El término “apócrifo” (del griego ‘apókryfos’, de ‘apo-krypto’) remite a lo oculto, lo escondido (de ahí también “cripta”). Probablemente, los textos llamados “apócrifos” recibieron tal nombre por influjo del gnosticismo, grupos cerrados que produjeron textos a los que solo tenían acceso los iniciados. Esa denominación, por extensión, se aplicó también a todos los demás textos que quedaron fuera del canon.
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La no admisión en el canon es, por tanto, la principal consideración que se puede hacer sobre los apócrifos. Es importante tener esto en cuenta para no caer en la caricatura que muchas veces se ha hecho de estos textos como si fueran mentira frente a los textos canónicos, que serían los verdaderos. Es posible que la atribución de la verdad o la falsedad a unos textos ‒canónicos o apócrifos, respectivamente‒ se deba al peso que se supone que tenía la historicidad en esos textos.
Así, se pensaba que los textos canónicos eran verdaderos porque recogían hechos realmente sucedidos, mientras que los apócrifos eran falsos por estar compuestos de relatos fantasiosos. Pero hoy sabemos que eso no es así: tanto los textos canónicos como los apócrifos se mueven fundamentalmente en las coordenadas de la teología, no de la historia, aunque solo los primeros fueron entendidos como la forma correcta ‒ortodoxa‒ de la fe. Por tanto, tiene poco sentido hablar de ellos en términos de verdaderos o falsos.
Denominación equívoca
Una consideración terminológica necesaria sobre los textos canónicos y apócrifos es que se trata de una denominación equívoca, ya que no se emplea de igual manera en el mundo católico y en el protestante. Para los católicos, “apócrifos” son aquellos textos no admitidos en el canon; los protestantes, sin embargo, los denominan “pseudoepigráficos”, reservando el término “apócrifo” para los libros no admitidos en su canon de las Escrituras, que sí incluyen, en cambio, los católicos en el suyo (Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Sabiduría, Baruc, 1-2 Macabeos y las adiciones griegas de Ester y de Daniel).
En general, los textos apócrifos son todos más tardíos que los canónicos, del siglo II los más antiguos (aunque muchos de ellos conocidos por sus versiones coptas del siglo IV). Algunos obedecen claramente a “teologías” o intereses determinados. Otros, por su parte, se nutren de los “silencios” de los canónicos, respondiendo así a un creciente interés popular. De hecho, fueron muy influyentes en la religiosidad popular (por ejemplo, san Joaquín y santa Ana, personajes apócrifos, tienen celebración litúrgica, y todos conocemos los nombres de los “reyes magos”, del buen ladrón, etc.).
Tan variados como los canónicos
La variedad de la literatura apócrifa es tanta como la de la canónica. Así, hallaremos evangelios, Hechos de los apóstoles, cartas y apocalipsis.
1. En cuanto a los evangelios, podrían destacarse, por su contenido:
De la infancia. Se trata de textos que, sobre todo, se ocupan del período del nacimiento e infancia de Jesús, aprovechando el silencio de los evangelios canónicos. Algunos son el ‘Protoevangelio de Santiago’, el ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’ o el ‘Evangelio árabe de la infancia’.
De la pasión. Son textos cuya intención es “explotar” el gran episodio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, en el que también hay evidentes “silencios canónicos”. Por ejemplo, el ‘Evangelio de Pedro’, el ‘Evangelio de Bartolomé’ o el ‘Evangelio de Gamaliel’.
Marianos. Son textos que, como indica su denominación, tienen como protagonista a María. Así: ‘La dormición de María’, el ‘Tránsito de María’ o el ‘Apocalipsis griego de María’.
2. Los Hechos apócrifos son obras que siguen de alguna forma el patrón de los Hechos de los Apóstoles canónico. Algunos de ellos fueron muy influyentes en la Iglesia antigua, como los ‘Hechos de Pablo y Tecla’, o los ‘Hechos de Juan’ y los ‘Hechos de Andrés y Pedro’.
