Tribuna

Cuando Él se detuvo

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En estos días, leemos a Juan. En el capítulo 7, donde por dos veces nos dice que quisieron detener a Jesús, pero nadie puso las manos sobre él.



Luego, en el capítulo 8, es Jesús el que está detenido, sentado, enseñando. Ante la presencia de la prostituta que le llevaron los escribas y fariseos para que la condene, se inclinó y comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Se enderezó para decirles que quien esté libre de pecado, tire la primera piedra. Luego, se inclinó nuevamente y siguió escribiendo en el suelo con el dedo.

Jesús se detuvo para escuchar lo que dicen de la prostituta, pero se inclina. Actitud de respeto ante ella. No la mira a los ojos. No quiere avergonzarla. Muchos se han preguntado qué escribía Jesús y quizá nadie puede tener una respuesta cierta. Quizá los nombres de quienes estaban en la lista de pecadores que no pudieron tirar la primera piedra acusatoria.

Cuando todos se retiraron con sus pecados a cuestas y sin poder apedrearla, Jesús se incorporó para hablar de pie y ya a solas con la prostituta.

Gestualidad de Jesús

En los dos primeros momentos (Jn 7, 30.44) la escritura de Juan describe una gestualidad que consagra cada instante.

En primer lugar, las maneras de los otros con Jesús, a quien querían poner a prueba para poder acusarlo. Gestualidad de Dios Padre aconteciendo porque nadie puso las manos sobre Él.  Nadie pudo detenerlo.

Luego, una manera de estar y de ser de Jesús que se detiene y se inclina en silencio. Se levanta y sanciona. Se vuelve a inclinar y, a solas, puede incorporarse para mirar a los ojos a la prostituta. ¿Podemos imaginar la mirada de Jesús sobre esos ojos llenos de culpa y de temor? Él está para salvarla, no para juzgarla.

Y esto sucedió cuando Él se detuvo.

Como cada vez que se detuvo para mirar a personas vacías por la enfermedad, el pecado o la pobreza de espíritu. Como cada vez que se detuvo para hacerse palabras en parábolas y bienaventuranzas. Seguramente, como cada vez que hoy te encuentra y se detiene para mirarte desde algún rostro amanecido de incertezas, de búsquedas, de llagas.

Porque hoy su presencia viva se precipita y se detiene hecha Palabra y en el Pan Eucarístico y en la humilde mesa de los pobres.

Las palabras y la Palabra

Entonces Juan nos sigue diciendo que, a los que creyeron en Él, Jesús les habló de la fidelidad a su palabra, porque la esclavitud la da el pecado. Y les explicó que sólo quien permanece fiel a su palabra, puede conocer la verdad que lo hace libre.

Y también les dijo: Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.

Jesús nos habla hoy con sus palabras de la fidelidad a Él que es la Palabra.

Estamos ante una humanidad cargada de palabras y de nuevas palabras que parecen llenar algunos corazones sedientos de sentido y verdad. Algunas producen incomodidades y otras circulan en nuestros labios que se apropian de ellas sin pensar su contenido y significación.

Quizá aún estemos arriesgando palabras para no seguir tatuando el corazón de sombras. Como el mapa de imágenes que grita desde los cuerpos que, sin descanso, llenan su vida de tinta para contarnos algo.

Quizá aún nos cueste diferenciar la Palabra de las palabras de una humanidad desbordada de necesidades vitales que encuentran en el lenguaje el vertedero de penas y también de imposiciones.

Estamos hechos de palabras y, experimentarnos en la conciencia viva de las palabras, nos permite definir mejor nuestro mundo interno y abordar lo que sucede afuera sabiendo que al otro o la otra, le pasan las mismas cosas, pero lo definen otras palabras.

Detenernos y permanecer en la Palabra

Quizá amanezca hoy de otra manera y podamos decirnos que, como Jesús, hay que detenerse, hay que parar. Para mirar, para ver y para compadecernos de toda situación de fragilidad sin juzgarla y así poder actuar con palabras que lleven puesta a la Palabra.

La condición es que, sin descanso, nos dejemos penetrar por Jesús vivo en la Palabra porque si permanecemos fieles a su palabra, seremos verdaderamente sus discípulos: conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres.

 

Citas de referencia

Jn 7, 30 Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.
Jn 7, 44 Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Jn 8, 6-8 Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Jn 8, 31-32 «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres».
Jn 8, 37 Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes.