No de los signos más visibles de cualquier jubileo es la puerta santa. Atravesarla no es un gesto mágico que dote a quien la atraviesa de un poder o una gracia especial inmediata. Sin embargo, sí habla de una meta volante en el marco de una peregrinación externa, pero también interior, de alguien que ha salido de sí mismo para ir al encuentro de Dios y de los hermanos. Atravesar el dintel es reafirmar el deseo de cambiar, de ratificar con el paso al frente una conversión personal, pastoral y misionera, de adentrarse en uno mismo, de entrar en una casa que busca ser familia y de dejar que entre el aire fresco de una humanidad tan doliente como apasionante. La Iglesia se abre de par en par en este Año Santo, como pide Francisco, para todos, todos, todos.
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En este Jubileo Ordinario 2025, el Papa ha abierto las puertas santas de las cuatro basílicas romanas, pero también ha querido abrir una quinta en una de las mayores cárceles de Italia. Esta decisión del Pontífice jesuita resuena como una interpelación directa para la vida religiosa, para que siga sus pasos y salga al rescate de tantas mujeres y hombres apresados en tantas realidades, faltos de libertad, de ilusión y de ganas de vivir, necesitados de que alguien les tienda la mano. Ojalá que cada comunidad, que cada obra apostólica en la que participa un consagrado y los laicos en misión compartida sepa aflojar todo candado para ser llave que de rienda suelta a la esperanza para tantos invisibles que continúan atrapados entre las rejas del descarte.