Del 27 de noviembre al 2 de diciembre, León XIV se ha embarcado en el primer viaje internacional de su pontificado. Seis meses después de su elección, el Papa ha abanderado la conmemoración de los 1.700 años del Concilio de Nicea, la primera gran asamblea eclesial en la que se sientan las bases del credo cristiano y que sirve como eje de unidad para todos los seguidores de Cristo, independientemente de su ‘apellido’. Tras pasar por Turquía, el Pontífice ha recalado en Líbano para alentar a un país castigado por una crisis integral en lo social, político y económico, asfixiada por el avispero de Oriente Medio, con Israel e Hizbulá de por medio.
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Más allá de los comentarios de tertulia sobre el hecho de que no rezara en la Mezquita Azul como sus predecesores, León XIV llevó a suelo turco un toque de atención más que necesario al presidente Recep Tayyip Erdogan. Su alerta sobre la “homogeneización” que está atravesando el país euroasiático es una llamada a reivindicar el derecho a la libertad religiosa como garante de una sociedad y una democracia sanas. Una apuesta por la diversidad que debe darse en todas las direcciones y espacios. Como aclararía el Papa en el vuelo de regreso a Roma, los miedos que se suscitan en torno a una islamización de Occidente, “la mayoría de las veces son generados por personas que están en contra de la inmigración y que intentan mantener fuera a las personas que pueden venir de otro país, de otra religión, de otra raza”.
Precisamente, la población libanesa ofrece una lección cotidiana de convivencia, capaz de integrar desde el respeto a la diferencia. Alentar a esta comunidad católica, que dentro de sí contiene una amalgama de matices, es legitimar también los frutos del ecumenismo y del diálogo interreligioso en medio de un contexto aciago que, a priori, justificaría cualquier conato de enfrentamiento entre la ciudadanía. Pero no es así. La concordia y la tolerancia se abren paso entre las heridas abiertas tras la letal explosión sufrida hace cinco años en Beirut.
Sentir al otro como hermano
Nicea hoy se profesa en Líbano y en otros rincones del planeta donde se encarna una fe capaz de sentir al otro como hermano. Lo manifestó León XIV en Iznik, ante las excavaciones arqueológicas de la antigua basílica turca de San Neófito, que acogió el concilio ecuménico: “Existe una hermandad universal, independientemente de la etnia, la nacionalidad, la religión o la opinión”. Y fue más allá para reivindicar la actualidad del credo niceno: “El deseo de plena comunión entre todos los creyentes en Jesucristo va siempre acompañado de la búsqueda de la fraternidad entre todos los seres humanos”. Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia, esta es la fe que profesó León XIV en su primer viaje a Turquía y Líbano.