Tribuna

Buscando otra racionalidad

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Rabindranath Tagore es, sin duda, el poeta indio más estimado en el mundo occidental, más aún, luego de la obtención del Premio Nobel de Literatura en 1913.



Dejó en sus libros, en especial, en sus ensayos, su enorme preocupación por la necesidad de propiciar un encuentro entre los universos de la razón y la fe, en cuanto a que allí, en esa reconciliación, logró vislumbrar la posibilidad de que el hombre pudiera disfrutar verdaderamente de su plenitud.

El poeta estaba convencido de que no había límite posible a la dignidad del espíritu humano, puesto que todo aspecto que significara limitación era falso.

Participa de la idea de que los seres humanos necesitamos estimar el valor de la vida de otra manera. Estuvo claro en que solo podía valorarse en su plenitud infinita en la medida en que se aprendiera a conciliar en un mismo camino los elementos que conforman los sentidos, la razón y la fe.

Todo está conectado con todo y lo particular lo es solo porque es una parte del todo. A este todo se penetra solo a través de la experiencia plena de la vida cuya fuente es la armonía entre el razonamiento racional y el razonamiento sensible. Esa conciencia de armonía es posible permitiendo mayores alternativas para que se exprese lo intuitivo, el amor, la mística, o como se le desee llamar.

Lapices Colores

Racionalidad, conocimiento y amor

Ciencia y conocimiento no son la misma cosa, muy a pesar del origen etimológico común. No puede haber verdadera ciencia sin conocimiento y no puede haber conocimiento sin que en él no se integre, en cierto modo, al sujeto que conoce. Un conocimiento sin amor vuelve arrogante al hombre y lo desarticula de una visión total de la realidad. La parcialidad racional que lo domina fragmenta su mirada.

El llamado conocimiento objetivo lo es en función de que existe un sujeto que le define los criterios y para ello es imprescindible que exista un abarcamiento de la totalidad del objeto conocido. Sin embargo, esta totalidad, en modo alguno, será el resultado de la suma de sus partes.

No hay conocimiento infinito, pero siempre existe la posibilidad de un conocimiento del todo, de un conocimiento holístico. Sin embargo, el devenir científico, que solo parece responder a los postulados del cartesianismo como único sistema racional capaz de responder a la necesidad de búsqueda de la verdad, hizo a un lado la otra esfera necesaria para la completa visualización de lo real, claro está, me refiero al amor, a una racionalidad sensible.

Hablamos de un sentir la vida por medio y a través de unos juicios valorativos que nos permitan compartir, en la presencia de los otros, un interés subjetivo que nace de una necesidad de hacer reciprocas las sensaciones que despiertan los afectos.

Transparencia, por una inteligencia afectiva

La transparencia es un misterio que apenas se percibe desde una categoría superior del sentido definido como sensus o inteligencia afectiva, otros lo definen como razón sensible. Una razón que comprende desde un tránsito lento, profundo y por entero del ser-en-el-mundo.

Comprender es, en estos términos, ser capaz de, saber habérselas con, nombrar una destreza en la que no interviene la diferenciación abstracta entre un saber teórico y un saber práctico. ¿Consecuencia? Poder-ser respecto a algo. Y ese poder-ser se constituye sobre la base de devorar esa transparencia, enredarse en ella, confundirse en ella hasta ser ella misma.

Nietzsche veía ese despeñamiento como la posibilidad de vinculación con lo real a través de su capacidad de irradiar sentido. Plenitud del desgarramiento. Esa desnudez solo es posible a través de la iluminación que brindan los sentidos.

La desnudez experimentada a partir de una fenomenología de la experiencia fraguada por el ardor de los sentidos vivos y sentientes, esa posibilidad de sentir, ya lo experimentó Montaigne, aproxima en mayor medida al ser humano a su ser aquí-ahora que cualquier discusión académica. Conocimiento comprensivo es aquel que dice sí a la vida sensualmente y se abre a la aventura de conquistar-conquistándose a cada instante. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela