De cualquier modo, entenderemos por católico al discípulo misionero de Cristo (al estilo de Aparecida), situando la identidad en la relación con la persona de Jesús, que si bien las supone, va más allá de la confesión de fe y el bautismo.

Y si nos referimos a Costa Rica, somos un pequeño país centroamericano ubicado entre Panamá y Nicaragua; entre el Océano Pacífico y el Mar Caribe. Con una extensión de 51.100 km2, es un territorio habitado por pueblos autóctonos, afrodescendientes, mestizos, migrantes (nicaragüenses, venezolanos, colombianos, salvadoreños, estadounidenses, cubanos, chinos, etc.) y el 6% de la biodiversidad mundial. Nos referiremos entonces en esta columna a todas aquellas personas que habitan el territorio costarricense y que, por tanto, interactúan y peregrinan junto a otras especies por estas tierras en el momento actual.

Me identifico plenamente con este tema, porque me apasionan los desafíos, soy católica y amo mi país Costa Rica. Hablaré, por tanto, desde la fe que vivo y no sobre las agendas que se imponen muchas veces a través de los medios de comunicación.

Recuperación económica ética, justa, equitativa y sustentable

Desde el inicio de la pandemia del Covid 19 en Costa Rica, al igual que otros países del mundo, han aumentado preocupantemente algunas situaciones que ya, de por sí, inquietaban antes de la crisis sanitaria.

Me refiero al desempleo, la pobreza, la violencia intrafamiliar, el incumplimiento de los derechos laborales, la cantidad de personas migrantes y refugiadas en el país, las enfermedades psicológicas, la contaminación, las adicciones a los aparatos tecnológicos, la farmacodependencia, etc. Todos estos son clamores ante los cuales no podemos pasar indiferentes.

Esto implica desacomodar, salir, estar dispuesto a escuchar la realidad con los propios oídos, porque no bastan los medios de comunicación para sentir al hermano y muchísimo menos para brindarle cercanía y apoyo.

Como católicos la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia nos interpelan: seguir a Jesús, hacer lo que Él hacía. Esto no significa exponerse irresponsablemente al contagio, sino dejar brotar toda la creatividad del amor que hace hasta lo imposible con tal de cuidar del hermano.

A nivel país, la tentación sería buscar salir de la crisis apostando por alternativas que ponen en riesgo nuestra existencia en el largo plazo. Resulta inaceptable que se aprovechen circunstancias como las actuales para volver a proponer proyectos que promueven la explotación de combustibles fósiles en Costa Rica, por ejemplo. Los costarricenses sabemos que esto no solamente atenta contra el medio ambiente, sino contra nuestra misma identidad nacional que desde décadas atrás ha demostrado que el desarrollo sostenible es posible y necesario.

Pero lo que más me preocupa no son tanto estos proyectos que tienen de por sí bastante resistencia entre la población; me inquietan otras actividades extractivistas que avanzan silenciosamente por su carácter descentralizado y ligado muchas veces a mafias como el narcotráfico, la trata de personas y la corrupción. Me refiero en concreto a la minería ilegal. No somos conscientes los costarricenses de las metástasis que genera el cáncer producido por la explotación irracional del metal amarillo en la sociedad y el ambiente.

Hay que estar atentos porque, como dice el papa Francisco, todo está conectado.

La recuperación económica también implica creatividad. Necesitamos encontrar formas nuevas de comprender el trabajo, la economía y nuestra relación con el dinero y la naturaleza. Como católicos encontramos en la Sagrada Escritura principios fundamentales que nos iluminan en el discernimiento, a saber: Dios es dueño de todas las cosas.

El ser humano ha recibido de Dios la misión de cuidar y labrar la tierra, lo cual le otorga una dignidad y responsabilidad que son ineludibles. Jesús nos ha dejado como paradigma de su seguimiento el amor: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, es un llamado a vivir la libertad, el perdón, la fraternidad, la justicia, la misericordia y la paz.

Sobre todos estos temas ha hablado reiteradamente el Magisterio de la Iglesia Católica, particularmente en los últimos años. Es justo en este aspecto que considero se nos presenta otro desafío a los católicos en Costa Rica.

