Tribuna

Caminar juntos: un nuevo modelo institucional

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En el Discurso por la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015), Francisco sostuvo que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. A la luz de esta afirmación, se sitúa la relevancia que tiene la sinodalidad en relación a los procesos de conversión y reformas necesarias (Unitatis Redintegratio, 4.6), y se invita a toda la Iglesia a emprender procesos de consulta, escucha y discernimiento que contribuyan a construir un nuevo modelo institucional eclesial para el tercer milenio.



En ese mismo discurso, el Papa describe el nuevo modelo institucional con las siguientes palabras: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos: laicos, pastores, Obispo de Roma”. Pero, ¿qué significa esta expresión?

El Documento preparatorio (DP) del Sínodo sobre la sinodalidad nos explica que “‘caminar juntos’ puede ser entendido según dos perspectivas diversas, fuertemente interconectadas. La primera mira a la vida interna de las Iglesias particulares, a las relaciones entre los sujetos que las constituyen (en primer lugar, la relación entre los fieles y sus pastores, también a través de los organismos de participación previstos por la disciplina canónica, incluido el sínodo diocesano) y a las comunidades en las cuales se articulan (en particular, las parroquias)” (DP 28). “La segunda perspectiva considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana” (DP 29).

Ser comunión

En ambos casos, se nos habla de “la forma específica de vivir y obrar/operar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (Comisión Teológica Internacional/CTI, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6).

Por tanto, decir caminar juntos supone revisar tanto las “relaciones y las mentalidades” (ser), como las “dinámicas comunicativas y las estructuras” (operar) de la identidad y la misión de la Iglesia. Nos invita a un re-aprendizaje o conversión eclesial porque estamos ante una “dimensión constitutiva de toda la Iglesia” (CTI, Sin 1, 5, 42, 57, 70, 76, 94, 116) y ha de ser pensada a la luz de los signos de los tiempos actuales. Las palabras del papa Francisco a la Diócesis de Roma son iluminadoras al respecto (18 de septiembre de 2021):

“El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un eslogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, de este modo, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas”.

Pero “caminar juntos” también tiene otra implicación: el hecho de que cualquier proceso de reformas debe buscar los modos de involucrar a todo el Pueblo de Dios, en su totalidad, en los procesos de escucha, discernimiento comunitario, elaboración y toma de decisiones en la Iglesia (Documento de Aparecida, 371). De ahí que una Iglesia sinodal supone reunirnos y discernir juntos en orden a accionar modalidades y procesos decisionales que surjan de la participación de todos y todas (LG 13).

O, como sostiene la Comisión Teológica Internacional, “la dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales” (CTI, Sin 53, 67, 76).

Esta nueva manera de proceder en la Iglesia a partir del involucramiento de todas y todos, se da en razón de nuestra identidad como christifideles –fieles–, mujeres y hombres, habilitados por el Espíritu para ser sujetos de derecho y acción de toda la vida y misión eclesial, en sus distintos niveles y procesos, en los que cada fiel aporta según su propio modo, competencia o vocación, como se desprende de la eclesiología del Pueblo de Dios del Concilio Vaticano II (LG II).

Pasos

De todo esto deriva una cuestión fundamental que ha de guiar el discernimiento de la actual renovación eclesial: “¿Cómo se realiza hoy este ‘caminar juntos’ en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro ‘caminar juntos’?” (DP 26). Especialmente si se ha afirmado que “una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable, llamada a articular la participación de todos, según la vocación de cada uno” (CTI, Sin 67). En este sentido, necesitamos emprender procesos de conversión y de reforma, a la vez, porque, como sostiene el Documento preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad:

“Para caminar juntos es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la ‘perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad’ (UR 6; EG 26)” (DP 9).

En consecuencia, caminar juntos supone aprender las nuevas dinámicas comunicativas que inspiran a este nuevo modelo institucional sinodal por construir. Francisco lo describe así: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha (…). Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender (…). Es escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; y es escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” (Francisco, Discurso por la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos).

Escucha

El ejercicio de la escucha es indispensable en una eclesiología sinodal, pues parte del reconocimiento de la identidad propia de cada sujeto eclesial –laicos(as), presbíteros, religiosos(as), obispos, Papa– a partir de relaciones horizontales fundadas en la radicalidad de la dignidad bautismal y en la participación en el sacerdocio común de todos los fieles (LG 10).

Podemos decir que la Iglesia en su conjunto es cualificada por medio de los procesos de escucha en los que cada sujeto eclesial aporta algo que completa la identidad y la misión del otro (AA 6), y lo hace desde lo propio que cada uno tiene que aportar (AA 29). Tal modelo supone superar relaciones desiguales, de superioridad y subordinación, y pasar a la lógica de la recíproca necesidad (LG 32) propia de una participación corresponsable de todos y todas. Ser escuchados es un derecho de cada persona en la Iglesia, pero la escucha tiene una finalidad específica: aceptar consejos a partir de lo escuchado, y esto es un deber propio de quienes ejercen la autoridad.

(…)

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