Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.336
Nº 3.336

El ministerio presbiteral, en la encrucijada

Si echamos una ojeada a las últimas publicaciones sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes, hay otros títulos más radicales aún que hablan de fractura y de desencanto, de “sacerdotes rotos”, según ha escrito recientemente el obispo francés Gérard Daucourt. Yo mismo en otro lugar he hablado de “escisión antropológica” para poner de manifiesto la tensión interna que se produce en nuestro ser humano y en nuestra realidad antropológica ante el influjo de las actuales corrientes culturales que inciden en nuestra personalidad y en nuestra vida.



He escogido el término “encrucijada” en el sentido de que hemos abandonado un estatus de seguridad y comodidad para colocarnos en una cierta situación de perplejidad, de encrucijada, de cruce de caminos. En realidad, no es una situación ajena a lo que vive toda la Iglesia y a todo cristiano que forma parte de ella.

La vida cristiana es compleja y está llena de incertidumbres; parece que estuviera representada en un lienzo con la conocida técnica de claroscuro en la que Caravaggio se consumó como verdadero maestro y genio de la pintura renacentista y barroca al pintar ‘La vocación de San Mateo’. En realidad, uno se pregunta si en algún momento de la historia ha sido de otra manera. En otras palabras, si la encrucijada no es la condición habitual de ser en el mundo: como criaturas; como cristianos; como sacerdotes. Porque precisamente encrucijada significa cruce de caminos, es decir, vivir entre dos mundos que se cruzan y entrelazan.

Diáspora sin patria

Ya la Primera carta de Pedro fue consciente de esta situación connatural de la vida cristiana al comenzar con estas palabras su carta dirigida a los cristianos diseminados por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia que viven en una diáspora sin patria: “A los elegidos por Dios que peregrinan en la diáspora” (1 Pe 1, 1). Los cristianos tenemos nuestro origen en Dios, en su voluntad amorosa que nos elige gratuitamente y nos llama a ser sus hijos; mientras peregrinamos en este mundo diseminados por toda la faz de la tierra, como forasteros y sin morada permanente.

Posteriormente, a finales del siglo II, en una obra dirigida a un personaje desconocido llamado Diogneto, un escritor anónimo se hacía eco de esta misma situación de los cristianos en el mundo al escribir: “Ellos habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte de todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña”. Esta verdad de naturaleza escatológica es, en realidad, la raíz última de nuestra existencia en la encrucijada, por más que las circunstancias históricas y culturales nos conduzcan a vivir esta situación desde una determinada perspectiva.

Veamos ahora algunos aspectos concretos de la vida del ministerio presbiteral que nos permiten descubrir mejor esta encrucijada en la que estamos y que se corresponde con la verdad de nuestro ser.

El mayor desafío

La primera encrucijada se refiere a la propia vida. No es en el ámbito teológico, en el mundo teórico o de las ideas, donde se encuentra hoy el desafío más importante en torno al ministerio presbiteral en la Iglesia. Es obvio que en cualquier manual o en determinados textos escritos pueden encontrase discusiones en torno a la sacramentalidad del ministerio; su fundamento ontológico en Cristo; su necesaria radicación eclesiológica; la especificidad de la espiritualidad presbiteral.

Creo más bien que, desde el Concilio Vaticano II hasta la actualidad, tenemos una de las mejores síntesis teológicas y espirituales en torno al sacerdocio ministerial, que la mayoría de los teólogos –y especialmente los presbíteros– tenemos suficientemente claro. Si en los años 70 la Iglesia tuvo que atender a una verdadera crisis de identidad que tenía en la teología del ministerio su centro y clave, hoy creo que se trata más bien de una crisis pastoral y existencial, más dependiente del cambiante contexto cultural y social en el que vivimos.

A mi juicio, la cuestión no es qué es el ministerio en abstracto; o en qué consiste el ser y la misión del presbítero, sino en esto mismo, pero encarnado y realizado ‘hoy’. El adverbio es decisivo, pues la cuestión fundamental no es tanto teórica, sino más bien su realización histórica en un tiempo en el que el mundo ha cambiado profundamente, especialmente en la relación que el hombre instaura con Dios y en un contexto social en el que la Iglesia ha dejado de ser una institución dominante de la vida pública.

Gran paradoja

Quizás en ningún otro momento de la historia de la Iglesia vivimos en la paradoja de tener una de las mejores reflexiones teológicas y espirituales sobre el ministerio apostólico sacerdotal en una situación personal e institucional de gran debilidad. En este sentido, hoy, la cuestión decisiva es esta: ¿habrá personas e instituciones que puedan corporeizar de forma visible y significativa la llamada de Jesús a ser sus apóstoles y discípulos, enviados en su misma misión, para que él se haga presente como cabeza de la Iglesia y Salvador del mundo en medio de los hombres?

En otros momentos de la historia de la Iglesia ha sucedido precisamente lo contrario. Era la vida concreta y la existencia de algunos sacerdotes santos y misioneros la que llevaba más allá a una teología del ministerio que no estaba a la altura de sus vidas, anhelos, ilusiones… Pienso, por ejemplo, en Manuel Domingo y Sol y Pedro Poveda, presbíteros diocesanos y fundadores de los Operarios y la Institución Teresiana, respectivamente. Hoy, sin embargo, nos volvemos a la mejor teología conciliar y sus desarrollos posteriores, y hay que reconocer que siguen siendo un horizonte válido que tira de nosotros hacia las más altas realizaciones de nuestra vida y ministerio. Siguen siendo texto y espíritu para la renovación y reforma de nuestra vida. (…)

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Índice del Pliego

I. EN LA ENCRUCIJADA DE LA EXISTENCIA

II. EN LA ENCRUCIJADA DE LA CULTURA POSTCRISTIANA

III. EN LA ENCRUCIJADA DE LA ANTROPOLOGÍA ACTUAL

  • La vida humana como vocación
  • Cuatro desafíos antropológicos

IV. EN LA ENCRUCIJADA DE UNA IGLESIA COMUNIÓN Y SINODAL

  • Todo el Pueblo de Dios es corresponsable de la vida y misión de la Iglesia
  • Autoridad apostólica y comunión eclesial

V. EN LA ENCRUCIJADA DE LA SITUACIÓN PASTORAL

  • Cambio y transformación de las estructuras pastorales
  • ‘Aggiornamento’ en un momento de debilidad personal e institucional: audacia, paciencia y agradecimiento