Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.432
Nº 3.432

La muerte y la vida eterna

En algunos cementerios romanos se encuentran sepulturas de cristianos junto a las sepulturas de los paganos. Hay una forma sencilla de distinguir unas de las otras. Los paganos escribían que el difunto había vivido tantos años, meses y días. Y añadían las letras DM, que significaban ‘Diis manibus’, para indicar que confiaban sus muertos a los dioses Manes de la familia.



Los cristianos, en cambio, dejaban constancia del día, mes y año en que habían “depositado” allí al difunto “en la paz de la Iglesia”. También ellos añadían dos letras: DP, que significaban ‘Depositus in pace’. Es decir, depositaban allí a sus difuntos en la comunión de la Iglesia, en la espera de la resurrección.

Una inscripción tan sencilla encerraba una comprensión muy diferente de la muerte. En primer lugar, los cristianos afirmaban que la muerte no es el final de la existencia. Es el final del trayecto terrenal, que, al mismo tiempo, se abre a una existencia eterna. Y, además, dejaban constancia de su convicción de que la muerte no puede implicar la destrucción de los vínculos que nos unen en la caridad. El amor es más fuerte que la muerte.

Mártires

Del papa Bonifacio IV se cuenta que, apenas iniciado su pontificado, recorría un día las catacumbas. Había allí tumbas de mártires famosos. Pero había otras que no estaban señaladas con un nombre. Tan solo una palma indicaba que allí se guardaban los restos de un mártir.

Cementerio de Toledo

Así que decidió recoger aquellas venerables reliquias. Requirió el permiso del emperador Focas. Y el año 609, en una procesión fervorosa, trasladó los restos de los mártires al Panteón de Roma. Aquel templo, que había encargado Marco Agripa y terminado el emperador Adriano para dedicarlo a todos los dioses, recibiría ahora el nombre de Santa María de los Mártires.

Desde entonces, la larga letanía de los mártires se ha multiplicado por centenares. El segundo milenio cristiano ha aventajado, sin duda, al primero en la sangre vertida por los discípulos del Galileo. Junto a los nombres más famosos, hay miles de figuras desconocidas.

Comunión con Jesús

La Iglesia los recuerda con devoción en un día dedicado a ellos y a todos los que han seguido los pasos de Jesús, entregando su vida en aras del amor y la verdad, de la paz y la justicia.

La lectura de la Palabra de Dios nos abre a una esperanza de encuentro y comunión con Jesús. Al ladrón que pide a Jesús que lo recuerde más allá de la muerte, Jesús le responde que ese mismo día estará con él en el paraíso (cf. Lc 23, 43). La muerte no rompe, sino que plenifica la relación que la confianza y el perdón han establecido ya entre ellos.

San Pablo contrapone en algunas ocasiones la vida futura y eterna a esta vida presente y caduca. De hecho, manifiesta a los cristianos de Filipos su actitud ante la vida y la muerte: “Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero si el vivir esta vida mortal supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros” (Flp 1, 21-24).

El cielo

A los Corintios les confiesa Pablo que anhela ser revestido de la morada que viene del cielo, es decir, ser desterrado del cuerpo y vivir junto al Señor (2 Cor 5, 2.8). Y añade: “Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal” (2 Cor 5, 10).

No solo en virtud de nuestra fantasía, sino también gracias a la fe, esperamos encontrarnos en el cielo con el Señor y con los hermanos que nos han acompañado durante nuestra peregrinación terrestre.

Generalmente, imaginamos el cielo de una forma muy individualista. No pensamos en el encuentro con las personas amadas en esta tierra.

Con la Trinidad

Pero el “cielo” es esa vida perfecta con la Trinidad, que es comunión de vida y de amor con Dios, con la Virgen María, con los ángeles y con todos los santos, a los que nos unimos ya ahora en la celebración de la Eucaristía, para proclamar a Dios como “Santo”.

Cementerio en San Sebastián con flores por el día de Todos los Santos

El ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ dice que “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (CCE 1024). Y entre esas aspiraciones más profundas, ocupa el primer lugar el amor.

Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Tes 4, 17). Por su muerte y su resurrección, él nos ha “abierto” el cielo y nos asociará a su gloria celestial si creemos en él y permanecemos fieles a su voluntad.

Siete imágenes

No podemos comprender totalmente la vida eterna que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9). La Escritura la presenta con imágenes como estas siete: visión de Dios, casa del Padre, Jerusalén celeste, luz, paz, paraíso y banquete de bodas. Esta última imagen refleja, purifica y glorifica la armonía y la alegría de nuestros encuentros más felices.

Según Joseph Ratzinger, futuro papa Benedicto XVI, “si el cielo se basa en el existir de Cristo, entonces implica igualmente el estado con todos aquellos que en conjunto forman el único cuerpo de Cristo. En el cielo no cabe aislamiento alguno. Es la comunión abierta de los santos y, en consecuencia, también la plenitud de todo co-existir humano, plenitud que no es concurrencia, sino consecuencia del puro encontrarse abierto al rostro de Dios”.

Muerte anticipada

El gozo de la vida eterna que esperamos ha de mantenernos en el amor a Dios y a nuestro prójimo. El desamor es ya una muerte anticipada: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3, 14-15).

El amor anticipa ya en este mundo la esencia de la vida eterna. Ahora bien, el amor no puede quedar solamente en frases bonitas. Como dice el papa Francisco en su exhortación ‘Gaudete et exsultate’, Jesús nos ha revelado “el protocolo” por el cual seremos juzgados.

Horizonte de la Revelación

Jesús se identifica ya ahora con los pobres y necesitados (cf. Mt 25, 31-46). Según el papa León XIV, con estas palabras de Jesús “no estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos”. Ignorar a los que Jesús califica como sus hermanos implica cerrarnos a la promesa de la vida eterna, en la que decimos creer y de la que esperamos participar, por la misericordia de Dios.

Ni la confianza en poseer la vida eterna ni el temor de merecer la muerte eterna pueden paralizarnos. La esperanza es un don de Dios que agradecemos y que tratamos de fortalecer cada día con la actividad de nuestra fe y el esfuerzo de nuestro amor (cf. 1 Tes 1, 3).

(…)

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Índice del Pliego

I. LA ENTRADA EN LA VIDA ETERNA

  1. La asamblea festiva de los santos
  2. Encuentro y comunión
  3. El cielo
  4. El amor y la vida eterna

II. LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

  1. Una asamblea festiva
  2. La felicidad
  3. Premio y promesa
  4. Nuestros mejores deseos

III. LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

  1. La gratitud
  2. La hermana muerte
  3. La lección de los místicos
  4. Las reflexiones del Concilio
  5. La visita al cementerio
  6. Jesús nos devuelve la familia

IV. CONCLUSIÓN

  1. El encuentro definitivo
  2. La profecía de la esperanza