Tribuna

A Juan de Dios Martín Velasco, testigo y maestro de una fe viva

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Ayer Domingo de Ramos, por la noche, murió Juan de Dios Martín Velasco en la residencia sacerdotal San Pedro en Madrid. Murió silenciosamente. Y se ha ido al encuentro con Dios. Pedimos por él y damos gracias a Dios por todos los dones con los que lo enriqueció a lo largo de su vida.



Juan nació en Santa Cruz del Valle (Ávila) en 1934. Cursó estudios eclesiásticos en el Seminario de Madrid, donde fue ordenado sacerdote en 1956. Después marchó a la Universidad Católica de Lovaina, a la Sorbona de París y a Friburgo de Brisgovia (Alemania), donde amplió la formación teológica y filosófica.

De regreso a España, enseñó Fenomenología de la Religión en la Facultad de Filosofía de Alcalá y Comillas y en el Centro de Estudios del Seminario de Madrid. Fue rector del Seminario de Madrid y también catedrático de Filosofía de la Religión en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca con sede en Madrid, en el que ejerció como director. Fue profesor emérito en la Facultad de Teología San Dámaso.

Conocí a Juan en el verano de 1979, era rector del Seminario Metropolitano de Madrid, él me acogió y ayudó en el discernimiento de mi vocación sacerdotal. Me ayudó de tal forma que, hasta el día de hoy, pervive su huella en mí. Puedo afirmar que fue Juan la mediación, el testigo, el discípulo misionero, que Dios puso en mi camino para ser hoy sacerdote de Jesucristo, y vivir humildemente este ministerio en la vida cristiana.

Hoy es un día triste, por la pérdida de Juan, y el espesor del dolor de tanta gente con la pandemia del coronavirus que nos tiene confundidos y confinados, pero esperanzados en que después de esta noche que estamos atravesando se vislumbra la claridad del amanecer de la Pascua.

Juan Martín Velasco

Y así, hoy Lunes Santo, escribo con emoción unas breves notas sobre este gran y buen sacerdote. Su calidad humana y cristiana, su forma de acompañar, su respeto, su escucha y flexibilidad, su buen decir de Dios, de la Iglesia y del mundo, se sostenían en la esperanza cristiana y la misericordia de Dios, sin juzgar, sino disculpando y poniéndose en la piel de los demás.

Como Jacob, luchó en medio de la noche hasta rayar el alba (cf. Gn 32), como teólogo y pastoralista, desentrañando las potencialidades, los signos de los tiempos y de la fe para proponer un cristianismo confesante. Pues un cristianismo vivido a la altura de nuestro tiempo tiene mucho que dar a la sociedad actual. Buscaba y proponía posibilidades de la experiencia cristiana de Dios en la cultura de nuestro tiempo. Asumiendo el malestar religioso de nuestra cultura con una actitud positiva, sin nostalgias, enraizada profundamente en la mejor tradición espiritual del cristianismo.

Experiencia mística

Nos ayudaba a recomponer radicalmente la vida cristiana en su dimensión personal y social desde la exigencia sociocultural de la encarnación del Evangelio. Bebía y se alimentaba en la experiencia mística de autores como san Agustín, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, san Vicente de Paúl, santa Teresa del Niño Jesús, o el sacerdote Manuel García Morente, entendiendo la mística como la experiencia personal de la propia fe, como personalización de la religión.

“Oh, cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados, formases de repente, los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados”. Esta poesía de san Juan de la Cruz era una de las poesías místicas que mejor reflejaba, según Juan, el encuentro con Jesucristo.

Afirmaba que la primera tarea pastoral era la oración. Orar cada día, como primer trabajo y responsabilidad, y orar como conviene. Ponerse a la escucha de la Trinidad Santa. Quien ora está convencido de que Dios se revela como la presencia que hace posible vivir en medio de los problemas y tormentas de la vida, sin perder la esperanza. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, como nos dice el Señor, nos enseñaba Juan.

Estaba convencido, con una empecinada confianza, de las posibilidades de la fe cristiana en una sociedad y un mundo aparentemente hostiles y lejanos. A la reciedumbre del pensamiento se une el vigor de su experiencia personal y comunitaria, la formación permanente y el compromiso con la justicia. “En este mundo en el que nos lamentamos de no tener señales de la Transcendencia, los pobres, los excluidos –aquellos cuya existencia constituye el mayor escándalo para la afirmación de Dios– constituyen el lugar teofánico, de revelación de Dios”, un lugar privilegiado para encontrarnos con el Señor.

Juan Martín Velasco ha sido un buen hermano en el camino de la vida, en el corazón de la Iglesia y en el mundo, un maestro que nos ha enseñado a asumir desde la teología y la espiritualidad , el diálogo con las ciencias y las cultura, un cristianismo joven y alegre que se purifica cada día en el silencio sonoro de Dios.

Sabiduría del corazón

Había en él sabiduría del corazón, fruto de un trato frecuente y amistoso con Dios y con el mundo, y ha servido de aliento y apoyo a muchos sacerdotes, religiosos, consagrados y laicos. Su fe en la Trinidad Santa, en Jesucristo crucificado y resucitado, en la comunidad eclesial, le llevaba a creer que la resurrección embellece esta tierra de esperanza, con el convencimiento de que siempre hay posibilidades de decir con el alma: hay un mañana. Y con la regla de oro del Evangelio de Jesucristo, que tantas veces nos repetía, con constante frecuencia, en clase o en sus charlas: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten” (Mt 7, 12).

Quiero terminar con una de sus oraciones junto a la Virgen María al pie de la cruz: “Señor Jesús, que, desde la cruz, sede de la sabiduría, trono de la misericordia, nos has revelado el Misterio del amor del Padre, haz que, como María, conservemos en nuestro corazón estas palabras y que ellas sean luz que ilumine nuestras vidas y alimento para nuestra peregrinación por este mundo. Para que, siguiendo tus pasos, como fieles discípulos tuyos, cumplamos la voluntad el Padre y lleguemos, todos juntos, a estar para siempre contigo en tu Reino”.

Juan, gracias por haberte conocido y ser un testigo creíble del Evangelio de Jesucristo.

Descansa en paz. Te dejamos en las manos de Dios.