Tribuna

Aprender siempre: el sínodo de Whitby

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El sínodo de Whitby, que aparece en la famosa obra de Beda el Venerable, ‘Historia ecclesiastica gentis Anglorum’, no pasa por ser uno de los más famosos en la historia de la Iglesia. Sin embargo, en él se resolvió el espinoso asunto de la “controversia Pascual” que enfrentaba a los cristianos de las islas y costas del mar de Irlanda con el resto, por la fecha de la celebración de la Pascua. Así, mientras los de rito celta celebraban la Pascua, los otros, de rito romano, estaban todavía en plena penitencia cuaresmal.



Para resolver este problema y algunos otros asuntos, se convocó el Sínodo de Whitby en el año 664, llamado así porque se celebró en la abadía del mismo nombre que había sido creada por el rey de Northumbria, Oswio. Era un monasterio dúplice –monjes y monjas vivían separados pero se unían para el rezo– de rito celta y Oswio puso como abadesa a Hilda. Todo esto era muy normal en la Alta Edad Media.

Algo más que un rito

En este sínodo, primero de la Iglesia en ese territorio donde estaban presentes obispos, abades del entorno e incluso de lugares mucho más apartados como Wexes, el rey Oswio después de escuchar a todos, decidió que la Iglesia de Northumbria, de rito celta, pasaría a adoptar la fecha de celebración de la Pascua según el calendario romano. También decidió que los frailes de ese rito, que se identificaban por llevar la tonsura en la frente de oreja a oreja, pasarían a llevarla en la coronilla como los de rito romano. Estos gestos fueron el inicio del fin de la influencia de la Iglesia celta y de sus ritos a favor de la Iglesia romana, y lo hicieron con una gran capacidad de adaptación.

En todo caso lo interesante es resaltar que fueron capaces de entender la importancia que tiene caminar juntos en la Iglesia y, Cutberto de Lindisfarne, monje y obispo de Northumbria, que llegó a ser santo, demostró en su vida cómo las tradiciones benedictinas y celtas pudieron ser combinadas de manera muy efectiva. Aunque tardaron unos años en cumplir todos los acuerdos del sínodo, lo consiguieron. Es verdad que han pasado muchos siglos y que fue un sínodo local, sin embargo, nadie puede decir que el asunto de la “controversia de la Pascua” no fuera primordial. Recordemos que, hoy en día, es una de las cuestiones que nos siguen separando de la Iglesia ortodoxa.

Aprender a escuchar

Según dio a conocer hace unos días la Secretaría del Sínodo de los Obispos, el próximo Sínodo de la Iglesia católica se iniciará el próximo mes de octubre, tendrá tres fases en su desarrollo, y terminará en octubre de 2023. En él también nosotros, como en Whitby, tendremos que aprender a hablar con toda naturalidad y a escucharnos unos a otros con toda la atención posible porque, por primera vez todo el pueblo de Dios, y no solo los obispos, tiene la posibilidad de hablar. Y cuando digo “todo el Pueblo de Dios” quiero decir todo el pueblo de Dios. Porque, ¿cuántas veces, al decir “todo el pueblo de Dios”, dejamos de contar con algunos y ni siquiera somos conscientes de hacerlo? ¿Quiénes? Varios ejemplos: los que viven en el mundo de la diversidad sexual, los divorciados vueltos a casar, personas con opiniones totalmente contrarias -que no insultantes- a las nuestras, profesionales que no están bajo el paraguas de delegaciones episcopales o movimientos diocesanos… “Todo el pueblo de Dios” somos todos con un amplísimo y riquísimo bagaje para compartir y poder crecer.

No estamos acostumbrados a estas prácticas en la Iglesia y ¡bienvenidas sean! Por eso es muy importante que en esa primera fase que se va a desarrollar en las diócesis, no tengamos ningún reparo en hacer preguntas si algo no lo tenemos claro. Es mejor emplear un día en resolver dudas que pasarnos el tiempo dando vueltas porque no entendemos el proceso. Y la sinodalidad es eso, un proceso que llevará su tiempo, tiempo en el que tendremos que tener la generosidad de pensar en el bien común y a largo plazo, aunque nosotros no lleguemos a ver la Iglesia sinodal.

Un proceso urgente

Las muchas carencias que han quedado en evidencia a nivel eclesial y eclesiástico durante el confinamiento de la pandemia deberían hacernos pensar que el desarrollo del proceso sinodal es más que urgente; los abusos habrían sido mucho más difíciles de darse en una Iglesia sinodal por la atención e implicación de todo el pueblo de Dios, habría habido algún caso, sí, pero solo alguno; la viña devastada de la que habló Benedicto XVI necesita de cuidados para recuperarse, y quienes cuidan de las viñas saben que la poda es inevitable. Nuestra voz, la de todos, debe ser una voz profética y eso conducirá a que entre todos hagamos las podas necesarias para volver a recuperar la viña-Iglesia en buen estado.

Habrá que ser prácticos, actuar de forma inteligente, innovadora, creativa, y sin miedo; habrá que aparcar –por el tiempo que sea necesario– aquello que no sea urgente para concentrar todas las fuerzas y recursos en el inicio de este camino sinodal. No se trata de hacer una nueva Iglesia, sino de construir entre todos nuevas formas de hacer y ser Iglesia, que no es lo mismo. El Espíritu nos acompaña y abre camino. No desperdiciemos la oportunidad.