Pliego
Nº 3.157

El examen de conciencia como modo de orar

San Ignacio, en el libro de los Ejercicios Espirituales, propone, a la persona orante que desea encontrarse con Dios, una modalidad de ejercicio referida a examinar la conciencia. Hay muchos modos de hacer dicho examen, técnica que pertenece a la tradición religiosa y que apunta a abrir al consciente el interior del orante.

Se encuentra iluminada por la revelación del Antiguo Testamento, que pone el acento en el sentido de la responsabilidad de quien se beneficia de dicha revelación. Para los cristianos de los primeros siglos, el examen se aleja de tendencias moralizantes para acentuar la dimensión dialogal de la persona delante de Cristo, que es su modelo.

Con el transcurrir de la historia, el examen se convierte en un escalón previo, herramienta fundamental, para prepararse al sacramento de la penitencia. El penitente tiene que abrir su conciencia a Dios y reconocerse criatura. Es un ejercicio del consciente. Dar luz a lo que le separa de Dios en el ejercicio de una revisión personal.



A lo largo del cristianismo se han ido facilitando los llamados “penitenciales”. ¿Cuál era el modo por tanto de examinar el alma? Petición de gracias, examinar pecados, dolor y propósito de enmienda. Era, por tanto, un modo de reconocer los beneficios recibidos de Dios y su peculiar forma de “comunicarse”.

¿Tan lejos estamos hoy de esta práctica del examen de conciencia? A lo largo de nuestra última época, hemos caído quizás en la tendencia a un examen que busca purificar el alma para “ponernos nota delante de Dios” y nos hemos distanciado del deseo de reconocer lo que Dios hace con –y en– nosotros, para agradecerlo y vivir desde el agradecimiento.

Analizar nuestra vida no debería tener otra finalidad que alargarnos en el servicio y alabanza de Dios. No es cuestión de perfección. Es cuestión de hondura y de firmeza. Reconocerlo es nuestra tarea. Pero no tenemos que ser ingenuos. Hemos de reconocer en nosotros el poder del pecado: el estructural, que pertenece al mundo y a sus dinámicas mundanas; y el personal, el que nace de nuestras acciones, intenciones y operaciones.

En estos tiempos secularizados que vivimos, existen muchos “modos” de hacer el examen de conciencia. Todos tienen la misma finalidad: reconocer el mal en nosotros, descubrir la acción del amor y la misericordia de Dios y abrirnos al agradecimiento. Un modo de examinarnos que sea sanador, con uno mismo y con Dios. Abrirnos a su perdón y a la fuerza liberadora de la ternura y la misericordia de Dios y que pueda comenzar una nueva vida con Él.

La sanación del perdón

En la actualidad, nos encontramos en un nuevo contexto cultural donde parece que el pecado tiene poco lugar, o más bien, ninguno. Algunos autores señalan que se ha perdido la conciencia de pecado, de hacer algo mal, y probablemente no les falte razón. Hablar del pecado hace saltar las alarmas emocionales. Vivimos en la sociedad del bienestar, de la búsqueda de lo bueno y de la perfección, del entretenimiento y del placer.

Se ha minimizado el monumental espesor del mal. A un nivel más psicológico, lo que nos encontramos son personas destrozadas por tener unas expectativas excesivamente altas para su realidad personal, vidas excitadas por una continua activación y un deseo de “vivirlo todo”. Cuando se pierde el poder de la renuncia y se adentra en la dinámica del “todo vale”, el hombre padece un estiramiento emocional.

Se dificulta también la capacidad de sentirnos culpables de algo o de la posibilidad de cambio y de perdón. Necesitamos ubicar bien la experiencia del pecado para enfocar bien nuestros modos de vida y encauzar una mejor manera de vivir nuestra fe.

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Índice del Pliego

  • La sanación del perdón
  • Ahondar en la propia experiencia: reconocerse delante de Dios
    • Examinar nuestros pensamientos
    • Examinar nuestras palabras
    • Examinar nuestras obras
  • El modo de hacer el examen
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