Tribuna

Así llegó Kamala Harris a la Casa Blanca

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Hay una imagen que se hizo viral después del triunfo en las elecciones de Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris. El pie de foto de esa imagen rezaba: “Rosa se sentó y por eso Ruby ha podido caminar y por eso ahora Kamala puede correr” (Beth Perry).



En 1955, en Montgomery, Alabama, Rosa Parks se negó a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco. En 1960, Ruby Nell Bridges se convirtió en la primera niña negra en poner un pie en una escuela solo para blancos en el sur de los Estados Unidos. El juez del distrito federal tuvo que pedir al gobierno que enviara agentes para protegerla, dado que fuera de la escuela a Ruby le esperaba una multitud que le gritaba y le arrojaba objetos. En 2020, Kamala Harris, de ascendencia indoamericana y jamaicana, se ha convertido en la primera mujer vicepresidenta de la democracia occidental más poderosa.

Igualmente virales fueron las palabras pronunciadas por Harris: “Aunque soy la primera mujer en ocupar este cargo, no seré la última. Pienso en generaciones enteras de mujeres que han abierto el camino para llegar a este momento. Pienso en las mujeres que lucharon y se sacrificaron tanto por la igualdad, la libertad y la justicia para todos, incluidas las mujeres afroamericanas olvidadas, pero que tantas veces han sido la columna vertebral de nuestra democracia”.

Como la foto, estas palabras corresponden a una genealogía. Que Harris las repitiera varias veces hasta la ceremonia de juramento permitió que el mensaje fuera recogido por todo el mundo. Y por eso, nos llaman a la reflexión en una época que todavía lucha por aceptar la subjetividad de la mujer como una transformación histórica y no como una reivindicación.

mujeres americanas

Nadie sabe cómo Kamala Harris podrá orientar la política de su país. Pero ese no es el punto aquí. La fuerza de sus palabras radica en que pide a todas las mujeres, de todas las edades, culturas y religiones, que se sientan parte de una cadena formada no solo por quienes las dieron a luz, sino, por quienes con sus aspiraciones y sus luchas las han generado para la vida pública.

En un momento en que la política parece bascular entre dictaduras y narcisismos, Harris pide salir de esta alternativa letal que deforma la Historia. Solo cuando se convierte en genealogía, es decir, cuando genera la conciencia de venir de lejos, la Historia de la mujer pasa a formar parte de la “gran Historia”. Le da forma, no la deforma. Por eso, quisiera intentar explicar qué me evoca, esta fuerte llamada a sentirme insertada en una genealogía de mujeres que han hecho Historia, más que padecerla. No podría hacerlo de otro modo que como teóloga.

Una inmensa reserva de oro

Siempre he sufrido por el hecho de que mi Iglesia fuera incapaz de escuchar a generaciones de mujeres que, durante siglo y medio, han dado a luz a un movimiento controvertido y contradictorio, a veces fragmentado, pero decisivo para la Historia humana. Más bien la Iglesia lo ha castigado y ha emprendido la búsqueda de un feminismo católico antes de comprender los elementos más profundos del feminismo. Ha optado por mujeres de perfil “confiable” con tal de no abrirse al difícil pero fructífero debate cultural sobre problemas puestos sobre la mesa desde distintas disciplinas.

Se ha llevado a cabo un ingente trabajo para presentar a las mujeres creyentes la Historia bíblica y la Historia de la fe como una Historia de mujeres. Para las mujeres creyentes, mirar al pasado es una elección revolucionaria. La Biblia y la gran tradición religiosa judía y cristiana son una inmensa “reserva de oro” de prácticas y palabras, de opciones de vida y lenguajes, de acciones políticas y de experiencias místicas.

Salto decisivo

Será el momento, animado por el debate dentro y entre las Iglesias, de tamizar el oro en el polvo para hallar las “pepitas” que la investigación bíblica, histórica y teológica han extraído de la reserva de oro de la tradición judía y cristiana y que fueron enterradas porque su transmisión fue tachada de “impura”.

Ahora sería necesario un salto decisivo. Ya no podemos conformarnos con contemplar las “pepitas” que la Historia de la fe de las mujeres nos han mostrado a través de los recuerdos. Es el momento en que las mujeres ocupen los espacios públicos a través de un serio debate crítico. Solo así podrán captar su generatividad y finalmente sentirse dentro de una genealogía. María de Nazaret, en su canto de alabanza, da gracias al Todopoderoso porque su misericordia se transmite “de generación en generación”. Crítica histórica, encuentro entre generaciones y traspaso de batuta. Por eso, quizás todavía nos falten muchos 8 de marzo.

*Artículo original publicado en el número de marzo de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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