Tan solo dos meses después del cónclave, hay quien se ha apresurado a realizar todo tipo de conjeturas en torno al pontificado de León XIV: desde un ficticio staff del engranaje vaticano a una agenda viajera prefijada e incluso el fondo y forma de sus primeros textos magisteriales.
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La futurología eclesial, unida a la rumorología de sacristía, se ha multiplicado también en tierras españolas, llegando a afirmar que el Papa agustino había frenado en seco los nombramientos episcopales para dar un giro copernicano al perfil de quienes llevarán las mitras y los báculos en los próximos años.
El polígrafo de la verdad
La realidad, una vez más, se ha impuesto a quienes buscan marcar una narrativa a través de hipótesis verosímiles, pero que se caen por su propio peso ante el filtro de los hechos, ante el polígrafo de la verdad manifiesta. Ahí están la elección del sacerdote Daniel Palau como obispo de Lleida y el traslado de José Antonio Satué desde Teruel y Albarracín hasta Málaga.
Pastores “con olor a oveja”, ese estilo que compartían el fallecido Francisco y el cardenal prefecto del Dicasterio para los Obispos, Robert Prevost, una impronta que encarna León XIV y que, a la vista está, se mantiene como brújula común.