3. Cartas. Evidentemente, el género epistolar no podía faltar en el mundo apócrifo. Ejemplos de él son la ‘Carta a Eugnosto’ (claramente gnóstica), ‘Cartas entre Jesús y el rey Abgaro de Edesa’ o ‘Cartas entre Pablo y Séneca’
4. Apocalipsis. También entre los textos apócrifos encontramos obras apocalípticas. Muchas de ellas, aunque en apariencia se trate de textos vinculados al Antiguo Testamento, son en realidad obras cristianas (o interpoladas y transmitidas por cristianos), como la ‘Ascensión de Isaías’, el ‘Apocalipsis de Adán’ o el ‘Apocalipsis de Zacarías’.
5. Otros. Aquí entrarían obras que, aunque surgen a raíz de temáticas o figuras neotestamentarias (por el protagonismo de personajes o de situaciones), no encuentran un encaje claro en la clasificación anterior. Entre ellos están las ‘Actas de Pilato’ o ‘Evangelio de Nicodemo’, ‘La curación de Tiberio’ y la ‘Muerte de Pilato’.
Clasificación de los evangelios apócrifos
En cuanto a la clasificación de los evangelios apócrifos, algunos autores ‒como Michel Quesnel‒ los dividen en judeo-cristianos, gnósticos y de ficción.
1. Los evangelios judeo-cristianos son aquellos que surgieron y se utilizaron en comunidades judeo-cristianas que acabaron al margen de la llamada Gran Iglesia. Algunas de ellas duraron hasta el siglo V. Destacaban el valor de la Ley y rebajaban la condición “divina” de Jesús (para no atentar contra el “dogma” judío de la unicidad de Dios). Son los más antiguos, y de la mayoría de ellos solo conocemos sus títulos o pequeñas citas en obras de Padres de la Iglesia. Entre ellos están el ‘Evangelio de los Hebreos’, el ‘Evangelio de los Egipcios’ o el ‘Evangelio de los Ebionitas’.
2. Los evangelios gnósticos responden, naturalmente, a grupos gnósticos, una corriente filosófico-religiosa que prosperó en muchas comunidades cristianas (aunque tiene raíces más antiguas). Eran dualistas, destacando el valor de lo espiritual sobre lo material. Algunos de ellos son el ‘Evangelio de Tomás’, el ‘Evangelio de Felipe’ o el ‘Evangelio de la Verdad’.
El dicho final del ‘Evangelio de Tomás’ dice así: “Simón Pedro les dijo: ‘¡Que se aleje Mariham [María Magdalena] de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida’. Dijo Jesús: ‘Mira, yo me encargaré de hacerla varón, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros, los hombres: pues toda mujer que se haga varón entrará en el reino del cielo’” (‘EvTom’ 114).
Asimismo, este es el comienzo del ‘Evangelio de la Verdad’: “El Evangelio de la verdad es alegría para quienes han recibido de parte del Padre de la verdad el don de conocerlo por el poder de la Palabra que ha venido desde el Pleroma [Plenitud], la que está en el Pensamiento y el Intelecto del Padre, la que es llamada el Salvador, ya que es el nombre de la obra que debe llevar a cabo para la salvación de quienes eran ignorantes del Padre, pero el Evangelio es la manifestación de la esperanza que se descubre por quienes la buscan” (‘EvVer’, prólogo).
3. Los evangelios-ficción son aquellos que, sin servir claramente a una determinada teología ‒judeo-cristiana o gnóstica‒, son más bien de corte popular, con el objetivo de tratar de aportar información sobre aquellos aspectos que los textos canónicos callan. No obstante, en algunos de ellos o en alguna de sus partes, se suele percibir una cierta tendencia que ‒en términos dogmáticos‒ se podría calificar de monofisita, al tratar de subrayar la naturaleza divina de Cristo sobre la humana. A algunos de estos textos pertenecen los fragmentos que aparecerán en el recorrido que haremos a continuación; son los siguientes:
‘Protoevangelio de Santiago’, de mediados o finales del siglo II.
‘Evangelio del Pseudo-Tomás’, anterior al siglo V, quizá de finales del II.
‘Evangelio armenio de la infancia’, del siglo VI.
‘Historia de José el Carpintero’, de finales del siglo VI o mediados del VII.
‘Evangelio árabe de la infancia’, posterior al siglo VI.
‘Evangelio del Pseudo-Mateo’, de comienzos del siglo VII.
‘Evangelio de la Natividad de María’ o ‘Libro de la infancia del Salvador’, del siglo IX.
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