Comunión eclesial sin fronteras

Cuando las personas escuchan hablar por primera vez de la encíclica ‘Laudato si’’, de ‘Fratelli Tutti’, de La Economía de Francisco o del Sínodo Panamazónico suelen sorprenderse y, cuando se trata de agentes de pastoral, muchas veces les llama la atención que en sus parroquias se haya hablado realmente poco del tema… Y ni qué se diga si hablamos de procesos latinoamericanos como la Asamblea Eclesial Latinoamericana y Caribeña, la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM) e incluso el documento mismo de Aparecida. Lo anterior impresiona aún más cuando se trata del clero y, en algunas ocasiones, los mismos obispos conocen poco sobre estos temas.

Estoy convencida que como Iglesia costarricense nos hace falta mayor vinculación a todos estos procesos. Estamos en pañales en sinodalidad. Este desafío nos invita a abrirnos a vivir la comunión eclesial más allá de nuestras fronteras. ¡Se enriquece mucho nuestra vivencia de la fe cuando compartimos en ambas direcciones con otras comunidades eclesiales! Los católicos costarricenses no solo necesitamos salir de los templos y de nuestras casas, necesitamos ampliar nuestros horizontes. Me preocupa cuando veo poco interés en algunos sectores del clero por conocer y favorecer que los laicos conozcan estos temas.

Como lo experimentó la primera comunidad cristiana después de Pentecostés, la persecución puede transformarse en oportunidad para que el Evangelio del Señor sea predicado y se expanda. Llegamos así al tercer desafío.

Identidad de la Iglesia local

¿Qué hace un católico si se deja de celebrar misa en el templo de su comunidad? ¿Qué hace un católico si en el centro de salud le ofrecen anticonceptivos? ¿Qué responde si le dan la opción de abortar ante un embarazo inesperado o se le brinda gratuitamente la posibilidad de la fertilización in vitro?

Como católicos, solemos preocuparnos mucho por las leyes cambiantes en nuestro país que promueven las situaciones mencionadas anteriormente. Está bien que nos preocupemos y es muy importante manifestar nuestra postura como creyentes.

Sin embargo, debería ser igual de firme o más nuestra posición cuando nos vemos tentados y enfrentados a faltar a la moral cada vez con mayor facilidad. ¿Estamos realmente dispuestos a asumir el compromiso de nuestra fe aun cuando las condiciones sean adversas? ¿Nos hemos acostumbrado a una fe vivida en la comodidad? ¿Qué esfuerzos estamos dispuestos a realizar por vivir nuestra fe?

Estas preguntas nos sitúan frente a la necesidad de fortalecer nuestra identidad como seguidores de Cristo en la vida cotidiana en el contexto local. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra fe? ¿De qué deberíamos convertirnos, pedir perdón, implorar la misericordia divina?

Y es que los desafíos que enfrentamos realmente superan nuestras fuerzas. No podremos hacerles frente con nuestros propios esfuerzos. Igual que las comunidades primitivas necesitamos la gracia del Espíritu Santo. Así, cuando vengan los momentos más difíciles (que aún están por llegar) podremos levantar la cabeza y alegrarnos, porque como nos dijo el Señor, el Reino de Dios está cerca.

Recuerdo que cuando tenía 15 años iba una vez caminando por mi ciudad acompañada de estos pensamientos: “Señor, pareciera que hoy muchos somos cristianos por tradición o costumbre. Me sorprende el testimonio de santos y mártires que en otros tiempos dieron la vida por Ti. ¿Llegará un día en que quizá seamos menos católicos y tengamos que enfrentarnos nuevamente a la persecución? ¿Cómo responderemos? Danos la gracia de serte fieles”.

Mi panorama para el futuro de los católicos en Costa Rica no es muy alentador si el parámetro fuera volver a un tiempo de Cristiandad, donde los católicos éramos mayoría. No, visualizo que nuestra fe será cada vez más probada. Considero que nuestras fuerzas no deberían estar en retrasar la llegada de este momento; sino en sembrar con esperanza mirando al futuro. Al fin y al cabo, Jesús nos llamó a seguirle; no a defendernos.


Escrito por Ariana Díaz Acuña. Miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos, Teóloga por la Universidad Teológica de América Central y misionera.