La adolescencia es un proceso de búsqueda de identidad que se ve especialmente tensionado por las condiciones de la modernidad líquida. “Las certezas ya no son lo que eran”, afirmaba Zygmunt Bauman. Y en esa fragilidad de referentes, muchos adolescentes caminan solos, hiperconectados, pero emocionalmente desanclados, atrapados en una paradoja cruel: tienen acceso a todo menos a una mirada que los vea de verdad. Sienten dos grandes carencias: la soledad emocional y la falta de referentes en su vida.
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Carl Rogers defendía que “la curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar”. Pero para que un adolescente se acepte, necesita sentirse también aceptado, visible, reconocido, querido y escuchado, tanto por sus referentes como por sus iguales. La serie ‘Adolescence’ ha querido poner el foco en los adultos que no están, o llegan tarde y, por ello, las consecuencias pueden ser graves.
En estas páginas, quiero compartir una reflexión profunda sobre lo que la serie dice –y lo que calla– acerca de la adolescencia, el papel de las familias, la tarea educativa y el lugar de la fe. Y hacerlo no solo desde una mirada analítica que pone el foco únicamente en la oscuridad, sino también en una mirada contemplativa, esperanzada y que ve que en todo siempre hay una oportunidad de crecimiento, de aprendizaje y de luz.
Una chispa de luz divina
Sobre todo, cuando hablamos de jóvenes, porque –como recuerda el papa Francisco– “cada joven lleva dentro de sí una chispa de luz divina que puede encender grandes cosas”. Esa chispa necesita oxígeno. Y alguien que crea en ella.
Cuando vi ‘Adolescence’, supe que no estaba ante una serie más. Es incómoda, sí, pero te lleva a la reflexión. Como educadora, me recordó historias que he acompañado en contextos escolares, familiares y pastorales. No todas con esa intensidad, pero sí con el mismo trasfondo: jóvenes que viven con dolor silenciado, que buscan pertenencia donde no siempre la hay, que prueban sin guía los límites de la vida, con una influencia desmedida de las redes sociales, con problemas de salud mental como consecuencia de una vida desconectada de la realidad, con falta de autoestima, de comunicación con los padres, e incluso casos de violencia extrema como consecuencia de la radicalización de determinadas ideologías.
Heridas que se enquistan
La serie no inventa. Pone luz sobre realidades que muchas veces no vemos con claridad. Habla del precio de la desconexión emocional, de las heridas que se enquistan cuando faltan vínculos, de lo que ocurre cuando nadie se detiene a escuchar de verdad. Y lo hace en clave adolescente, donde pesan la búsqueda de estatus y pertenencia. Veamos algunos de los elementos que muestra.
Vivimos un tiempo en el que el valor personal parece medirse en ‘likes’. Las redes se han convertido en espejos deformantes, donde se busca aprobación constante y se asume que el éxito es inmediato, o no es. Esta exposición, muchas veces a contenidos violentos o polarizados, deja a los jóvenes expuestos y sin filtros.
Me duele ver a adolescentes que no saben poner nombre a lo que sienten. Ira, frustración, vacío… emociones humanas que necesitan ser reconocidas y contenidas, no reprimidas ni castigadas. La serie muestra lo que ocurre cuando esas emociones no encuentran cauce. Pero yo también he visto cómo florecen cuando alguien les ofrece palabras, calma y espacio para procesarlas: primero se regula, luego se razona.
Soledad emocional
Nunca han estado tan conectados… ni tan solos. La soledad emocional es una gran constante en la juventud actual. Lo veo en las aulas, en las conversaciones, en las miradas. Jóvenes rodeados de estímulos, pero con vínculos frágiles. Buscan pertenecer, y si no encuentran espacios sanos, los buscan donde pueden. Por eso la familia, la escuela y la pastoral tienen hoy una tarea inmensa: construir redes reales de pertenencia.
En varios proyectos con adolescentes y jóvenes, he comprobado cómo esta es una de sus demandas. Sienten que no tienen quien les guíe. Esto, como padres y educadores, no debe provocarnos culpa: vivimos con prisa y cansancio. Pero necesitan adultos confiables que escuchen sin juzgar y se queden incluso cuando todo se tambalea; una mano cercana que a veces empuja y otras sostiene.
Vínculo educativo auténtico
Hay violencias visibles –insultos, golpes, desprecios– y otras más sutiles: la descalificación constante, el abandono emocional, la cosificación. En ‘Adolescence’, la violencia aparece como forma de llamar la atención, de pedir ayuda, de sentir que se existe. Pero el vínculo educativo auténtico puede revertir esa lógica: encuadrar y reparar, en vez de humillar.
Aunque no sea el eje principal de la serie, está presente: una sexualidad sin formación, sin afectividad, sin palabras. La hipersexualización y la presión estética agotan a muchos adolescentes, especialmente a las chicas. Pero he comprobado que hablar de sexualidad desde el amor, la dignidad y la verdad transforma, y que cuando les ofrecemos herramientas, las usan con madurez.
A pesar de todo lo que muestra, no debe verse esta serie como una condena, sino como una llamada. Cada herida es también una puerta abierta al encuentro, al cuidado, a la reconstrucción. Como decía Viktor Frankl, “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Nuestro reto es ayudarles a encontrar ese porqué. ¿Cómo ofrecer entonces una mirada contemplativa y esperanzada? (…)
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Índice del Pliego
‘ADOLESCENCE’: UNA SERIE QUE INTERPELA, UNA MIRADA QUE TRANSFORMA
LO QUE NOS MUESTRA LA SERIE: ¿REALISMO O EXAGERACIÓN?
- Redes sociales y validación externa
- Fragilidad emocional
- Soledad en medio de la multitud
- Falta de referentes
- Normalización de la violencia
- Sexualidad sin sentido
CLAVES PARA SU ANÁLISIS Y FAROS PARA EL CAMINO DE EDUCAR
- Adolescencia y familia
- Amistad y pertenencia
- Adolescencia y mundo digital
- Escuela: la autoridad como vínculo
- Pastoral: procesos, no eventos
- Identidad, cuerpo y relación entre géneros
- Sobre el salto generacional y la incomunicación
UNA BUENA OPORTUNIDAD EDUCATIVA