Tribuna

Año nuevo, miedos viejos

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Estamos en el mes de enero del año 2019, o sea en el primer mes de un nuevo año. Mágicamente creemos que durante este seremos buenos, que las cosas feas que pasaron cuando bajó la persiana del 2018, acabarán. En fin, que la vida será bella. Eso en el fondo se llama esperanza pero cuando se olvida de los contextos y de que somos las mismas personas de 2018, 2017 y demás años anteriores, podría llamarse falsa ilusión.

Invito a analizar el miedo, esa emoción que nos cuida pero que también puede destruirnos. En psicología suele definírselo como ‘Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario’. Ante un peligro real que atenta a nuestra vida, el miedo nos salva, nos hace enfrentar o huir, tomar las precauciones necesarias, planificar, solidarizarnos. Salvarnos y salvar a otros.

El miedo deja de tener esta utilidad cuando lo exageramos o lo imaginamos. Y ahí nos paraliza, nos despersonaliza, nos enferma. Observando el miedo imaginario, aún en momentos donde no hay riesgos pero, ante la posibilidad de que los haya no disfrutamos del presente por temor a que ocurra algo malo, por ej. vamos de viaje y en lugar de disfrutar el paisaje tememos que nos pueda ocurrir un accidente y así podemos obtener muchos ejemplos más en donde vemos peligros donde no lo hay o lo exageramos de modo que se vuelve un fantasma, una sombra de la cual no podemos desprendernos. También puede generar rechazo de parte de otros y romper su propia socialización ¿a quién le gusta andar con alguien que exagera situaciones o no colabora ante un proyecto por  miedo, o por lo que puede llegar a pasar visto negativamente?

El miedo real

Pasando a la otra cualidad del miedo, el real, sino es vivido y asumido como una emoción positiva y auténtica puede disfrazarse y hacernos mucho daño. Pongo algunos ejemplos: Vestir de lo mejor para una fiesta no por la elegancia misma, sino por miedo a no ser aceptado, obedecer órdenes no porque hay un contrato o por responsabilidad, sino por complacencia o por temor a ser reprochado, decir sí a todos los favores que se nos piden por temor a que no se nos pidan más y de ese modo manchar nuestra imagen servicial, trabajar fuera de hora no por real necesidad sino por temor a que se afecte la imagen de responsables, ir a Misa para que nos vea el cura y así romper el miedo a condenarnos o a pasar por malos cristianos, decir sí a todas las propuestas ajenas, no saber defender las propias ideas por temor al rechazo, hacer actos heroicos porque otros no los hacen, o para defender una institución y en el fondo, hay miedo a que esa institución no funcione por culpa mía. Y seguiría la lista, ésta es la mía, cada uno puede hacer la suya o copiar la mía.

¿Por qué digo que este miedo que aunque es real nos enferma? Ya dije que no es auténtico, que se disfraza, es mentiroso. Nos despersonaliza porque nos hace perder nuestros propios gustos, saberes, ideas, tiempos. Somos hojas arrastradas por el viento del ‘qué dirán’ o ‘qué me dirá’, según el lado que sopla, nos quita alegría de algo realizado si alguien opina mal de eso o nos da una alegría superficial y transitoria ante un halago. Y termina enfermándonos porque a cada momento llevamos todo nuestro ser hacia lugares dificultosos, sorpresivos, a contrapelo y con una satisfacción estéril. Todo esto poco a poco mella la psiquis, el cuerpo porque antes que nada paraliza las propias emociones y sentimientos y tiene que actuar o recrear las que no posee. Es también una manipulación, una tortura, una ‘antifelicidad’.

¿Qué tiene que ver esto con el año 2019? Que solo tendremos un feliz año nuevo si nuestros miedos, esas situaciones que suelen oponerse a la felicidad, son reales y auténticos. Dificultades tendremos, la vida es así pero cuidado con exagerarlas o disfrazarlas. Un primer paso sería analizar los miedos que tuvimos en 2018.

La Beata Catalina de María Rodríguez tenía una buena receta ante los miedos, las angustias, las penas, las necesidades, las fragilidades: iba ante Jesús y depositaba en su corazón eso que afectaba el suyo, “solía decir que depositaba sus penas y angustias en el Corazón de Jesús cuya misericordia y providencia jamás le falló”. Éste sería un segundo paso, recrear la fe y la esperanza en la misericordia de Dios. Y tercero y último desterrar eso de ¡año nuevo, vida nueva!. Es una falacia publicitaria. El mundo, nuestro mundo no cambia por un cambio de fecha. Cambia cuando cambiamos miedo por confianza en Dios.