Editorial

Un Sínodo para salvar la Amazonía

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En 2019 se han registrado más de 41.000 incendios en la región amazónica, la mitad de ellos en agosto. Un millón de hectáreas en llamas configuran un drama ecológico que parecía esquinado. El eco mediático alcanzado estas semanas ha servido para que, al menos durante un tiempo, la opinión pública se sensibilice sobre la situación de extrema gravedad que vive el mayor pulmón del planeta. No solo a causa del fuego, sino por otras agresiones provocadas por el capitalismo depredador, como la deforestación o el cambio climático.

Ahora solo falta el paso más complejo y difícil: saltar del compadecimiento virtual a un compromiso concreto. Como suele ocurrir con toda catástrofe, en breve se desvanecerá la presión de la opinión pública y se relajará el compromiso de la comunidad internacional sobre quienes tienen una responsabilidad directa, sean políticos o empresarios.



La proyección de este drama también ha puesto de manifiesto la pertinencia del Sínodo convocado por Francisco para este octubre. No eran pocos los que cuestionaban su razón de ser, los mismos que consideraban accesoria la encíclica Laudato si’. Lo vivido este verano en la Amazonía no hace sino justificar esta apuesta de Francisco como una llamada profética para que la Iglesia abandere una lucha que se enraíza en las primeras líneas del Génesis, con un Dios enamorado y centinela de la Creación y de quienes la habitan.

De ahí que los católicos no se puedan permitir ser meros espectadores ante la devastación de la Amazonía. Dar la cara por la Casa Común no puede ser un aditivo para el cristiano. Por eso, urge una mayor corresponsabilidad de la que ya existe por parte de los episcopados y de todas las redes que trabajan para proteger la naturaleza y a los pueblos originarios. Y requiere pasar a la acción, desde una labor constante de incidencia política en todos los foros nacionales e internacionales posibles, pero también a pie de misión, sin temer el precio a pagar. La Iglesia sabe lo que es contar desde hace décadas con mártires de la ecología integral, hombres y mujeres asesinados por arraigar su fe hasta el extremo en la tierra a la que fueron enviados a evangelizar.

En más de una ocasión, el Papa ha hecho un llamamiento para promover una “rebelión pacífica” que ya no puede esperar, una propuesta que no acaba de ser secundada con la vehemencia que precisa el Amazonas. En la medida en que la Iglesia muestre y demuestre que es capaz de dar la vida y poner todos los medios a su alcance para salvaguardar la Casa Común, estará haciendo realidad la promesa de un Reino de justicia y fraternidad. Y ahí el próximo Sínodo de la Amazonía se vislumbra como una herramienta imprescindible.

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